Aniversario joyceano
02.02.1882. El pasado miércoles 2 de febrero se cumplía el centésimo cuadragésimo (140.º) aniversario del nacimiento de James Joyce (1882-1941), entonces cayó en sábado, en Dublín la capital irlandesa. Y si bien el escritor nació allí, la mayor parte de su vida adulta la pasó fuera de Irlanda pues vivió, escribió y murió en Zúrich, publicó en París y en el ínterin, anduvo por Londres, Roma y la también italiana Trieste, donde pasó hambre y fue padre. Además bebió ingentes cantidades de grappa, antiguo y apreciado aguardiente italiano aún muy popular, y, sobre todo, soñó con su mitológica Eire. Un adulto Joyce, con su más que afinado talento y ojo izquierdo cubierto por un parche negro debido a una iritis juvenil, inflación del iris que puede causar glaucoma o pérdida de la visión. Un joven James que empezó a estudiar medicina, pero al que el paso del tiempo y los avatares de la vida, acabó enredando y, por ende, enredándonos en el que para muchos es, con diferencia, el mayor y más complejo de los galimatías literarios de todo el siglo XX. Padres tiene la iglesia.
1922, Ulises y el Nobel. Joyce es quizás el mayor fichaje cultural de Irlanda y eso que como país cuenta con nada menos que cuatro escritores galardonados con el Nobel de Literatura, a saber: William Butler Yeats (1865-1939), en 1923; Bernard Shaw (1856-1950), en 1925; Samuel Beckett (1906-1989), en 1969; y Seamus Heaney (1939-2013), en 1995. Sin embargo, él nunca lo obtuvo, nunca, aunque al parecer hubo ciertos amagos de intento. El más conocido sucedió hace un siglo, en 1922, que es el año en el que aparece el Ulises, y tuvo lugar en la ciudad de París donde Joyce ya residía. Allí recibe la visita del ministro del nuevo gobierno del Estado Libre Irlandés, Desmond Fitzgerald, un nacionalista católico que, supuestamente, le aseguró propondría su nombre para el premio Nobel. Ya, sin embargo no pudo ser, precisamente ese año de 1922 fue para el prolífico escritor español Jacinto Benavente (1866-1954). Estas cosas pasan.
Era el tercero que recibíamos como país y el segundo en Literatura ya que el primero, de 1904, se lo concedieron a José Echegaray (1832-1916), escritor, ingeniero, matemático y político. Sí, ingeniero y matemático, y sí, es el mismo año en el que transcurre la acción del Ulises, que como libro aparece publicado por expreso deseo del autor el 2 de febrero de 1922, el mismo día en el que cumplía 40 años, una especie de autoregalo de cumpleaños. Ya que va de coincidencias calendarias y nobeleras, tampoco el año que el irlandés fallece, el 13 de enero de 1941 a causa de una úlcera duodenal perforada, recibió el laureado galardón. En este caso se debió a la Segunda Guerra Mundia,l en la que no se entregaron dichos premios durante los años 1940, 1941, 1942 y 1943. Estas cosas pasan también.
1922, un año aciago. No obstante, visto con el distanciamiento que da un siglo, a nadie escapa que éste no fue un buen año para nuestro irlandés, ni muchísimo menos. Con la familia, las relaciones eran más bien tensas. Primero con su mujer, quien no solo se negó a leer el Ulises sino que, en contra de su opinión se marchó con los dos hijos a Dublín, donde por aquel entonces se vivían unos turbulentos tiempos políticos. Y después con el resto. No fue solo ella, tampoco sus primas pudieron leer la obra al prohibírselo su madre, la tía Josephine. Y con su padre, el grave estado de la relación familiar la marca una carta que le dirige: “Hace cuatro meses que no veo el sol. Sin embargo, creo que existe porque está en la Biblia, libro que, como Ulises, ningún buen católico debería leer”. En fin.
No, no fue un buen año pues a los familiares hay que añadir sus problemas de salud, sobre todo con la vista. Llevaba años perdiendo visión por uno de los ojos, lo que exigiría más de diez operaciones quirúrgicas y, por último, el característico parche en el izquierdo que lució desde 1926. Pero en esto llegó su amigo Ezra, el polímata estadounidense Ezra Pound, a quien conoció en Paris, en 1918. Él fue quien le puso en contacto con un célebre oftalmólogo y también se preocupó de su reuma, así como de su dipsomanía, una compulsiva tendencia a embriagarse a diario que era la causa de su ruina económica, agravada con el hecho de que Joyce vivía de alquiler y no ganaba prácticamente dinero con lo que escribía. Unas circunstancias todas adversas a las que Pound intentó poner remedio. Deslumbrado por los textos del irlandés, consiguió no solo mecenas que lo ayudaran económicamente durante un tiempo, sino que le buscó editores para sus textos. Sí, el estadounidense era también un extraordinario cazador de talentos literarios y él llegó a llamar a Joyce, nada menos que el “renovador de la cultura de Occidente”, así que no lo iba a dejar escapar.
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FUENTE: Enroque de ciencia












José Luis Pineda Acosta | Miércoles, 16 de Febrero de 2022 a las 16:59:10 horas
Grácias por publicar la biografía de J Joyce,desgraciadamente se lee poco y se hacen pocos comentarios de los grandes autores.
Vemos como sin apenas conocimiento de la historia, economía política o social, a cualquier texto que se publique les hacen comentarios,algunos vacíos de realidades pero llenos de la ideología del poder siempre en contra del bien común de la humanidad.
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