Las vidas que encierran los rastros
En los rastros se ponen a la venta, en ocasiones, jirones de las vidas de los que exponen sus artículos. Podemos observar que se venden hasta libros que un día fueron un regalo, cuyas dedicatorias así lo constatan, y cuyas páginas amarillentas delatan el paso del tiempo. Pueden tratarse de libros heredados que comenzaron a estorbar en el hogar de los legatarios y estos han decidido vender a bajo precio. “Mejor algo que nada”. Y así, las obras inmortales de Gustavo Adolfo Bécquer adquieren un valor de cincuenta céntimos, “Cien años de Soledad” poco más de un euro, igual que “El lobo estepario”, etc., etc. Es posible incluso que un día fueran comprados por los propios que ahora lo venden por pura necesidad. Cada cual constituye una historia y los rastros están llenos de ellas.
Paseando por el laberinto de sus ordenadas calles, podemos ver incluso todo tipo de recuerdos de viajes: monedas, estampillas, mapas, figuras con mensajes (“estuve en...y me acordé de ti”)... ¿Qué decir de estas mercancías? Cada pieza expuesta esconde un relato, un trozo de vida, una vivencia...
Es fácil tropezarse con puestos que venden ropa de segunda mano, antigüedades de todo tipo, pequeños muebles, espejos, cámaras fotográficas que dejaron de funcionar hace tiempo, porta fotos... un mundo infinito de artículos que formaron parte del entorno de sus vendedores y que algunos han perdido su carga sentimental. Esta (la carga sentimental), pasará al comprador como un hechizo adquirido. Porque al comprarla, la mercadería empieza a formar parte de su nuevo dueño y forjará una nueva historia. “Esta llave antigua la compré en el Rastro de Madrid...”.
Los rastros, en definitiva, son esos lugares mágicos donde las vidas se entremezclan entre sí. Los espacios donde los recuerdos se convierten en mercancías baratas que, como en las carreras de relevos, el testigo pasa de una mano a otra para formar una nueva historia.
Se me antoja que los rastros pueden ser reflejos de nuestra propia sociedad. Desprenderse de “lo viejo”, enviar los recuerdos a la habitación del olvido, mercadear las ilusiones pasadas, comerciar los momentos felices y... participar.
Porque en los rastros participan todos. Allí conviven los que ofrecen con los que pasean curiosos, con los que se interesan por algún objeto, con los que interrogan, con los que opinan, con los que se dan de entender de todo (“maestros liendres", ya saben), con los que saben pero no lo demuestran...
En los tenderetes, unos venden piezas de arte doméstico; los hay que ofrecen horóscopos y otros entretenimientos; algunos exhiben viejas reliquias.... igual que en la Política, igual que en la vida.
Los rastros... la vida.
Josele | Viernes, 21 de Enero de 2022 a las 13:16:17 horas
Normalmente no me gustan sus artículos pero éste me ha parecido muy bien escrito y contiene una reflexión interesante. Le felicito.
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