A propósito del 1 de enero de 2022
Evidente y bien conocido. Empiezo por lo que es evidente y bien conocido de todos. En lo que respecta al día de la semana civil, se trata del sexto y está situado entre el viernes y el domingo. También, desde el punto de vista de las matemáticas calendarias, se trata del primero del mes que, en el actual y casi internacional calendario gregoriano ocupa el primer lugar en el humano ordenamiento anual del tiempo, por lo que es también 1.º día del año. Visto así no resulta difícil de calcular que quedan 364 días para que acabe el año, dado que éste es de duración normal o sea es un año común de 365. Un mes, enero, del que sabemos que consta de treinta y un días por la ciencia popular del refranero: “Treinta días trae noviembre, con abril, junio y septiembre. Los demás treinta y uno, menos febrero mocho que trae veintiocho”. Ya saben, una forma nemotécnica de recordarlo, aunque también tenemos la regla de la mano izquierda. Y un año 2022 -vigésimo segundo (22.º) del siglo XXI o del tercer milenio-, que en lo que respecta a su notación nos podemos referir a él también en números romanos, MMXXII, o con texto, dos mil veintidós.
Ni tan evidente ni tan bien conocido: Año. Y continúo con lo que quizás no sea tan conocido ni por tantos. Del año, ya que estamos, comentar que también lo podemos referir como año del Señor de 2022, expresión que en latín se escribe ‘Anno Domini’ o A. D. en abreviatura. Se trata de un indicador de calendario que nos dice que la cifra que la precede está contada a partir del año cristiano del nacimiento de Jesús de Nazaret, considerado el inicio de la era cristiana. Si bien en la actualidad se usa casi exclusivamente la denominación ‘después de Cristo’ o d. C. abreviada, la tendencia última, por aquello de la universal e ineludible ley de la economía, es la de prescindir también de ésta, inscribiendo solo el número, es decir que este año del Señor es el 2022 A.D., el 2022 d.C. o el 2022. Como prefiera. Hablando de preferencias, personalmente prefiero Jesús o Jesús de Nazaret, antes que Cristo o Jesucristo y la razón es meramente semántica. Cristo, en realidad, no es ningún nombre, se trata de un título y significa “ungido”, de modo que Jesucristo es “Jesús el ungido”. A mí, ya lo sabe, me gusta más Jesús o Jesús de Nazaret. Una cuestión de gusto, claro.
Ni tan evidente ni tan bien conocido: Mes. De enero le recuerdo tres detalles. Uno relativo a su existencia, pues al principio no existía ya que en el antiguo calendario romano el año constaba de solo diez meses (304 días) y comenzaba en el que hoy llamamos marzo. Fue el rey Numa Pompilio, segundo rey de Roma y sucesor de Rómulo, quien en el 713 a. C. añadió dos meses más (enero y febrero) a fin de paliar los desfases temporales que se producían entre el paso de los meses y las llegadas de las estaciones meteorológicas, que no astronómicas, del año. Con ellos se completó el año lunar hasta los 355 días. Y otro referente a su lugar en el calendario. Enero en principio no fue el primero ya que se añadió al final del mismo, es decir, después del actual diciembre que entonces era el décimo mes, por lo que pasó ser el undécimo mes del año y febrero el duodécimo. Una situación que se mantuvo hasta el siglo I a. C. cuando -con la reforma de Julio César que estableció el calendario juliano, y pese a su oposición-, pasó a ser considerado como el primer mes y febrero el segundo. Hasta hoy. Bueno fue el primero al menos a título consular que no civil, un asunto político que dejaremos para mejor momento. Uno, otro y estotro.
¿Por qué este mes se llama enero? Vaya por delante que los nombres de los meses tienen raíz latina, aunque existe una diferencia categórica entre ellos: mientras el de los ocho primeros -de enero a agosto- proviene del nombre de dioses romanos o dirigentes como Julio Cesar o Augusto, los cuatro restantes -septiembre, octubre, noviembre y diciembre- lo tienen por una mera cuestión de orden. El de este mes se debe al dios Jano (Ianus), representado con dos caras al ser el espíritu de puertas y umbrales; una especie de guardián de comienzos y finales, de entradas y salidas de cualquier actividad emprendida por el hombre. Su representación habitual era bifronte, esto es, un hombre con dos caras de perfil que miran hacia Este y Oeste, lugares por donde sale y se pone nuestra estrella. El que mira al año viejo y al nuevo al mismo tiempo, al pasado y al futuro, al principio y al final. También se le representaba con una vara y una llave, los romanos tan alegóricos ellos. Ya de la que va y hablando de bifronte, le dejo con uno gramatical, ‘La mina de sal / La sed animal’, y me despido con un deseo: ‘Faustum annum MMXXII vobis exopto’.
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FUENTE: Enroque de ciencia
Hermano Lobo | Lunes, 03 de Enero de 2022 a las 13:01:28 horas
Ante todo, Feliz 2022, que espero sea el primero de muchos de seguir viéndote por aquí.
Lo de la mina y la sal es bifronte y gramaticalmente un palíndromo.
Saludos.
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