Diario del año del coronavirus
Las tres hermanas
por Balsa Cirrito
Parece ser que últimamente se ha puesto de moda – o algo así – celebrar dos veces al año el día de Andalucía. Como si no tuviéramos bastante con el 28 de febrero, son muchos – o eso veo en internet – los que añaden al calendario andalucista el 4 de diciembre. Lo que no veo que diga nadie es para qué.
El nacionalismo andaluz resulta – a mis humildes ojos - francamente disparatado. Se mire por donde se mire no tiene sentido. No solo es difícil encontrarle ventajas, sino que resulta extremadamente fácil verle las contras. Y, si es a lo que vamos, tiene menos arraigo que la música country en los barrios gitanos de Jerez de la Frontera. Un sentimiento que hace cuarenta o cincuenta años no existía, se promociona como si fuera un nuevo modelo de smartphone.
El patriotismo es – reconozcámoslo – algo extraño, y cada cual decide dónde lo aplica. Se puede ser patriota de una ciudad, de una provincia, de una comunidad autónoma o de un estado. Desde hace algunos decenios tenemos un panorama en el que los partidos de izquierdas apoyan el nacionalismo autonómico y los partidos de derechas el nacionalismo estatal, dicho sea con muchas salvedades.
Lo curioso es que este panorama resulta completamente absurdo. Especialmente, si miramos la historia. El patriotismo español posee un claro origen de izquierdas; de hecho, los liberales de la primera mitad del siglo XIX eran llamados despectivamente patriotas por los elementos conservadores, ya que los liberales (para entendernos, la izquierda de entonces) enarbolaban con orgullo la bandera española. Por el contrario, los movimientos regionalistas tienen un fundamento no ya de derechas, sino extremadamente reaccionario y conservador. No solo por el cimiento carlista de algunos casos, sino porque los elementos más rancios de entonces veían la nacionalidad española y su uniformidad nacional como un ataque a las tradiciones, especialmente a las religiosas. A decir verdad, en el regionalismo vasco este conservadurismo original llegó a algunos extremos que casi mejor no repetirlos en voz alta.
Fíjense, pues, en la paradoja. Porque ahora los guardianes de las esencias autonómicas de un pueblo son a menudo los partidos de izquierda. En un mitin de Podemos que se celebre en Sevilla, pongamos por caso, seguro que no encontraremos ninguna bandera española; a cambio es muy probable que nos topemos con muchas senyeras andaluzas (en realidad, he dicho una pequeña mentira, encontraremos muchas banderas españolas republicanas, pero esa es otra cuestión que no es momento de discutir). ¿Es acaso más progresista fomentar la andalucidad que la españolidad? Respondo yo: no.
Uno supone que lo progresista es la universalidad, y que cuanto menos regionalista, más universal. Vuelve a resultar paradójico que la derecha sea más progre que la izquierda en este punto. Claro, que tampoco es algo que dure demasiado, ya que la universalidad de la derecha tiene ciertos límites y, por ejemplo, los partidos de izquierda son casi siempre más europeístas que los de derechas.
(En este momento, hasta yo ando liado con lo que digo, así que trataré de desatar la madeja).
El patriotismo no se puede asentar solo en la racionalidad. Me gustaría sentirme tan patriota europeo como patriota español, sin embargo, me falta algo. Por mucho que lo intente mi cabeza, mi corazón no terminan de hallarse muy hermanados con los estonios o con los búlgaros (desafío a que cualquiera que lea estas líneas sea capaz de citar algún dato sobre Estonia – sin mirar Google – aparte de el nombre de su capital).
Por ello, cuando quiero sentirme universal, me siento latino. Hace muchos años, en mi adolescencia, leí un libro sobre Nostradamus. Era una interpretación de sus escritos, y el autor de este libro creía haber descubierto que Nostradamus predecía una futura unión de Francia, Italia y España, las antiguamente conocidas como las tres hermanas latinas. Reconozco que me hizo ilusión. Uno de los problemas de la Unión Europea es que a menudo resulta difícil sentirse hermanado con países que nos cogen muy a trasmano. Con las tres hermanas latinas (incluyendo, por supuesto a Portugal dentro de Hispania) sería fácil. Sus idiomas son similares, y mucho más fáciles de aprender que el inglés que nos despepitamos en hablar y no terminamos de cogerle el punto (al menos, yo).
En fin, que sería mucho más positivo celebrar el día de la latinidad que el de las esencias regionales. Por mi parte, tengo la ilusión de que Nostradamus llevara razón, y que algún día fuéramos lusohispanofrancoitalianos. Por supuesto, seríamos ingobernables, pero, al mismo tiempo, un gran país.



































Iniciado | Miércoles, 22 de Diciembre de 2021 a las 16:36:23 horas
La gloriosa (época en el que la gente lista le sacaba los cuartos a todos los duques , condes , espabilados y cortesanos de la época )
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