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Carlos Roque Sánchez 1
Sábado, 27 de Noviembre de 2021

La ley de Brandolini

[Img #156179]‘Bullshit’. Es el corto título del libro cuya lectura me ha traído a endosarle esta última ‘Opinión’ de noviembre, una sola palabra en inglés que, afortunadamente, viene acompañada de un largo y clarificador subtítulo ‘Contra la charlatanería. Ser escéptico en un mundo basado en los datos’. Una explicitación que viene bien porque, si le soy sincero, lo primero que hice tras poner mis ojos sobre él, fue buscar en el diccionario el significado del término de marras con el que arranca, literalmente “mierda de toro”, tal como lo lee y perdone. El texto es una nueva herramienta intelectual, para esta nueva era de los datos, con la que combatir la desinformación y la manipulación de la verdad que, si bien han existido siempre, ahora, cubiertas de un suspecto cientifismo con gráficos, porcentajes y jerga pseudocientífica, resultan más difíciles de detectar y erradicar. Pero vayamos a lo que nos trae, lo de la mierda de toro del titular y la ley de la cabecera que aparece citada en el libro, del que no le he dicho aún son sus autores Carl T. Bergstrom y Jevin D. West.

 

Brandolini’s law. Que reza “The amount of energy needed to refute bullshit is an order of magnitude larger than is needed to produce it”, podemos traducir literalmente como “La cantidad de energía necesaria para refutar la mierda de toro es un orden de magnitud mayor que la necesaria para producirla”, y donde ‘bullshit’ puede ser sustituido por estupidez, información falsa, idiotez, ignorancia, sinsentido u obstinación, bueno ya me entiende. En definitiva, la frase enfatiza y cuantifica en términos científicos (orden de magnitud) la enorme dificultad que tiene desacreditar una información engañosa o falsa. La misma que, basada en la incongruencia y la ignorancia, solo necesita de tres líneas para ser planteada, pero cuya respuesta, fundamentada en el conocimiento cierto exigirá de no menos de treinta páginas. De ahí, de este desequilibrio de esfuerzos, le viene a la Ley de Brandolini, el otro nombre con el que es conocida, Principio de la asimetría de la mierda, o chorrada, tontería, gilipollez, estupidez, sírvase usted mismo. Y que nos viene a decir lo que muchos ya sabemos, aunque no seamos conscientes del todo.

 

‘Bullshit Asymmetry Principle’. Amenazar, ser un charlatán, mentir, hacer el mal, sembrar discordias e intrigas, recurrir a manifestaciones con fines espurios o proponer leyes absurdas y malevas, es muchísimo más fácil que solucionar un problema, reparar un daño, ganar la discusión a un idiota o rebatir con argumentos científico-técnicos las falacias populistas con las que, los diferentes ganapanes que en el mundo han sido, son y serán, timan a las personas indefensas generando en ellas falsas ilusiones. Y en los tiempos que corren hay auténticos “figuras” que ni siquiera tienen que hilar fino para que sus tontunas den la vuelta al mundo en un suspiro (como reza el viejo proverbio, “una mentira está al otro lado del mundo antes de que la verdad se ponga las botas”), y una multitud de gentes crean que son ciertas. Sirvan de ejemplo entre otros: los que no creen que el hombre estuvo en la Luna; los terraplanistas; los crédulos de la fusión fría y los creacionistas con su diseño inteligente. O, sin ir más lejos, el actual e ilustrativo caso de los que se niegan a la vacunación contra la enfermedad pandémica COVID-19. No entraré en este espacio a rebatir el argumentario acientífico en el que sustentan los postulados de sus erróneas y erradas falacias.

 

Leyenda urbana. A todos nos suena, en una versión u otra, esa antañona brometa en la que a un tipo ataviado como Gandhi y sentado en el suelo sobre sus posaderas con las piernas cruzadas, le preguntaron cuál era el secreto de su felicidad. “No discutir con idiotas”, dicen que respondió el buen hombre. “No estoy de acuerdo”, parece ser que replicó su interlocutor. “Tiene usted razón”, le espetó impertérrito. Ni que decir tiene que no puedo estar más de acuerdo con la moraleja de la historieta, a poco que se piense, es fácil caer en la cuenta que nunca, nunca, se debe discutir con un imbécil. Primero porque te rebajarás a su nivel y allí seguro que te ganará por experiencia y, segundo, porque corre el riesgo de que la gente no note la diferencia entre él y tú. Precaución. No. Aunque resulte de lo más tentador entrar a rebatir una imbecilidad, demostrar que el otro está cretinamente equivocado o, lo que es más importante, que somos nosotros los que tenemos razón, jamás debemos hacerlo, es más ni siquiera pensarlo. Se trata de un planteamiento imbécil en sí mismo -créame si le digo que decir imbecilidades es muy fácil, llevo media vida haciéndolo- no conduce a nada práctico y, además, como nos dice la ley requiere mucha energía. Por cierto, aunque cuenta con precedentes que se remontan al siglo XVIII, digamos aquí que fue formulada públicamente por primera vez en enero de 2013 por un tal Alberto Brandolini, italiano y desarrollador de programas de computación.

 

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  • Hermano Lobo

    Hermano Lobo | Sábado, 27 de Noviembre de 2021 a las 19:58:10 horas

    Genial artículo, ameno, instructivo y en el que haces gala de tu sentido del humor.
    Eres siempre el punto y aparte, el agua clara de **** , donde se pueden leer con tanta frecuencia, artículos y cartas tristes, mentirosas, indignantes, insultantes, aunque en ocasiones incitan al cachondeo burlón por las falsedades y propaganda barata que destilan.
    Siempre espero tu nuevo artículo, la mayoría de las veces no comento nada porque rara vez hay algo que añadir.

    Saludos.

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