Allí estaba con ocho años escuchando a un señor vestido con una túnica anacrónica hablando de Abraham, Aarón y Cam. En un lenguaje desfasado y de difícil comprensión para un niño.

Otra vez en la iglesia, vestido de domingo y el pelo como el conde Vronsky que más que un peine utilizaba un revolver para dibujarse la raya.

Ante la atenta mirada de mi madre que me mantenía a raya como el peinado. El gesto circunspecto de mi padre y con mi abuelo, siempre marcial, rodeándome sin escapatoria. El cura bebía vino por la mañana y se tomaba una oblea ceremoniosa. ¡Vaya plan! A los diez minutos las ganas de salir de allí ya eran considerables. Haciendo “playback” en las oraciones y cancioncillas que supuestamente debía conocer. Con coreografía dirigida, mandaban estar de pie, ahora sentado, luego de rodillas.

Pasó una señora con un saquito pidiendo pasta.

Que nos diéramos la paz. Mi abuelo, militar desde el génesis, más parecía darme un despacho para incorporarme a Sidi Ifni que la paz. Me pregunto si no llevaría la guerrera debajo de la camisa de los domingos.

 ¡El torero lo parece hasta cayéndose de un quinto piso!

Entonces ocurrió, las palabras mágicas: "podéis ir en paz". Menos mal, ya nos podíamos pirar de allí. ¡Vaya coñazo de misa! Y la semana que viene otra vez. Con el paso de los años se relajó esa obligación de pasar por el rancio patíbulo de la misa dominical y aunque me llamaba la atención la arquitectura, el tratamiento de la luz en sus templos y su acústica, la película que contaban… Como que no.

Pasó mucho más tiempo hasta que un día, por capricho del destino, me topé con un viejo clérigo con cara de buena persona y mantuvimos una conversación pausada. Me invitó a un café que me hizo remover las tripas más de lo deseable.

Le expliqué a Don Cipriano sin edulcorantes que no compraba la historia.

- ¿Que era aquello de la fe o creencia ciega?

Le bromee un poco con el anuncio de café Nespresso

- Really George?, ¿De verdad Jorge?

Él no decía nada y continúe.

- ¿Por qué somos tan puritanos? Eso de trabajar de sol a sol cuando en media hora de inspiración puedes resolver todo lo que importa en un día. Es mejor estar en vena un rato que pasar diez horas improductivas viendo correr las manecillas del reloj.

El me miraba, con cara de viejo zorro, como si hubiese escuchado aquella diatriba tres mil veces. Le di argumentos de todo tipo. De lógica y razón pura.

- La Biblia estaba más caduca que una breva en marzo y todo el ritual litúrgico es una puesta en escena muy poco convincente.

Tras masticar mi discurso me contestó, con despacio, viendo que aquella partida de ajedrez iba indefectiblemente a terminar en tablas:

 -No robes ni mientas. Trata bien a la gente. Respeta a tus padres, Y siempre que puedas ayuda a las personas. Si eres un hombre recto, que se vista por los pies, es suficiente. Cualquier lugar es un templo, no hace falta que vengas a una Iglesia.

Se terminó el café y mirándome a los ojos sentenció:

-Ese será tu contrato con Dios.

Miré el tablero y la disposición de las fichas.

Aquello eran tablas.

• Ese será mi contrato Dios
•  

Le di la mano al viejo zorro, sin la mala leche que se la daba Alekhine a Capablanca, ni la mala ostia de Karpov a Kasparov, más amablemente, como se la darían Federer y Nadal.

Cada día intento hacer honor a la palabra dada.