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Carlos Roque Sánchez
Sábado, 09 de Octubre de 2021

La era atómica y 'Calabuch'

[Img #153726]'Megadeath’. Me despedía la semana pasada con el agente externo que, sin duda, debió influir en el realizador cinematográfico Luis García-Berlanga Martí, a la hora de filmar ‘Calabuch’ y su sorprendente temática científica, tan asociada además a una visión buenista de la energía nuclear. Una idea que por mucho que le extrañe, en aquella época imperaba prácticamente en todos los entornos sociales, presentándose como una de las grandes esperanzas para un futuro mejor de la humanidad. No en vano, ya desde el principio, se tenían en consideración lo mucho que podrían llegar a representar las, indudables por otro lado, aplicaciones pacíficas de esa forma de energía. Una mentalización a favor de obra de lo nuclear que se inicia desde el mismo bombardeo sobre las ciudades japonesas de Hirosima y Nagasaki a primeros de agosto de 1945 y que supuso el principio del fin de la Segunda Guerra Mundial.

 

Sin duda, la acción bélica más mortífera de la historia de la humanidad, cuyo escalofriante número de víctimas y desolación material dio origen al término ‘megadeath’ (mega muerte), creado ‘ad hoc’ unos años después como una nueva unidad de medida destructiva. Lo que no fue óbice para que,  como último mal necesario, encontrara argumentos a su favor desde la supuesta aseveración de que, gracias a ella, se evitó una masacre mucho mayor: la que produciría la continuación de la guerra hasta que Japón se hubiera rendido. En la actualidad y hasta donde me he informado, sigue en discusión la realidad de las cifras manejadas para sustentar tal argumentación. Ahí lo dejo.

 

‘Átomos para la Paz’. Es el nombre del programa para el uso pacífico de la energía atómica que, con motivos diversos y entre ellos ciertamente el propagandístico, el presidente de Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, presentó ante la ‘Asamblea General de Naciones Unidas’, el 8 de diciembre de 1953, es decir muy poco menos de tres años antes de que se estrenara ‘Calabuch’. Una especie de agencia internacional -a la que la nación estadounidense suministraría 5000 kg de U-235, el isótopo fisionable del uranio, para su utilización en aplicaciones nucleares civiles en medicina y generación de energía-, bajo los auspicios de la misma ONU que pronto tomó vuelo. Tanto es así que, en agosto de 1954, Eisenhower firmaba una ley sobre energía atómica por la que EE.UU. podía facilitar información y ayuda a los países amigos a través de acuerdos bilaterales. Y entre estos amigos se encontraba la España franquista de mediados de siglo pasado, sí, ha leído bien.

 

De hecho, un año después, ambas naciones firmaban un convenio de cooperación “relativo a los usos civiles de la energía atómica” al que, obviamente, dieron su aprobación las insustanciales ‘Cortes’ de la época. Ese mismo año, el empresario Lewis Strauss, director por aquel entonces de la omnipotente ‘Comisión de Energía Atómica’ estadounidense, pronunciaba esta panegírica previsión a quince años vista: “no será excesivo esperar que nuestros hijos disfruten en sus casas de energía eléctrica demasiado barata como para ser medida en el contador; en el que sabrán de hambrunas regionales endémicas en el mundo únicamente a través de los libros de historia; en el que viajarán sin esfuerzo por los mares o bajo ellos y por el aire con un mínimo de peligros y a grandes velocidades; y en el que gozarán de una expectativa de vida mucho más larga que nosotros”. En fin, predicciones y previsiones humanas, errores y aciertos de la mano. Por cierto, en la primavera de ese mismo año fallecía el físico relativista germano-estadounidense Albert Einstein.

 

‘Proyecto Orión’. Pero, y por si fuera poco lo expresado a favor de la atomicidad pacífica, el optimismo y la fe depositada en las posibilidades de la energía nuclear dio un paso más, mejor dicho, un salto, un salto espacial que llevó de nombre ‘Proyecto Orión`. Un programa con el que se pretendía enviar una nave al planeta Marte, en un viaje que duraría entre tres y cinco años. Se trataría de un vehículo espacial de cuatro mil toneladas de masa, cien metros de largo y cincuenta de ancho, con capacidad para veinte o más personas, y que sería impulsado por la energía liberada en las explosiones de unas ochocientas “bombas atómicas de bajo nivel”, en lo que se conoce como ‘mecanismo de propulsión nuclear de pulso’. Se llegó a pensar incluso en la posibilidad de realizar viajes interplanetarios baratos, no le digo más. Una auténtica y pura locura, propuesta por primera vez en 1946 por el físico Stanislaw Ulam, y que como proyecto arrancó en 1958 llegando a contar con la colaboración de científicos tan notables como Freeman Dyson. Un proyecto que acabó cinco años después, al ser clausurado en 1963 por el tratado de prohibición parcial de ensayos nucleares.  Seis años después tenía lugar el primer hollamiento lunar.

 

Mientras, en España, con su particular y ácido sentido del humor, el maestro Berlanga ya había filmado ‘Calabuch’ y su cinematográfica carga de realidad y de fábula. Otro día, si lo desea, le opino sobre su argumento, toda una delicia.

 

CONTACTO: [email protected]

FUENTE: Enroque de ciencia

 

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