Balsa Cirrito
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FELIZ VERANO
Después de este artículo, si me lo permiten, me voy a tomar un paréntesis de unas semanas, más que nada para evitar que me cojan cariño; bien entendido que tampoco doy demasiados motivos para ello. Y como quiera que hayamos llegado felizmente al verano, me voy a permitir recomendarles un par de libros para las vacaciones.
No hablo de novedades editoriales, pero sí de libros de desconcertante actualidad, y que se hallan relacionados con algunos de los temas que solemos tratar en esta página y con algunas de las fobias que manifestamos.
El primero lleva por título El infiltrado y es una de las novelas menos conocidas de Blasco Ibáñez, lo cual quizás no sea tan grave, ya que Blasco Ibáñez seguramente es el autor español que más libros ha vendido a lo largo de la historia. Se trata de una obra que, no sé muy bien por qué (o quizás si lo sepa), soporta una especie de sordina o de conspiración de silencio. Es muy posible que incluso a lectores bastante familiarizados con la obra del escritor valenciano, ni siquiera les suene el título. El motivo es el asunto: los orígenes del nacionalismo vasco. Blasco Ibáñez, que era federalista y que fue el creador del movimiento regionalista levantino, no parece sospechoso de centralismo. Sin embargo, arremete con furia contra los fundamentos reaccionarios de Euskalerría, esto es, la religión y la raza; o, para ser más exactos, el clericalismo y el racismo. El triunfo de los paletos de los caseríos contra los degenerados innovadores de las ciudades.
El infiltrado, además, es una novela de una razonable amenidad, con lo que resulta más paradójica la conspiración que ha caído sobre ella. Aunque tiene su explicación. Por un lado, Blasco Ibáñez ha sido siempre una especie de demonio para las derechas españolas, y esta obra, anticlerical y antitradicionalista, ofrece sobrados motivos para su demonización. Por otro, parte de la izquierda, que con notable estupidez e inconsistencia acoge las ideas nacionalistas, ha visto también con desagrado la mofa de las ideas euskaldunas que encontramos en El infiltrado. Total, que entre unos y otros, casi la han hecho desaparecer. (Por cierto, y si mal no recuerdo, la Biblioteca Municipal posee un ejemplar. Creo que se halla en la zona de depósitos).
El otro libro que me gustaría recuperar y recomendar es Memorias de un cortesano de 1815, de Pérez Galdós. Tampoco es una de las obras más conocidas de su autor, aunque en este caso tiene cierto halo de novela de culto. Pertenece a la II serie de los Episodios Nacionales, y en varias ocasiones la he utilizado como modelo en estos artículos. Desde luego, no es una narración que goce la fama que quizás merecería si su autor hubiera sido un escritor menos prolífico: entre la masa de las novelas de Galdós pasa relativamente inadvertida. Sin embargo, se trata probablemente de la novela política más divertida e interesante de toda la literatura española (o si tal juicio parece demasiado radical, dejémoslo en una de las más interesantes). Su protagonista, Juan Bragas de Pipaón, es el trepador absoluto (absolute climber). Le resulta indiferente una ideología u otra siempre que le ayude a conseguir sus objetivos personales. Y, por supuesto, se trata de un individuo completamente corrupto, que acepta sobornos con una naturalidad y desparpajo que daría envidia a los más deshonestos delegados de urbanismo de nuestros días. El cinismo de Juan de Pipaón no tiene parangón en nuestras letras, y su doblez e hipocresía, mal que nos pese, nos hacen reír. La novela tiene un par de continuaciones, mejores todavía que la primera parte, pero como vienen incrustadas en otros libros, lo dejo pasar. De momento.
Por lo demás, no me extiendo. Feliz verano y volvemos en unas semanas.












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