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Carlos Roque Sánchez 2
Sábado, 07 de Agosto de 2021

Hiroshima, 6 de agosto de 1945

[Img #150160]‘Megadeath’. Tal día como ayer viernes sólo que de hace 76 años, entonces cayó en lunes, tuvo lugar el ataque estadounidense a la ciudad japonesa de Hirosima, mediante el lanzamiento a las 8,14 (hora local) de una bomba nuclear de fisión desde seiscientos metros de altura, y que detonó cien más abajo y un minuto después. Lo hizo encima de un edificio que hoy se conoce como el “Domo de la bomba atómica”, liberando una energía equivalente a dieciséis kilotones y dejando ciento cuarenta mil muertos en la ciudad, que quedó destruida.

 

Era el principio del fin de la Segunda Guerra Mundial pues el 2 de septiembre, tan solo veintisiete días después, se firmaba la paz tras seis años y un día de contienda, eso sí, con el lanzamiento en el ínterin de otra bomba nuclear el 9 de agosto sobre Nagasaki, segundo blanco nuclear japonés. Se trató de la campaña bélica más mortífera de la historia de la humanidad -entre cincuenta y setenta millones de víctimas, el dos coma cinco por ciento de la población mundial- y fue origen del término ‘megadeath’ (mega muerte), creado ‘ad hoc’ unos años después como una nueva unidad de medida destructiva. Estaba cuantificada en un millón de muertos y tenía un significado doblemente terrible: uno, matar a miles de civiles indefensos, con la excusa de evitar muchas más muertes futuras; y dos, hacerlo, además, sin ser consciente de ello, casi sin que se note. ‘Little Boy’ y ‘Enola Gay’.

 

La de Hirosima, una bomba de fisión del isótopo U-235, tenía el nombre en clave de ‘Little Boy’ -literalmente “Pequeño Muchacho”- y externamente era un artefacto de 305 cm de altura y 71 cm de diámetro, con una masa aproximada de 4 t. Un apodo que en español prefiero cambiar por el de “El Flaco”, que me parece más apropiado dado su aspecto alargado, máxime si lo comparamos con la lanzada en la ciudad japonesa de Nagasaki y bautizada como ‘Fat Man’, literalmente “Hombre Gordo”. Otra bomba, ésta fabricada con el isótopo Pu-239, de tres coma veinticinco metros de longitud y uno coma cincuenta y dos de diámetro, con una masa de cuatro mil seiscientos setenta kilogramos y capaz de liberar una energía de veinticinco kilotones. Volviendo a Nagasaki, ‘Little Boy’, fue arrojada desde un bombardero Boeing B-29 Superfortress de las Fuerzas Aéreas del Ejército de EE. UU., bautizado como ‘Enola Gay’. Sí, el mismo nombre de la canción del grupo OMD, Orchestral Manoeuvres in the Dark, pero esa es otra historia.

 

Por cierto, junto a este avión voló otro de reconocimiento climático de apoyo, bautizado como ‘Straight Flush’, algo así como “escalera de color”, la conocida combinación de cinco cartas consecutivas del mismo palo. Coronel Paul Tibbets. Como seguro se imagina y ya en el terreno personal, cada participante en el bombardeo nuclear de Hirosima sobrellevó el acto en su conciencia como mejor pudo a lo largo de su vida. Y hubo conductas de todo tipo, como en botica. Por ejemplo, en un extremo de este sentimiento de culpabilidad se encontraba el coronel Paul Tibbets, piloto y comandante de la aeronave, quien nunca mostró remordimientos por la misión, acogiéndose a la hipótesis oficial de acortar la guerra y ahorrar un número mayor de muertos. Pasado el tiempo, con un talante algo ufano y frío llegó a manifestar en más de una ocasión: “Nunca he perdido una noche de sueño desde entonces”. “La bomba hizo lo que tenía que hacer”. Lo primero es sobrevivir, que dijo uno.

 

Gracias a unas grabaciones recuperadas, conocemos sus palabras ‘in situ’ al respecto: “Vi el resplandor, y lo saboreé. Sí, se podía saborear. Sabía a plomo. Era como el empaste de mis dientes”. Más o menos en la misma línea se mantuvieron otros tripulantes, como el sargento Joe Stiborik, encargado del radar, quien en apariencia vivió feliz y manifestando que solo habían lanzado una “bomba algo más grande”. Y aquel otro militar del que no tengo a mano los datos personales pero que, a modo de anécdota, terminó siendo director de una fábrica de chocolate. De algo hay que vivir, que dijo otro. Oficial Claude Eartherly. Pero como la alegría, el sentimiento de culpabilidad va por barrios. Y en el otro extremo del mismo, en contraste con el estado de ánimo imperante en el ‘Enola Gay’, estaba el oficial Claude Eartherly, piloto del avión de apoyo ‘Straight Flush’.

 

Es muy, muy, probable que pocos hombres sufrieran tanto el peso de la culpa nuclear como él. De hecho nunca pudo con su conciencia pues, no en vano, fue quien comunicó el ‘go ahead’ (“adelante”) para que se lanzara la bomba. Estuvo años internado en diversos hospitales militares, fue vendedor de máquinas de coser, se divorció, y hasta llegó a cometer pequeños delitos -atracos sin llevarse nada o entrega de talones sin fondo- con el único objetivo de ser detenido y penar así, de alguna manera, su culpa. Intentó quitarse la vida en un hotel de Nueva Orleans, más tarde lo hizo en Waco y, finalmente, murió internado en un manicomio. El 9 de agosto de 1945, entonces cayó en jueves, tenía lugar el segundo y, hasta la fecha, último ataque nuclear sobre una ciudad, Nagasaki. La cuestión es, ¿habrá un tercero? Dicen que alguien dijo en cierta ocasión, algo así como: “No sé con qué armas se combatirá la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con palos y piedras”. Lo que puede ser, no va a ser uno quien diga lo contrario.

CONTACTO: [email protected] FUENTE: Enroque de ciencia

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  • Carlos Roque Sánchez

    Carlos Roque Sánchez | Lunes, 09 de Agosto de 2021 a las 09:14:08 horas

    Hola José María. Me alegra muchos saber de ti. Gracias por tus amables palabras. Saludos.

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  • José María Pérez

    José María Pérez | Domingo, 08 de Agosto de 2021 a las 23:02:54 horas

    Querido Carlos, mi profesor de física en Montequinto, siempre disfruto de tus artículos a la par que compartimos el pellizquito de corazón por Rota.
    Un abrazo

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