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Redacción 3
Miércoles, 04 de Agosto de 2021

Diario del año del coronavirus

Humus, faláfel y el día del fin del mundo

por Balsa Cirrito

[Img #150056]Cuando yo era niño - digamos a principios de los 70 - recuerdo que solo había un sitio donde vendieran spaguetti en Rota, que era las Mantequerías Leonesas, en la calle Charco. Si pensamos que Rota, por mor de la influencia americana, estaba más abierta al extranjerismo gastronómico, nos podemos imaginar cómo sería el suministro de productos no estrictamente tradicionales en otros pueblos andaluces.

           

Mi madre, que era italiana, y mi padre, que era madrileño, pero que había vivido gran parte de su vida hasta entonces fuera de nuestro país, sentían cierto espanto por la cocina tradicional andaluza, que les parecía demasiado rústica y casi siempre sobrada de ajo. De resultas, en mi casa se comía un poco diferente, y yo escuchaba en el colegio a los otros niños hablar de ciertos platos que a mí se me antojaban casi esotéricos. ¿Qué era la poleá? ¿Tagarninas? ¿Arranque? ¿Berza? ¿Alcauciles? Confieso no haber probado el arranque o la berza hasta pasados los treinta años, y la poleá o las tagarninas no las conocí hasta hace dos o tres.

           

Por supuesto, esos hábitos culinarios han cambiado, ¡y de qué manera! A veces pregunto en el instituto a los alumnos por algunos de esos preparados que a mí me resultaban tan raros, y resulta, paradójicamente, que a ellos les parecen tan extraños como a mí me parecían de niño. Los jóvenes, tengo esa sensación, solo conciben una comida, que es queso fundido con algo (al que inventó las patatas fritas con queso por encima habría que llevarlo al Tribunal Constitucional).

           

Aunque más grave es lo de los adultos. Los hábitos culinarios contemporáneos son una demostración de que con buena propaganda se puede hacer tragar a la gente – nunca mejor dicho – lo que sea.

           

En los últimos años se han puesto de moda multitud de comidas que, según mi docta opinión, solo se entiende su auge por la influencia del cine, redes sociales y revistas guais, porque son malas, ¿qué digo malas? Son directamente delictivas. Pongamos unos cuantos ejemplos.

           

¿De verdad a alguien le gusta el humus? A mi entender, el humus es un desagradable maridaje entre el albero de Alcalá y el cemento Portland. Hoy precisamente he estado leyendo sobre una cata de humus, y lo que más valoraban era la textura pedregosa, como de papilla mal batida. Cuanto más pedregosa, o eso decían, mejor. Sin embargo, ahí lo tienen, cubriendo los estantes del Mercadona. Desengáñense, el humus está muy malo.

           

Y si empezamos a hablar del sushi es un no parar. ¿Creen que el sushi es como para comerse un plato de diez o doce porciones de maki o de nigiri? Por favor, ¿estamos tontos o qué...? Entiendo que se pueda picotear un maki para ver cómo anda eso, pero hartarse de pegotes de arroz con cosas – frecuentemente sin cocinar – no parece muy atractivo. Aunque lo mejor es que a menudo el sushi nos lo venden al precio de trufa negra de Teruel.

           

En el terreno de los postres también encontramos engendros. Por fortuna, ya ha pasado de moda, pero hace unos años el tiramisú era una especie de plaga. Soy un goloso profesional, casi es más fácil encontrar vida extraterrestre que un dulce que no me guste, sin embargo, recuerdo con horror los tiempos del tiramisú. Y casi tan horribles son las tortitas americanas de desayuno. Es quizás la preparación más insípida y absurda del mundo. Sin embargo, en los supermercados venden paquetes  de tortitas preparados y, oiga, ¡hay gente que los compra!

           

No obstante, mi mayor enemigo culinario de las moderneces importadas es sin duda el faláfel. Puedo entender que a alguien le llegue a gustar el sushi (por ejemplo, si lo rellena de chicharrones o de morcón ibérico) pero el faláfel... ¡Santo Dios...! Y, sin embargo, no hay un supermercado que no tenga sus paquetes de falafeles preparados. La guerra de Siria ha traído, aparte de graves consecuencias humanas, la expansión del faláfel, que no sé si es la peor. ¿Por qué, entonces, hay tanta gente que come el faláfel creyendo que les gusta pero que en realidad no les gusta?  Pues supongo que porque son, dicho sea sin faltar a nadie, ¿eh?, un poco carajotes.

           

O sea, que hemos pasado de una alimentación rancia y tradicional, con exceso de ajo y preocupaciones religiosas, a una internacionalizada que creemos que nos gusta pero que, a poco que lo pensemos, es mentira, la comemos por esnobismo. Como en casi todo, ni tanto ni tan calvo. Aunque igual esta moda culinaria es una de las señales del Día del Juicio. Creo que el Apocalipsis mencionó algo de esto.

           

(Por cierto, la llamada pizza roteña, salvo muy raras excepciones, es ho-rro-ro-sa; solo concibo que alguien la pueda comer con gusto en Supervivientes u otro de esos programas de concursantes hambrientos).  

 

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  • Otra de Rota

    Otra de Rota | Jueves, 05 de Agosto de 2021 a las 12:19:09 horas

    Bueno para gustos los colores, libre eres de que te guste o no todas ésas cosas. Lo que no entiendo es que el tiramisú es italiano y dices que tu madre era italiana así que o no eran de la misma zona o no sé cómo te pilló por sorpresa.

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  • Hermano Lobo

    Hermano Lobo | Miércoles, 04 de Agosto de 2021 a las 13:55:52 horas

    Nunca he he podido estar más de acuerdo contigo.

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  • Faluya

    Faluya | Miércoles, 04 de Agosto de 2021 a las 12:07:30 horas

    Una buena tosta con manteca colora y surrapa y su vaso de café solo.. me daban cuando era niño eso era un manjar de Dioses años 62 .63

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