‘Mediterráneo’: Canción, mar y Rocío
‘Quizá porque mi niñez’. Así arranca la que está considerada por muchos como la mejor canción de pop-rock español, un parecer ratificado de manera popular en 2004 por Televisión Española y, posteriormente, por la revista ‘Rolling Stone’ en 2010. De ella se dijo -transcurridos nueve años, en 2019, y en el preámbulo de la pandémica COVID-19, producida por el coronavirus SARS-Cov-2-, que se trataba de “la mejor canción jamás cantada”. Lo dejo ahí, pero algo tendrá el agua cuando la bendicen. Publicada en 1971, esta canción de autor del español Juan Manuel Serrat resulta ser todo un canto al mar Mediterráneo y uno de los himnos populares de España, sobre los que los exégetas no terminan de ponerse de acuerdo acerca del cuándo y dónde fue compuesta.
Una circunstancia espacio-temporal que no hace al caso, cualquiera de ellas sirve a nuestros propósitos pues, como reza el conocido proverbio italiano, ‘E se non e vero, e ben trovato’ (y si no es verdad, está bien traído). Pues eso. Una canción que musicalmente cuenta con unos arreglos en los que sus primeros acordes resultan reconocibles y familiares. A no pocos le recordaran el sincopado ritmo 5/4 del tema de jazz ‘Take Five’, asociado al pianista estadounidense Dave Brubeck, si bien lo compuso el también estadounidense pero saxofonista, Paul Desmond. Un ritmo por cierto que en ‘Mediterráneo’ pasa a ser de 6/4, un tiempo ternario más regular y accesible, con el resultado de una melodía impecable, ensamblada con un ritmo peculiar que, a algunos, les puede parecer la encorseta, pero no es así, créame.
Música y letra. Estamos ante una canción soberbia, un regalo de la musa que con su aire de milonga y su extraordinaria letra, se ha convertido en un himno que trasciende el tiempo. Un hito musical que lleva acompañándonos medio siglo después, pues es más que probable que sea el más bello himno al mar jamás compuesto y una de las mejores escritas en castellano. Una que habla de amor sin serlo, aunque sin duda lo sea como por otro lado lo son todas las buenas canciones. Un poético canto a la cultura mediterránea que Serrat inicia hablando de su niñez (‘Quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa’), y termina haciéndolo de su muerte (‘Y a mí enterradme sin duelo entre la playa y el cielo’), mientras en el ínterin evoca de todo.
Desde el carácter de sus gentes (‘me gusta el juego y el vino, tengo alma de marinero’ y algunos de los principales hitos históricos que tuvieron lugar en sus aguas (‘que han vertido en ti cien pueblos, de Algeciras a Estambul’). Pasando por su apego y proximidad a él (‘¿Qué le voy a hacer si yo, nací en el Mediterráneo?’) y por una parte de su propia vida (‘y amontonado en tu arena guardo amor, juegos y penas’). Hasta llegar a compararlo con una mujer que juega con él (‘eres como una mujer perfumadita de brea’). En fin, qué quiere que le diga, una soberbia canción que escapa a todo análisis, por cierto, ¿no le maravilla el uso de términos como “genista”, “desguace” y “parca” o la expresión “perfumadita de brea”? ¿Y qué le parece el uso de los imperativos “empujad”, “dejad” y “enterradme”? Un portento solo posible ‘cerca del mar, porque yo nací en el Mediterráneo’.
Mare Nostrum. Es como lo llamaron los romanos (“mar nuestro”), uno entre otros tantos nombres puestos por las distintas civilizaciones que lo han rodeado a lo largo del tiempo: egipcios, fenicios, hebreos, griegos o cartagineses. Es precisamente San Isidoro de Sevilla, eclesiástico católico y polímata hispano quien, en el siglo VI, a la vez que lo delimita físicamente de manera correcta, utiliza por primera vez el nombre propio de ‘Mediterraneum’. Y lo hace en calidad de geógrafo y hombre de ciencia ya que, etimológicamente, el nombre deriva del latín ‘Mar Medi Terraneum’, “mar en medio de tierras”, pues es eso, un mar que está entre tierras y no de una tierra que está entre mares.
Un mar con una longitud de 3860 km, una superficie de unos dos millones y medio de kilómetros cuadrados y una profundidad media de 1370 m, cuyas aguas bañan las tres grandes penínsulas del sur de Europa (ibérica, itálica y balcánica) y una de Asia (Anatolia) Y que se conecta con el océano Atlántico a través del estrecho de Gibraltar, con el mar Negro por los estrechos del Bósforo y los Dardanelos y con el mar Rojo por el canal de Suez. Un mar cálido con un característico clima homónimo y un estilo culinario propio en toda su cuenca, que en actualidad cuenta, para su desgracia, con las tasas más elevadas de hidrocarburos y contaminación del mundo. Algo que viene de tiempo atrás pues, sólo catorce años después y con toda justificación, en 1984 Serrat volvía a dedicarle otro tema, en este caso el desgarrador ‘Plany al mar’ (‘¡Ay, quién lo diría / sin rubor. / Miradlo hecho un basurero!’).
La egabrense, ‘dixit’. Si San Isidoro fue el primero en llamarlo ‘Mediterráneo’ allá por el siglo VI, la última persona notable en nombrar a este mar rodeado por los continentes Europa, África y Asia, hasta donde me consta, no es otra que la ínclita Carmen Calvo. Perdone si me baila la fecha, le tengo al tanto de que lo mío, un servidor de usted, es ya una edad, pero creo que fue hace ahora siete años cuando la, por entonces ministra de Cultura, se dejaba caer con una epatante afirmación: “El Rocío es la explosión de la primavera en el Mediterráneo”. Como lo lee. Mucho ministerio cultural, algo de profesora titular en Derecho, pero lo que se dice de Geografía de España bachillera, esta señora poquito, muy poquito. Según la egabrense, Huelva está a las mismas orillas del Mediterráneo, ni más ni menos. O eso ‘dixit’, Pixie o Dixie o como demonios lo diga ella. Que al fin y al cabo qué sabrá uno. Pues eso.
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FUENTE: Enroque de ciencia
Hermano Lobo | Miércoles, 30 de Junio de 2021 a las 17:37:41 horas
Excelente artículo. Mediterráneo lo merece. Estupenda disección analítica de la canción "verso a verso"
Didáctico como siempre; aunque he recorrido sus orillas hasta Estambul, no se me había ocurrido calcular la distancia.
Y, como con frecuencia con una sonrisa final, por la cita a la cocinera antes que fraila.
Saludos.
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