La mirada de un gran mamífero
Permítanme que hoy me tome la licencia de escribir de una sentada y sin filtrar. Como hubiera hecho John Ford, en Centauros del Desierto una escena de 5 minutos sin cortar.
Película, que, por cierto, en inglés era “The searchers”. Otro día hablaremos de las traducciones chapuzas, más propias de Manolo y Benito que se hacen en España.
Debía yo estar en mi primer año de universidad que me invitaba a su casa mi buen amigo Ángel. Fíjense si era bueno que siempre me oyó quejarme, dada la rareza de mi nombre, de no tener tocayos y aíún llamándonos diferente, me permite ser su tocayo. Cosa que tengo en gran estima.
En aquella casa de un hermano y no sé cuántas hermanas, se palpaba en el ambiente la tauromaquia. Una patata colgaba de un nylon a la vera de un retrato de Paco Ojeda ya que, aunque la matriarca era sanluqueña, el bando mayoritario era jerezano y, por ende, idolatraban a Rafael de Paula.
El Cossío allí era la biblia. Aprendimos que hay toros ensabanados, lombardos, meanos, bragados, cárdenos o capirotes según su pelaje. Mirando las astas, tenemos al cornalón, bizco, tuerto, despitorrado o descarado.
Las tertulias sobre las figuras eran memorables. En algunos casos, bastaba el paseíllo y el arte de liarse en un capote para eclipsar cualquier otra gesta.
Mucho después recuerdo una tarde de toros en Sanlúcar donde el Fandi le dio 160 pases a un morlaco de nombre “aviador”. La banda se quedó sin pasodobles, toda la plaza menos unos airearon el pañuelo pidiendo el indulto, la presidencia se veía nerviosa y consultaba aquí y acullá.
Recuerdo que mi padre, que hasta el cuarto pasodoble protestó porque aquello más que una corrida era un festival, luego sacó su pañuelo más emocionado que el ganadero.
Aquel toro fue indultado. La Presidencia, y es disculpable, no lo notaría entre el mar de pañuelos, pero yo no lo saqué. No lo saqué porque ni el toro era tan bueno ni estaba bien armado ni la faena, dentro de que volvía una y otra vez al engaño, me pareció tan extraordinaria.
El indulto debe ser una cosa excepcional.
A la semana siguiente salió en la tele Aviador en la dehesa, viviendo la vida de semental.
Pero toda esa época fue pasada. La sociedad ha cambiado radicalmente y aunque me sigue cautivando el lenguaje taurino, la ropa de torear o la música que envuelve el evento ya no puedo con la mirada del gran mamífero encastado que mira su propia muerte.
Que me perdonen mis amigos y mi tocayo.
En esta semana que ha pasado se ha hecho más realidad que nunca la frase de “cuanto más conozco a la humanidad más quiero a mi perro”. Hay gente cruel y desalmada. Sin embargo, los animales son otra cosa y merecen toda la consideración. Miran con profundidad.
Por eso, tal vez aquel día en la plaza de Sanlúcar debí sacar el pañuelo, Ahora lo sacaría en todas las faenas.
Hay otros bizcos y cornilargos que ahora van a ser indultados, aunque la Presidencia no ha mirado que, en la plaza, como mucho, hay tres o cuatro pañuelos.












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