Calle Charco, con Antonio Franco
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JURO O PROMETO
Ya saben ustedes que la diferencia entre jurar y prometer está sólo en su significado religioso. Jurar es afirmar o negar una cosa poniendo por testigo a Dios. Por eso, en las bodas religiosas se jura fidelidad mutua entre los novios. Otra cosa es que, por unas circunstancias o por otras, se rompa el vínculo y, por tanto, se falle el juramento que se hizo ante Dios.
A la hora de recibir el nombramiento oficial de concejal/a también los hay que se atreven a poner a Dios por testigo de que sus actos van a ir en la dirección que marca la ética y la moral del cargo que se ostenta. Por esa razón, Dios debe sentirse ofendido cuando contempla que algunos de los que “tomaron su nombre” lo hicieron “en vano”.
La promesa, en cambio, tiene un significado más laico. Porque también hay promesas de tipo religioso, como la “Promesa del Bautismo”. Pero, para el caso que nos ocupa, la trataremos desde el punto de vista político.
Ya saben que si el concejal/a quiere comprometerse ante Dios, coloca su mano en la Biblia y Jura su cargo. Si, por el contrario, el concejal/a prefiere comprometerse sólo ante sus vecinos, entonces Promete su cargo apoyando su mano en la Constitución.
Otra diferencia fundamental entre el juramento y la promesa es que, si se falla, Dios, en el caso de los han tomado su nombre en vano, no los fulmina con un inminente rayo. Sin embargo, si el cargo público ha fallado en su promesa a sus convecinos, éstos si lo pueden “fulminar” a él, aunque no con un rayo.
Tanto la promesa como el juramento llevan implícito una serie de connotaciones. En la vida pública, en la Política, la promesa y el juramento es como un pacto, que se convierte en una obligación en el momento de llevarse a cabo. También supone un compromiso, aunque en ocasiones no es lo mismo prometer, que viene a ser un acto de voluntad, que comprometerse, que resulta un deber.
La experiencia nos dice que toda esta teoría de promesas y juramentos cae, en algunos casos, en saco roto.
El acto de toma de juramento o promesa resulta sólo protocolario. Algunos vuelven a jurar su cargo estando todavía pendientes de que la Ley se pronuncia sobre ciertas apreciaciones contrarias al juramento llevado a cabo.
La prevaricación en los cargos públicos es algo así como la infidelidad en la pareja. Supone una especie de ruptura con “la otra parte”. El cargo público que cae en la prevaricación es un traidor a la comunidad que le otorgó su confianza.
Los cargos públicos de ideologías de izquierdas suelen prometer, mientras que los de derechas suelen jurar. Resulta curioso, ¿a qué sí?
No digo que sea así en todos los casos, siempre hay excepciones, pero es la tónica general. Ello nos lleva a la idea mantenida en anteriores ocasiones de que la derecha “se apropió” del concepto de Dios y lo hizo patrimonio suyo. Y la izquierda, por su parte, prefiere no mezclar lo divino con lo humano, la religión con la política.
Estos días, los juramentos y las promesas han llenado los salones de Plenos de todos los municipios y ciudades de este país nuestro. La mayoría de los cargos públicos cumplirán su promesa o juramento. Una parte de ellos prevaricarán por un motivo u otro. “La carne es débil”, que dirían. Lo peor de todo esto es que esos personajes infieles a la palabra dada, mancharán en buen nombre de la Política y conducirán, cada vez a más ciudadanos a pensar, creer y convencerse de que todos los políticos somos iguales. Expresarán convencidos que “quien anda con miel, se chupa los dedos”. En el fondo piensan que ellos harían lo mismo, si no lo hacen ya desde sus diferentes puestos de trabajo. Porque existen muchas formas de robar. Escaquearse en el trabajo, por ejemplo, puede ser una modalidad de robo. Si encima, el personaje en cuestión es un funcionario público lo que conlleva la promesa o el juramento de su cargo, podemos afirmar que resulta tan prevaricador como el político que ha infringido la Ley aprovechándose de su cargo público.
La sociedad no puede ser permisiva ante ciertas actitudes. No podemos ver normalidad en una serie de actos que merecen la condena unánime. La sociedad, en ocasiones, parece ciega, o mira para otro lado, que viene a ser casi peor.
La promesa y el juramento, el juramento y la promesa, debe ser el resultado de un pacto entre el cargo público y el Pueblo. Si el pacto se rompe, el Pueblo debe exigir responsabilidades. Lo contrario es fomentar “la cultura del todo vale o la de pasar página”. La promesa y/o el juramento es algo muy serio que no puede quedar en un mero formulismo.
Salud.
ANTONIO FRANCO GARCIA












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