"Ciencia más allá del Coronavirus"
El error de Descartes
por Daniel de los Reyes Helices
El afamado filósofo, matemático y físico francés, René Descartes tenía una visión peculiar sobre la vida mental de los animales diferentes al homo sapiens. Según la teoría cartesiana, los animales experimentan una toma de decisiones automatizada, repleta de actos reflejos donde cualquier estímulo detonante conlleva una reacción exenta de esfuerzo mental, ya que, en palabras de René: “La razón y el juicio es la única cosa que nos hace hombres y nos distingue de los animales”. Incluso llegó a referirse a los animales, en un alarde de verborrea, como animales-máquinas. Esta visión ha sido malinterpretada a lo largo de la historia arrebatando el carácter biológico, emocional y psíquico del resto de los componentes de nuestro mismo reino, utilizándose como justificación para una explotación continua, exhaustiva e implacable. De ahí que nuestro cometido de hoy sea el de proporcionar las evidencias suficientes para derrocar tan tirana falacia.
No hay duda de que la razón es una característica clave del ser humano, una habilidad básica que ha derivado principalmente en el uso de herramientas como solución para resolver los problemas y enigmas más recónditos. Sin embargo, pese a ser una característica inherente, no es exclusiva: Por ejemplo, los grajos no tienen ninguna dificultad en comprender un aparato de plástico transparente que requiere que los pájaros tiren una piedra por un tubo para liberar una jugosa merienda, eligiendo a la perfección y con rapidez entre las distintas opciones que se le daban, tales como piedras y diferentes ramas, e incluso modificando las herramientas de manera adecuada si el ejercicio lo requería (1).
No obstante, claro está que el razonamiento no solo nos ha llevado a dominar a placer herramientas inertes, sino que hemos sido capaces de manejar distintas especies para alcanzar objetivos propios. De nuevo debemos compartir autoría en esta artimaña, ya que peces como el mero son capaces de conducir a sus vecinas las morenas o a los peces emperador, para que le ayuden a cazar pequeños peces que hayan podido esconderse entre los corales (2). Incluso nosotros mismos hemos sido objeto de uso por parte de animales como las Orcas, las cuales eran capaces de guiar a los balleneros hasta las ballenas, de manera que pudieran sacar provecho de la masacre resultante (3).
A su vez debemos discrepar de nuestro protagonista francés, ya que, pese a que el juicio se encuentre entre nuestras señas de identidad, dando lugar a emociones tan “humanas” como la envidia o el narcisismo, volvemos a encontrar casos de “animales-máquinas” que parecen imitar a la perfección esta serie de emociones, tal y como si las padecieran realmente. Aparentemente incluso nuestros defectos no son únicos. Un caso clásico de envidia podría mostrarse con los resultados de un experimento en monos capuchinos, dónde, aunque previamente se mostraran agradecidos al recibir una rodaja de pepino, muestran rechazo y enfado al ver que mientras que a ellos se les ofrece un trozo de pepino, a otro mono contiguo se le ofrecía una uva (4).
Por otra parte, se ha registrado el caso de delfines “narcisistas” que pueden pasarse días enteros realizando giros y piruetas frente a un espejo colocado deliberadamente en el recinto, evidenciando su capacidad de autorreconocimiento (5).
Pese a que los hechos contradigan las directrices de René, su sombra sigue dando cobijo aún en nuestros días, incluso dentro de un sector de la ciencia, donde pese a los resultados experimentales, se amparan bajo la imposibilidad de penetrar en la conciencia animal, relegando la cuestión a un escepticismo extremo. Bajo esta perspectiva, y puestos a elegir una posición radical, podríamos hacer nuestras las palabras de John Locke cuando afirmaba que “La mente de un hombre no puede penetrar el cuerpo de otro hombre”. Dado que esta premisa nos llevaría a un punto de desesperación e inacción frente a la imposibilidad de la contienda, no nos queda más remedio que asumir lo que en un principio nos parece evidente, es decir; que el grajo razona con perspicacia; que el mero manipula a la morena concienzudamente; que la orca nos utiliza deliberadamente; que el capuchino está celoso perdido; y que el delfín es un presumido.
NOTAS
(1).-Wascher, C.A.F. y Bugnyar, T. (2013): “Behavioral Responses To Inequity in reward Distribution and Working Effort in Crowds and Ravens”, PLoS ONE, 8(2),p. e56885
(2).- Vail, A.L. et al. (2013): “Referential Gestures in Fish Collaborative Hunting”, Nature Communications, 4, artículo nº1756
(3).-Mead, T. (2002): Killers of Eden: The Killer Whales of Twofold Bay, Oatley, NSW, Australia, Dolphin Books.
(4).- TEDBlogVideo. “Two Monkeys Were Paid Unequally: Excerpt from Frans De Waal's TED Talk.” YouTube, YouTube, 4 Apr. 2013,www.youtube.com/watch?v=meiU6TxysCg.
(5).- Ibid., pp. 143,149
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