¿Por qué leer a Wilde? (y 2)
Periodismo y periodistas. Se lo decía la semana pasada, refiriéndome a la tensa relación que el dublinés mantuvo con esta actividad profesional y las personas que la llevan a cabo, y eso que - o a lo mejor por eso, vaya usted a saber- él trabajó prolíficamente en Londres como periodista, tras su regreso del viaje por Estados Unidos y Canadá como conferenciante y la posterior estancia en París. Hay que leerlo porque alguien capaz de decir algo como ‘El periodismo justifica su propia existencia, en virtud del gran principio darwiniano de la supervivencia de los más vulgares’, estará conmigo que es merecedor no ya de ser leído, sino de prestarle toda la atención de la que seamos capaz. No es baladí en absoluto la afirmación existencial que hace -basada en la teoría de la evolución biológica por medio del mecanismo de la selección natural, y según el cual no sobrevive el espécimen más fuerte, craso error interpretativo, sino el que mejor se adapta al entorno, que no es lo mismo-, y así, por ejemplo, sobrevive el periodista que es prudente con lo que escribe. La darwiniana teoría científica aparece formulada en la obra ‘El origen de las especies’ de 1859.
Sí, detestaba a la prensa y no faltan testimonios documentados de esta humana aversión que, si bien no llega a ser un sentimiento tan pasional como el odio que impulsa al rechazo o la repugnancia, lo cierto es que no transita muy lejos. En más de una ocasión y a más de un entrevistador, tras espetarle un desconcertante ‘Espero que me tergiverse, joven’, le advertía que en los viejos tiempos los hombres tenían el potro, artilugio de tortura, pero que en ese momento tenían a la prensa, sinónimo de periodismo. O sea. Un aviso a navegantes que existe en los dos sentidos de la crítica ya que llegó a manifestar, ‘Hay mucho que decir a favor del periodismo moderno. Al darnos las opiniones de los ignorantes, nos mantiene en contacto con la ignorancia de la comunidad’. O sea que. Y es que en el fondo pensaba que toda pregunta, cualquiera, valía la pena de ser formulada, otra cuestión es si merecía ser contestada, como le pasó cuando le aseveró a un periodista: ‘Estoy seguro de que tiene usted un gran futuro en la literatura… por lo mal entrevistador que parece ser. Estoy convencido de que debería usted escribir poesía. Ciertamente, me gusta mucho el color de su corbata. Adiós’. O sea que sí.
¿Qué leer de Wilde? Ni que decirle tengo, que no será quien esto escribe la persona que se lo diga. Además de lo evidente por lo ya expuesto en esta decena de ‘opiniones’, tan solo le pondré negro sobre blanco y a vuela tecla, lo que me viene a la mente de Wilde como escritor, aforista, ensayista, poeta y dramaturgo. Desde los conocidos e inverosímiles relatos admirados por la mayoría de sus seguidores, como su única novela ‘El retrato de Dorian Gray’ de 1890, considerada una de las últimas obras clásicas de la novela de terror gótica con fuerte temática faustiana. Una obra que causó gran controversia en el momento de ser publicada y que hoy es uno de los clásicos modernos (¿oxímoron?) de la literatura occidental. El escritor solía decir que los escándalos que le interesaban eran los de los demás, pues los suyos le aburrían ya que no tenían el atractivo de la novedad.
Hasta el libro ‘El crimen de Lord Arthur Savile y otros relatos’ de 1891, el mismo año en el que publica su ensayo ‘El alma del hombre bajo el socialismo’ donde el intelectual, desde el plano político, se muestra partidario de un socialismo libertario, un anarquismo filosófico y una actitud estética y de libertad individual (‘A veces la gente se pregunta bajo qué tipo de gobierno viviría mejor el artista, y solo hay una respuesta: en ninguno’). Y como dejar en el tintero del computador la grandeza de sus grandes éxitos teatrales londinenses, entiéndanse, ‘Una mujer sin importancia’ estrenada en 1893 y ‘La importancia de llamarse Ernesto’ comedia en tres actos y cuatro cuadros de 1895. Fue por esa época cuando, a la consabida y manida pregunta de cuál era su lectura favorita, respondió diciendo que nunca viajaba sin su diario, ya que siempre había que tener algo sensacional que leer en el tren. Paradójico. O aquella otra escena que recoge Jacob M. Braude, y que podríamos llamar la culpa fue del público o algo así, que tiene lugar cuando Oscar Wilde llega a su club después de asistir al estreno de una obra teatral que había sido un completo fracaso, y alguien le pregunta: “Oscar, ¿cómo estuvo la representación?” y él, de forma wildeanamente altanera, respondió: “¡Oh! La obra, un éxito; el público, un fracaso”. Todo dicho.
Envuelto en un escándalo. 1895 es el año en el que se hacen presentes y patentes las desgracias en la vida de nuestro protagonista, al interponer una demanda al marqués de Queenberry por haberle acusado públicamente de sodomía con su hijo, lord Alfred Douglas. Un feo asunto y un juicio que perdió, siendo condenado a dos años de prisión y trabajos forzados. Es cuando escribe la extensa carta ‘De profundis’ (1897) dirigida a su amante -el hombre que significó para Wilde la desgracia, la cárcel y posteriormente el exilio y la muerte- donde le acusa de haberlo distraído de su arte, y que no fue publicada hasta 1905 aunque incompleta. También es de esa época ‘La balada de la cárcel de Reading’ publicada en 1898, año en el que muere su esposa y marcha a París donde fallece tan solo dos años después.
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FUENTE: Enroque de ciencia
Hermano Lobo | Domingo, 14 de Febrero de 2021 a las 13:20:29 horas
¿Por qué leer a Oscar Wilde? En mi caso porque soy un convencido admirador, más bien un adicto.
He leído, y releído sus obras completas porque me apasiona su viveza, ingenio, inteligencia, sus frases sarcásticas y cínicas, su desvergüenza en suma; siempre levanta una sonrisa, y a veces una carcajada.
Me acuerdo de artículos anteriores tuyos, y ahora, como entonces, me descubres algo nuevo; en este caso dos. El primero me ha levantado una sonrisa: ‘Hay mucho que decir a favor del periodismo moderno. Al darnos las opiniones de los ignorantes, nos mantiene en contacto con la ignorancia de la comunidad’. Y en el segundo caso una carcajada: ‘Estoy seguro de que tiene usted un gran futuro en la literatura…por lo mal entrevistador que parece ser. Estoy convencido de que debería usted escribir poesía. Ciertamente, me gusta mucho el color de su corbata. Adiós’
Gracias por tu amenidad.
Saludos.
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