"Ciencia más allá del Coronavirus"
Acelgas
por Oriana Balsa
Para mis padres la hora del almuerzo era un campo de batalla si alguna parte del plato se coloreaba de verde. Según tengo entendido, esto no es ningún fenómeno fuera de lo común. Los niños que conozco tienen una muy parecida y tan reducida dieta como la de mi hermano y la mía, en la que, por supuesto, no se incluye el brócoli. Está cimentada en un menú a base de pizza (si son roteños, además ha de llevar mayonesa); pasta con tomate Orlando (son sibaritas en cuanto al tomate de bote), sándwiches de jamón y queso (aquí los hay más flexibles y quienes soportan el pavo en vez del york) y, para mi sorpresa, en muchos de los casos, lentejas (un plato que aún hoy, yo misma como con disgusto y tapándome un poco la nariz).
Afortunadamente, ya me lo advertía mi padre, cuando me fui a la universidad y me encontré sola y cara a cara frente a los fogones, mi menú se vio forzado a cambiar.
A día de hoy puedo decir que me gustan un 50% de los alimentos, quizás un 60%; y soy capaz de comerme el 90% de ellos .
Porque claro, una crema de verduras te la comes. Viene ya preparada y no tienes que cocinar; luego, tampoco que fregar. Entre tú y la cena tan solo se interponen 4 minutos al microondas. ¿Qué haces? ¿Me preparo un revuelto de huevos jamón y habas? ¿Con lo que mancha el huevo? ¿Y el olor que deja? Si me acabo de duchar… Al final cedes ante el tetrabrik de Knorr y cenas la crema de calabaza.
Y no es con lo único: ¿acaso está bueno el arroz Brillante que se prepara en un momento? Bueno está el que te hacen en tu casa, con un ligero sabor a ajo, con el punto perfecto de cocción y hervido con la justa cantidad de agua para no tener que colarlo después (parece banal asunto el de cocer el arroz y que te salga bien, pero he visto llorar a una amiga por ello).
Lo que vengo a decir es que existen comidas que nos comemos porque no nos queda otra, porque son sanas, porque son fáciles de hacer o porque ya llevan tres días en la nevera y nos da pena desperdiciarlas; y hay comidas que se comen por verdadero gusto.
¿No nos estará Dios intentando decir algo? Quiero decir, Él podría haber hecho que las acelgas supieran a crema catalana y sin embargo les dio ese sabor amargo tan desagradable… O no para todos.
Resulta que puede que algunos niños (no digo que todos), lleven razón cuando les dicen a sus padres que les es imposible comer cierto tipo de verduras. Esto se debe a un gen, el gen TAS2R38, que comúnmente recibe el nombre de “gen amargo”, pues es el responsable de la capacidad para captar ese mismo sabor. Este gen amargo es un receptor de gusto, que facilita la percepción del sabor de la feniltiocarbamida y propiltiouracilo (compuestos presentes en verduras como las acelgas o las espinacas).
Aproximadamente el 70% de la población puede detectar el sabor amargo (aunque no todos lo hacen con la misma intensidad). Pero los que lo hacen, les puede llegar a resultar realmente desagradable. Frente a ellos, un 30% (afortunados) son incapaces de percibirlo. Me temo que a veces también hay que escuchar el llanto de un crío que protesta por su plato de comida, y no solo porque se sale de su exquisita dieta.
Quizá debería haber avisado al periódico de que pusiera algún tipo de control parental para poder leer este artículo, porque con este argumento tan solo nos queda hablar de la evidencia científica que respalda los beneficios de andar descalzo para desacreditar por completo a todos los padres del mundo. Imaginad un mundo en el que “Si andas sin zapatillas te vas a resfriar” o “Si no te tomas el zumo rápido se le van a ir las vitaminas” ya no tengan poder. Pero eso ya, en otra ocasión.


































Cienfuegos | Domingo, 29 de Noviembre de 2020 a las 07:48:34 horas
Es verdad lo del gen amargo (la cara tiene que ser como la de mi suegro seguro) no puedo con las acelgas.
Pero brindo con mi cruzcampo (no es tan amarga joé)
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