Amistades V (por Ángela Ortiz Andrade)
Una vez que cerró el portón tras ella, Mar cruzó la casa hasta llegar a la parte trasera, en esa zona habían cambiado las paredes por cristaleras abatibles que en esa época del año permanecían abiertas para que el jardín estuviera en contacto directo con la casa. Ese era su lugar preferido y sabía que allí también encontraría a su marido, estaba sentado fumando un cigarro y aunque rondaba los setenta, su apariencia seguía siendo elegante e impecable. Junto al cenicero tenía un catavino con Manzanilla y unas almendras saladas, ella se arrodilló y lo abrazó por la cintura, cuánta paz encontraba a su lado; había música de fondo y todo lo que se veía alrededor estaba a media luz. -“Prepárate y nos vamos a cenar, preciosa mía” le dijo mientras le apretaba el brazo con la mano que le quedaba libre -“A sus órdenes, señor” contestó ella.
Mar subió y optó por darse una ducha rápida para estar lista cuanto antes. Mientras preparaba la ropa recordaba lo feliz que estaba su amiga Tere con Jorge “espero que no se enamoren porque de lo contrario voy a tener que dejar de quedar con él, sería una putada hacia ella por mi parte” Jorge y Mar seguían viéndose con la misma consigna: nada de preguntas ni explicaciones, solo sexo; de hecho era el único con el que había quedado más de una vez porque con él le encantaba hacerlo. Se dejó la melena húmeda al aire y se puso un vestido largo de lino con unas sandalias, para la muñeca escogió un exclusivo brazalete, bajó avisando a su marido de que ya estaba lista. Esa noche llamaron a un taxi porque cenaban fuera y ambos querían disfrutar de un buen vino.
Cada vez que regresaba de hacer su ruta, Yago se quedaba en el camión y ponía todos sus papeles en orden. Se encontraba repasando un montón de albaranes que tenía en una carpeta cuando alguien tocó con los nudillos en el cristal, bajó la ventanilla y le dijeron que el director quería hablar con él. Sin entretenerse, dejó la carpeta en el casillero correspondiente y se dirigió intrigado a la oficina del que reclamaba su presencia. Antes de entrar se echó un vistazo para adecentarse un poco, abrió la puerta solicitando permiso para pasar y el director se lo concedió haciendo un gesto con la mano, hacía casi un año que trabajaba en la misma compañía que Álex como transportista de los materiales eléctricos necesarios en cada uno de los proyectos a realizar por toda la provincia; el día que le dijo a su amigo que se había quedado sin trabajo, éste movió cielo y tierra para que Yago pudiera optar por el puesto que finalmente consiguió.
-“Necesito que haga usted un pequeño trabajo de investigación para mí. Ha llegado a mis oídos que uno de los trabajadores de esta empresa no cumple con las rutinas de la ocupación por la que se le paga. Quiero que lo siga discretamente y si es cierto el rumor, me lo haga saber, si es con algún soporte gráfico (video o fotos), mejor”.
-“Pero señor, si hago lo que usted me manda, me voy a ganar la enemistad de media plantilla”
-“Nadie sabrá nada de esto, solamente usted y yo. Además, si acepta el cometido que le propongo, lo ascenderé de categoría, con su correspondiente incremento salarial”
- “¿A quién tengo que vigilar?”
-“Al señor Alejandro Soler, el encargado de supervisar los trabajos que hacemos en la provincia”.
-“¿Y qué le pasará si es cierto lo que usted sospecha?”
-“Obtendría el despido fulminante, esa conducta irresponsable aquí no tiene cabida”
Yago aceptó la propuesta del director. Aunque no le hubiera dicho nada sobre el ascenso y el incremento salarial, él hubiese aceptado, porque Yago odiaba a Álex. De jóvenes, él fue el primero en conocer a Cris; ocurrió en el cumpleaños de un amigo común. Se celebró en la azotea de su casa una noche de verano, lo recordaba como si fuera ayer. Los compañeros del módulo de electricidad habían preparado una instalación “guapa que te cagas” de luces que se encendían al ritmo de la música, incluso colocaron una de esas bolas con cristales que dan vueltas, uno de los colegas se encargó de escoger la música que pondrían, era al que le gustaba el heavy y siempre llevaba camisetas negras con calaveras o monstruos, esa noche habían invitado a mucha gente del insti que no pertenecía al grupo, así que lo avisaron para que hiciera de tripas corazón y pinchara las canciones de moda y por supuesto, muchas lentas “pa arrimar cebolleta”, ahí al menos se desquitó porque todos estaban de acuerdo en que las lentas del heavy eran las mejores. Se habían llevado toda la tarde con los preparativos en esa azotea, después se fueron a arreglar y llegaron los primeros para ponerlo todo en marcha, dos de ellos se encargaron de los licores, las neveras con el hielo y los vasos de plástico los habían llevado otros. Y allí estaban todos, apoyados en el pretil de la azotea viendo pasar a la gente, con un vaso en la mano charlando algo nerviosos por lo que pudiera acontecer esa noche y entonces la vio; acababa de llegar, Cristina llevaba una camiseta que resaltaba su bronceado y un vaquero ajustado por encima del que asomaba un minúsculo ombligo, la piel de la nariz se le había pelado por el sol, era perfecta “¿en dónde has estado el resto de mi vida?” pensó. Esa noche no hubo nadie más para él que Cris, estuvieron todo el tiempo hablando y bailando hasta que apareció Álex que por supuesto llegó el último y concentró toda la atención provocando un suspiro en ellas y la envidia en ellos “el muy mamón viene perfecto ¿cómo lo hace?” Al final de la fiesta vio como su chica y su corazón se iban con Álex de la mano.
Desde entonces, bajo el paraguas de la amistad, siempre estuvo muy cerca de ellos. Le dolía la dedicación de ella y el ninguneo de él; cada cosa que le salía bien a Álex el rencor se hacía más grande en Yago; ahora era el momento de su venganza.
Álex iba ese día chupando rueda, no estaba concentrado en la actividad que hacía. Cuando pasaron por delante de una venta les hizo señas indicando que los esperaría allí hasta el regreso, Yago se quedó con él.
Con los molletes y los cafés salieron a una mesa del porche, la brisa era muy agradable, apenas acariciaba las hojas de los árboles que le daban sombra a la venta. Álex estaba ensimismado en su café, Yago lo miraba esperando a que le dijera algo, pero no fue así, no tenía ni idea de qué estaba pasando por su mente. Así que él mismo comenzó a charlar sobre el trabajo, las tareas pendientes, los problemas que presentaban algunas y anécdotas con los compañeros. Álex iba cortando pequeños pellizcos de su tostada para lanzarlos a unos metros de ellos, los pajarillos se acercaban y se los llevaban en el pico hacia algún lugar no muy alejado donde tendrían el nido, su amigo miraba divertido la escena.
Al cabo de un buen rato apareció el resto del grupo que entró para pedir el desayuno y se sentaron todos juntos mientras comentaban los detalles de la mañana en bici. No había ni una sola vez de las que salían en la que no tuvieran algún problema con los conductores de los automóviles y sobre ese tema estuvieron el resto del tiempo hablando. Se dispusieron a regresar, Álex volvió a ir detrás de sus amigos, llegaron al pueblo y entraron en el bar de siempre a tomar unas cervezas con unas tapas. A la hora del almuerzo se separaron para ir cada uno a sus respectivas casas, Álex antes de entrar miró su móvil. Desde bien temprano aquella mañana había recibido un mensaje, Clara le había comunicado que se había puesto de parto, su primera hija estaba a punto de nacer.
Ángela Ortiz Andrade

































Manuel | Jueves, 19 de Noviembre de 2020 a las 20:07:24 horas
Aquí sigo, siguiéndote.
Saludos
Accede para votar (0) (0) Accede para responder