Amistades III (por Ángela Ortiz Andrade)
Aquella vez fue diferente, normalmente era la policía la que se presentaba por allí tras la alarma de algún vecino, pero esa tarde junto a ellos llegaron también otras personas con carpetas y papeles que eran los que les daban las órdenes a los agentes.
En la casucha donde malvivían una pareja de drogadictos con sus hijos (dos gemelos de tres años y su hermana adolescente) la convivencia era cada vez peor: gritos, insultos, menaje cruzando el espacio a modo de arma arrojadiza… La abuela se acercaba cada mañana para comprobar que sus nietos estaban bien y les llevaba todo lo que su modesta pensión le permitía, pero un día la abuela murió de un infarto que la fulminó en la misma puerta de su casa, por lo que esos niños quedaron desprotegidos. Era muy llamativo que ninguno de ellos ponía un pie en la calle nada más que para ir al colegio, donde afortunadamente también se les daba el almuerzo; pero en vacaciones (todas ellas), a los niños no se les veía fuera de casa en ningún momento. La situación comenzó a ser peligrosa para los chicos, así que pasaron a ser tutelados por los Servicios Sociales, el día en que los separaron fue muy traumático para todos; pero por suerte a los pocos meses los pequeños fueron adoptados por una familia que les dio todo el amor que necesitaban. Mar, que así se llamaba su hermana, siguió viviendo bajo la tutela del Estado, al principio estaba muy enfadada, era rabia más bien lo que sentía porque se veía impotente para cambiar lo que le estaba ocurriendo; con el tiempo comprendió que ese entorno era mucho más seguro y tranquilo y ahí tendría la oportunidad de desarrollarse académica y personalmente. Le costaba seguir el ritmo del Bachillerato, así que optó por una Formación Profesional donde pudo obtener su titulación como Ayudante de Dirección; con su diploma en la mano se dispuso a buscar trabajo. Tenía que conseguir independencia económica para poder vivir a sus anchas, pretendía trabajar muy duro para llegar a ser una buena profesional y así quitarse de encima el complejo de inferioridad que la perseguía desde que iba al cole con la ropa donada en la Iglesia y los libros de tercera mano; nunca pudo tener nada que hubiese sido comprado expresamente para ella, en los primeros años no fue consciente de esto, pero conforme iba creciendo veía cómo sus compañeros llegaban con un chaleco nuevo o un bolígrafo chulo y ella se sentía cada vez más pequeña y más invisible… pero ahora estaba dispuesta a que todo eso cambiara y haría cualquier cosa para que así fuera.
Después de obtener experiencia en su trabajo le llegó una oportunidad que tenía que aprovechar a toda costa, una empresa muy importante anunciaba una oferta de empleo para su nueva sede en la ciudad. Con sus buenas referencias y unas pruebas que bordó, el trabajo fue suyo de inmediato. No le importaba tener que desplazarse cada día, eso le serviría para despejarse, decía ella; ese aspecto no le arrebataría la oportunidad de obtener un trabajo en donde estaría a sus anchas.
En la empresa era una trabajadora rigurosa, seria e incansable, llegaba la primera, se iba la última y lo resolvía todo; se convirtió en secretaria del Director, el cual estaba entusiasmado con su eficiencia en el trabajo, por lo que quiso premiarla durante la cena anual de Navidad de la empresa. Ella nunca había asistido a ninguna cena de la empresa, a decir verdad, ni cenas, ni desayunos ni nada de nada, solamente se ceñía a trabajar; pero esta vez estaba obligada a acudir para recoger su distintivo. Asesorada por sus amigas se compró un vestido que según las chicas era “elegante sin estridencias propias de las canis y muy trend”, cosas de las que la homenajeada no tenía mucha idea.
Y llegó la noche del evento que se celebró en el mejor hotel de la ciudad; a la hora del postre el Director pronunció unas palabras de agradecimiento a todos por el buen funcionamiento de la empresa y se dirigió a su secretaria a la que premió con bonitas palabras y un regalo. Cuando terminó la cena se abrieron las puertas del salón donde había música y copas hasta la madrugada, la invitada de honor odiaba el volumen alto de la música, la televisión o de la voz de cualquier persona que la alzara más de la cuenta así que se levantó, cogió su bolsito y se refugió en el ambiente apacible de la cafetería. Se sentó en una esquina de la barra y se pidió una copa; unos metros más allá había un señor muy elegante y distinguido que le sonrió, levantó su copa hacia ella y le dio la enhorabuena, Mar bajó la cabeza a modo de agradecimiento. Como empezaron a entablar conversación, el caballero se le acercó pidiendo permiso primero (era muy educado) y entre copas se olvidaron de todo lo demás hasta que el camarero les comunicó que iban a cerrar, así que salieron. Ella se sintió tan cómoda junto a su acompañante que le propuso continuar la velada en su apartamento, no quería separarse de él; su distinguido conocido accedió sin pestañear, pasaron la noche juntos y todas las vacaciones de Navidad también. Fue un flechazo en toda regla.
Cuando ella regresó a su puesto de trabajo, cada día llegaba un mensajero con un ramo de flores y una tarjeta con frases propias de un adolescente enamorado, aunque él tuviera más del doble de edad que su novia. No tardó mucho tiempo en descubrir que el señor elegante y educado del que se había enamorado era uno de los socios fundadores de la empresa en donde trabajaba, cosa que la sorprendió en un principio, pero luego la llenó de grandes expectativas, su vida iba a cambiar totalmente.
Como el dinero no era ningún problema y Mar se negaba a abandonar su pueblo, compraron ahí una casa y la equiparon con todo lujo de detalles y caprichos. Él le propuso que dejara de trabajar una vez casados, pero ella se negó, quería seguir en el puesto que tanto le gustaba. Aunque tuvieron hijos y él le insistía en que pidiera una excedencia para cuidarlos, ella prefirió contratar a alguien para que la ayudara con todas las tareas del hogar. Eso de tener un espacio solamente para ella fuera del hogar era una necesidad y también una vía de escape.
Tras el enlace la vida familiar era estupenda, llena de cariño y de todo lo que podrían necesitar uno del otro en una relación , excepto en un aspecto: Mar sentía que el sexo con su marido no era suficiente, por lo que empezó a tener “aventuras” con otros hombres, primero en el parking del trabajo pero era muy peligroso a la vez que incómodo así que decidió acudir a las aplicaciones de contactos en la red donde podía conocer a muchos chicos de manera discreta. De vez en cuando quedaba con alguno que le gustaba en un lugar determinado lejos del pueblo, sin preguntas, sin explicaciones ni datos, solo sexo. Sus amigas estaban avisadas y la cubrían cada vez que Mar necesitaba una coartada.
Ninguna de las dos tenía la menor idea de que Jorge, el dueño de la casa donde viviría Tere, había estado acostándose con ella, y no sólo una vez, sino muchas en los últimos meses.
Ángela Ortiz Andrade

































Manuel | Miércoles, 11 de Noviembre de 2020 a las 23:53:18 horas
Leído y archivado
Saludos
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