"Ciencia más allá del Coronavirus"
Lo que no sabía el profesor Bacterio
por Oriana Balsa
Las mercerías de Rota probablemente hayan subsistido durante muchos años gracias a los parches que tantas madres compraban para hacer remaches en los pantalones de sus hijos que lidiaban contra el asfalto del patio del recreo cada día. Detrás de ese agujero en la rodillera del chándal del colegio, había una herida. A veces más grande, a veces más pequeña, siempre con pus y, desde luego, con un imán para segundos golpes (a veces propiciados aposta por tus simpáticos compañeros de pupitre). Si eras listo no te quejabas mucho, o, al menos, si no querías sufrir la cura a base de lija y alcohol que desincrustaba la arenilla del patio, la dermis, y alguna que otra célula del hueso. Aunque a mí lo que realmente me dolía era que mi madre comprase los parches de color negro, cuando todos mis pantalones eran vaqueros de color azul.
No es que los niños tuvieran nada en especial contra el ATS de lo que fuera Rotamédica, pero todos hemos vivido en ese cuarto pequeño, lleno de agujas y vendas, su traición: la del “no duele”, mientras con una sospechosa sonrisa de oreja a oreja te lijaba la rodilla como si del señor de las barbas de Bricomanía se tratase. Mientras, por el rabillo del ojo, tu madre y tú os entendíais con una mirada en la que solo hablaba ella: “Por no tener cuidado. Que llevas tres uniformes en lo que llevamos de año. Ahora viene el alcohol. Te aguantas”. Al menos yo, recuerdo poder leer eso en su ceño fruncido, aunque supongo que mi memoria podría estar distorsionada por la tensión del momento.
Así podría haberse creado mi tremendo terror a las agujas y a la sangre. Comparto este miedo con muchas personas, de mi familia (mi abuela aseguraba, que científicamente, y recalcaba en la palabra “científicamente”, lo heredé), amigos e incluso compañeros de clase (curioso, teniendo en cuenta que nuestra área es la del laboratorio).
Es una de las fobias más comunes. A mí personalmente me parece más lógico tenerle miedo a una aguja que a un payaso. Es perforarte una vena versus hacerte reír. Aún así, todos tenemos esa pequeña incertidumbre, esa miradita de reojo al enfermero o enfermera que nos va a pinchar. “Ahí hay una burbujita de aire, eh”, les repetimos incrédulos. Traigo una buena noticia: ese pinchazo, (con su burbuja y todo) no te va a matar.
Si bien esto no traería más consecuencias que una pequeña señal en el antebrazo, somos muchos los temerosos de esta práctica médica. Sin tener verdaderas razones para ello, existe un extendido terror a sacarse sangre. Lejos de querer curar fobias, mi objetivo es más bien persuadirles para que cambien el foco de sus miedos.
Estamos a finales de año, y aunque el frío en el sur no asusta a nadie, pocos se libran de moquear en estas estaciones. Quizás este 2020 andemos con más cuidado. De hecho, el uso de mascarilla no solo previene la propagación de la Covid-19, sino también de muchísimas infecciones por bacterias.
Y aquí quería llegar. Las bacterias, aunque tampoco siempre, pueden causar muchas enfermedades. Entre las más comunes y que seguro que todos hemos sufrido, están la otitis, algunos tipos de neumonías, u otras que se parecen mucho a la de la gripe, como “las placas”. Si nuestro médico nos receta antibióticos para tratar alguna de ellas, es muy importante que llevemos a cabo el tratamiento tal y como él mismo nos indique. Por el contrario, si nuestros síntomas son de gripe, la enfermedad estaría causada por un virus (gripe, resfriado común, incluso coronavirus), y por muchos antibióticos que nos tomemos no van a ser estos los que nos libren de pasar unos días en cama. Otro punto importante es el de tirar los medicamentos en la farmacia, en el punto Sigre, pues estos tienen que ser desechados con las pertinentes medidas de seguridad.
Pero, ¿por qué es tan importante su correcto uso? En las últimas décadas, está ocurriendo algo muy peligroso: la resistencia a los antibióticos. Esto significa que las bacterias que nos enferman “se acostumbran” a ellos. Si no se usan bien, las bacterias que sobreviven a nuestro resfriado, por ejemplo, crean la maquinaria necesaria para defenderse del compuesto que las mataba (el antibiótico), para, que en una posible segunda exposición al mismo, tengan artillería con la que contraatacar.
¿En qué se traduce esto? En una situación terrorífica, en la que no podamos disponer de antibióticos para curar enfermedades ocasionadas por bacterias, que, lejos de causar solo otitis, y anginas, son responsables de otras patologías, como la salmonelosis, el botulismo, la meningitis u otras muchas igual de graves.
Los médicos y los científicos poca carta en el asunto pueden tomar, sino la de concienciar a la población. Es responsabilidad ciudadana cuidar que el día de mañana dispongamos de un tratamiento digno del siglo XXI, y no de uno del siglo XVIII, donde aún no se habían descubierto los antibióticos.


































Lorca | Domingo, 08 de Noviembre de 2020 a las 12:12:34 horas
En algún sitio he leido que el
50
Accede para votar (0) (0) Accede para responder