Balsa Cirrito
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MASOQUISMO
En otro tiempo, que ahora me parece lejano, dirigí un par de campañas electorales. Durante una de ellas, el día antes de las votaciones, coincidí no recuerdo dónde con el entonces director de la campaña del PP. Aunque figurábamos en partidos políticos opuestos, en partidos que por aquel entonces se jugaban casi la totalidad del pescado, nos acercamos de forma instintiva. Nos saludamos y nos felicitamos mutuamente por la aceptable deportividad con la que se había desarrollado el debate electoral. Y en seguida coincidimos en un asunto que no figuraba en ninguno de los programas de nuestros partidos: ¡Qué mal se pasaba en una campaña! ¡Qué tortura más cruel para todos aquellos que nos implicábamos en ellas! ¡Qué desazón! ¡Qué sinsabores! Nos faltó poco para echarnos a llorar a uno en brazos del otro.
Como una semana o diez después, con los resultados de las elecciones bien sabidos, volvimos a coincidir, aunque tampoco recuerdo dónde. Fueron las elecciones en las que Domingo consiguió la alcaldía, y el pepero me felicitó por nuestro triunfo. Yo a su vez les felicité por sus buenos resultados, ya que nuestra victoria tampoco había sido por demasiada diferencia. Le pregunté cómo se encontraban tras la derrota.
- La hostia de jodidos – respondió (por supuesto, el director de la campaña del PP no utilizó la palabra hostia, pero supongo que se entiende a lo que me refiero).
Luego añadió: - Y vosotros muy contentos, supongo.
- Sí, sí contentos. Pero igual de jodidos. Este maldito deporte (en realidad yo no utilicé la palabra maldito) es el único donde lo pasa tan mal el que pierde como el que gana.
El pepero puso cara de incredulidad.
Cuatro años después volvimos a ganar las elecciones, por mayor diferencia, aunque en aquella ocasión no nos lleváramos el premio gordo de la alcaldía, y comprobé que no me había equivocado: los que están implicados en una campaña padecen siempre. Cuando ganan se quedan vacíos y cuando pierden se quedan llenos, aunque llenos de frustraciones.
Es bueno recordarlo en estos momentos. Parece que siempre que se habla de personas que se implican en política estuviéramos hablando de insensibles delincuentes en potencia (o en acto). No siempre es así. Cierto que hay muchos truhanes en el gremio, pero no más que en otros. Corruptos no son los políticos, corruptos son los humanos. Larguemos a los que nos lo parezcan y votemos a los que creamos que no lo son. Y si luego los que votamos resultan también unos randas, volvamos a arrojarlos de sus sillones.
Yo, desde luego, el domingo voy a ir a votar y, como hipótesis de trabajo, les doy la enhorabuena a todos los que se presentan. Tiempo habrá de acordarnos de sus antepasados.












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