Balsa Cirrito
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UNA IDEA BRILLANTE
No sólo diría brillante. Me atrevería a decir que genial, aunque también es cierto que, como idea propia, casi seguro que no soy demasiado objetivo. Pero, como diría Mourinho, ¿quién counho quiere ser objetivo?
Antes un breve preámbulo. Cuando hablamos de modernidad o de investigación o de futuro, da la sensación de que nos ceñimos exclusivamente a las ciencias. Y que en el resto de los asuntos nos tomamos las cosas con la tranquilidad de los espectadores de una película iraní. Mientras que en el mundo de las maquinas se producen renovaciones continuamente, en la investigación social se espera siempre que las cosas se pudran antes de cambiarlas. A nadie se le ocurriría, por poner un ejemplo, que tuviéramos los mismos automóviles que en los años 70. Sin embargo, desde entonces, disfrutamos prácticamente de la misma ley electoral. Resultado: los ciudadanos se inhiben, los partidos se apoltronan y la democracia, de puro aburrida, se pone también a ver películas iraníes.
Necesitamos un cambio. Un estímulo. Una patada en la espinilla (si se es muy masoquista, la patada puede ser perfectamente propinada en otro lugar). Hay que cambiar la ley.
¿Y qué propongo? Pues un sistema electoral que te mueres de chulo. Un sistema electoral tipo balón de oro. Esto es, los electores no tendrían un solitario y miserable voto, sino tres bonitos sufragios. El primero valdría tres puntos, el segundo dos y el tercero uno, con la opción de dejar cualquiera de las categorías desiertas (es decir, puedo utilizar sólo el de tres puntos y me olvido de los restantes, o utilizar los tres). Así, digamos, podría votar: PSOE, 3 puntos; IU 2 puntos; PP 1 punto (sería una votación rara, pero cosas más extrañas se ven todos los días).
Dicho así parece una jilipollez. Pudiera ser. Pero cabría la posibilidad de adjudicarle un nombre bonito. Por ejemplo, ley electoral Carrefour; del mismo modo que los centros comerciales dan tres por dos o dos por uno, lo mismo haríamos con los votos en unas urnas que, por lo que vamos viendo, cada vez tienen menos clientes.
Y lo que es cierto es que solucionaría algunos de los problemas de nuestra democracia. Por ejemplo, los partidos no se creerían poseedores de los votos y se comportarían de una manera más moderada y racional. Los mensajes políticos serían menos talibanes, menos del tipo todo o nada. Y, lo más importante, los ciudadanos tendrían una sensación real de que están decidiendo algo, de que no son los rehenes de un sistema esclerótico y aburrido. Las elecciones serían incluso divertidas y es posible que algún joven se pasara a dejar su papeleta por un colegio electoral.
Se acercan unas elecciones locales (que suelen ser las que más apasionan a los ciudadanos) y no recuerdo una desgana semejante por unos comicios en todos los días de mi vida. Si seguimos con este amuermante sistema, en un futuro próximo, el día de las votaciones, las urnas terminarán vacías. El público (y ya tiene mérito) habrá preferido ir a ver películas iraníes.












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