Diario del año del coronavirus
Bienvenidos al caos
Balsa Cirrito
Siempre digo que en esta sección no me gusta hablar de política, que tenemos bastante con lo que nos llueve por todos lados, incluso de abajo arriba, que ya es difícil, pero hay un asunto que me tiene tan perplejo que no he podido contenerme. Y es el asunto de las residencias de ancianos. De todos los debates que he visto en mi vida, este es de largo el más alucinante.
Resulta que se discute sobre quién tiene la gestión de las residencias de ancianos de Madrid. Cuando leo titulares sobre este asunto me digo: “aquí hay alguien muy estúpido, y no soy yo”. Dicen que han muerto muchos ancianos. Pocos son si realmente no se sabe quién gobierna aquello. Porque, ¿cómo se puede discutir de quién dependen las residencias? O es que hay un señor que está aburrido y sin trabajo en su casa y se dice un día “voy a ser director de una residencia, que me apetece este año”. Así que este señor, al que imaginamos con bigote, traje de tergal y corbata color mostaza, llega a un asilo y dice: “Soy el nuevo jefe, muéstreme mi despacho”. Y nadie le pregunta, ni tiene que postrar nombramiento ni credenciales ni carné del Atlético de Madrid. Y los trabajadores lo mismo. Aparece alguien y dice: “oiga, que soy el celador”; u “oiga, que soy cuidador geriátrico”, o “aquí llega el cocinero”. Entran para dentro y, mire usted, tan felices.
No he querido informarme ni investigar sobre este particular para que ninguna simpatía política me empañe, porque ¿quién paga los sueldos de los trabajadores? ¿Quién tiene a cargo el mantenimiento? ¿Quién realiza los nombramientos? ¿Quién redacta las normas internas? ¿Quién maneja el dinero? ¿A qué superior llaman por teléfono cuando hay un problema?
¿O es que tampoco se sabe? ¿O es que el descontrol era tan grande que todo el mundo papaba moscas? Aquí, en esta historia, veo dos culpables. Primero y más importante, quienquiera que fuera responsable de las residencias que tiene el infierno ganado. Y segundo, quienes no siendo responsables no son capaces de formular unas preguntas tan simples como las que estoy formulando yo aquí para aclarar esta estupidez a la que llamar tercermundista sería casi un elogio.
Casi mejor me callo. Porque, ciertamente, se me ocurre otra idea. Y esta es tan fea y tan triste para todos que prefiero no escribirla. Quizás otro día.
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