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Redacción
Jueves, 18 de Junio de 2020

Diario del año del coronavirus

El síndrome de la mascarilla errante

Balsa Cirrito

[Img #134144]Es una locura. Voy a poner un ejemplo un poco disparatado pero creo que ayudará a entender lo que quiero decir.  Imaginemos una situación en la que hay cierta carencia en el suministro de droga (lo hemos visto en muchas pelis). La solución que adoptan entonces los traficantes es la de adulterar el género. Donde antes había un kilo de heroína pura ahora sacan cuatro, añadiendo azúcar moreno, harina y una puntita de pastillas de caldo Maggi.  Pues algo parecido pasa con las noticias. Ante la avidez del público por información sobre el Coronavirus, la prensa la crea y multiplica, no por cuatro, sino por cuatrocientos.
    

En los últimos días – y se trata de un vistazo muy de pasada – he leído que la segunda ola será en julio, que la segunda ola será en diciembre,  que China está “en estado de guerra” por un nuevo rebrote, que en Bolivia la gente se muere en las calles, que una empresa va a fabricar ¡2000 millones! De vacunas durante el próximo año, que otra solo llegará a los 400 millones, que el Coronavirus tiene efectos secundarios que no conocíamos, que una quinta parte de la humanidad sufrirá “de forma grave” la enfermedad, que ha salido otro virus mucho más cabroncete y que tenemos que andar con cuidado, que descubren el primer fármaco realmente efectivo contra el COVID, que los datos son preocupantes en todas partes y que a Sharon Stone la alcanzó un rayo mientras planchaba (debo decir que la noticia menos creíble es la última, porque, ¿de verdad plancha Sharon Stone?)
    

No sé, supongo que durante la II Guerra Mundial habría todos los días montañas de noticias sobre asuntos de la guerra, pero entonces no existía ni remotamente la abundancia de medios que existe hoy, de resultas que no andarían tan desquiciados. Pero, con todo, veo que se habla poco de una necesidad.
    

¿Qué necesidad? Pues creo que se va haciendo urgente la existencia de vendedores de mascarillas ambulantes, por supuesto, debidamente certificados por el SAS, la OMS y por la Liga de Fútbol Profesional si hace falta. Me juego lo que quieran que la siguiente secuencia les resulta familiar. Salen ustedes en dirección al, por ejemplo, dentista. Les pilla un poco lejos, pero como quiera que durante el confinamiento se han puesto un poco fondones, se dicen “iré andando”. Catorce minutos de caminata. Pero cuando llegan a la puerta del dentista se dan cuenta de una cosa: “cago en la leche, no puedo entrar, se me ha olvidado la mascarilla”. Así que catorce minutos de vuelta. Al llegar a casa, encuentran el antifaz y piensan: “¿cojo el coche o no lo cojo?”, pero les da mal rollo porque son supersticiosos y vuelven a ir andando a la consulta. Otros catorce minutos de ida al dentista. Y catorce minutos de vuelta. ¿Y todo por qué? Pues por la falta de mascarilla.
    

Por eso queda claro que debería haber vendedores ambulantes de mascarillas para cubrir las emergencias, dado que las tiendas solo las venden de 10 en 10. “De todas maneras, pueden decirme, las mascarillas no las va a tirar, ¿no?; compre usted el paquete de 10 y ya las irá utilizando”. “No señor, responderé entonces con entonación impertinente, porque para entrar en un comercio donde vendan mascarillas tengo que tener mascarilla. Es como si para comprar un coche te obligaran a entrar en coche en el concesionario”.

 

En fin, que el problema creo que está claro. De hecho se me ha venido a la cabeza que los quioscos de la ONCE debieran suministrarlas. O sea, deme un número acabado en nueve para mañana y dos mascarillas. O eso o acabo hecho un atleta.

 

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