Diario del año del coronavirus
Los filósofos de la antigua Grecia y el perroflautismo
Balsa Cirrito
Una cosa eché de menos durante los días más negros del confinamiento, cuando la calle nos parecía una aventura y cuando nuestras salidas se limitaban exclusivamente a la compra de provisiones, como aquellos granjeros de las películas del Oeste que iban dos o tres veces al año al pueblo para abastecerse, porque vivían en medio de la nada, expuestos a los ataques de los indios. Durante esos días pensé a menudo en los pedigüeños que se colocaban a la puerta de los supermercados; y en aquellos jóvenes que se situaban en la calle Charco o en La Cantera, realizando alguna virguería menor, como algún truco con palitroques o pompas de jabón del tamaño de bañeras.
Pensaba en ellos y me preguntaba dónde se habían metido. Dónde dormían, porque siempre eran de fuera, con cierta frecuencia extranjeros. Cómo comían, que no creo que tuvieran muchos ahorros. Supuse, y así acallaba la conciencia, que se habrían acogido a alguno de los programas sociales que tiene el Ayuntamiento o la Junta.
Estos últimos días me ha dado alegría ver a uno de ellos a la entrada de un súper, uno de los jóvenes más conspicuos y persistentes. La primera vez yo no llevaba nada en el bolsillo, así que no le pude soltar nada en la gorra (en algún país escandinavo el gobierno ha provisto a los mendigos de lectores de tarjetas de crédito para que los honrados y generosos ciudadanos puedan depositar sus tecnolimosnas). (No es broma). (Hace años lo ponían en no recuerdo qué película como un chiste, pero se ha hecho realidad). La segunda vez, previendo que me lo iba a encontrar, ya tenía las monedas preparadas, y las deposité con alegría. “¡Gracias!”, dijo festivamente el joven.
Mientras hacía cola para entrar en el supermercado lo observaba. Y me di cuenta que nunca había pensado en el género de vida que llevaba aquel muchacho. Parecía feliz, con su perro, sus varillas, su sonrisa y su canturreo. Supongo que casi era la viva estampa de lo que conocemos como perroflauta. Y en cierto sentido lo admiré. Casi experimenté una extraña envidia. El joven no daba sensación de que nada pudiera preocuparle. Desde luego, no creo que tuviera facturas por pagar, ni hipoteca, ni preocupaciones laborales. Su divisa, al menos visto desde fuera, parece que fuera algo así como: “vive y al día y toma lo que la vida te ofrezca”.
Si es así, es un genio. De hecho, me arrepiento de la conmiseración con la que instintivamente lo he mirado siempre. Quizás sea él el que debería mirarnos con pena a nosotros. ¿Exagero? Pudiera ser. Pero no puedo dejar de pensar que algunos de los filósofos griegos más destacados llevaban un género de vida equiparable. Y pocos seres han iluminado el mundo como ellos. Ese joven, créanme, es un filósofo, y me apuesto lo que sea que no necesita Lorazepán para dormir. Si existe una filosofía más alta, comuníquenmelo, por favor.
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