El Zaguán V y última (por Ángela Ortiz Andrade)
Don Víctor seguía siendo el fanfarrón de siempre, pavoneándose estirado allá por donde iba. Hasta que un día algo lo puso sobre aviso: al pasar junto a un grupo de personas que tomaban el fresco en la puerta de una casa, alguien dijo a sus espaldas “El muy gilipollas, todavía no se ha enterao de que en vez de ilustrísimo, es cornudísimo”, los que estaban a su alrededor soltaron una carcajada. Él se enteró y camino de su casa fue pensando en esas palabras “¿será verdad?, tengo que averiguarlo”.
Los días posteriores, el padre de Reyes se preocupó más por vigilar los movimientos de su mujer. Pudo comprobar que eso que ella decía de que las reuniones en el club se habían intensificado, era mentira, así que una noche la esperó a escondidas, la vio salir hacia su coche y la siguió con el suyo hasta un hotel que había en las inmediaciones de otro pueblo cercano. Vio cómo entraba, no habían transcurrido ni cinco minutos cuando apareció por allí un cochazo muy exclusivo de color rojo, Don Víctor sabía perfectamente de quién era el coche, efectivamente el que se bajó era uno de sus compinches, Adolfo. Se quedó petrificado, con ambas manos aferradas al volante y respirando con dificultad. Cuarenta y cinco minutos más tarde los vio salir abrazados, se separaron con un beso y cada uno se fue por su camino, el que los espiaba tenía los ojos inyectados en sangre “me lo cargo, a este tío me lo cargo”, se dijo.
La rabia que le apretaba el cuello con saña lo empujó a un antro de mala muerte donde buscó a alguien con menos escrúpulos que él y le ofreció una buena suma de dinero por hacer un trabajo, quería que liquidara a Adolfo de una manera discreta. El que lo escuchaba le dijo que por esa suma que le ofrecía, podría fulminar a dos más si se lo pedía. Don Víctor le dio una serie de datos para que su encargo tuviera éxito: tendría que llevarlo a cabo el fin de semana siguiente aprovechando que se iría a un congreso organizado en Madrid por su banco, lo que le garantizaba una coartada sólida; le indicó también dónde vivía exactamente Adolfo (una casa muy apartada del pueblo, fuera del término municipal de éste) y el modelo de alta gama y color del coche que conducía, inconfundible. Salió de aquel tugurio y se encendió un habano satisfecho, esa noche no pudo dormir y se la pasó deambulando por su habitación y fumando hasta que el amanecer lo venció.
Adolfo y la madre de Reyes, aprovechando que su marido estaba fuera en un congreso, llevaban disfrutándose todo el fin de semana confinados en la casa del abogado; la madrugada del lunes, cuando ella se disponía a regresar al pueblo para estar en la suya antes de que llegara su marido, su coche no arrancaba. Lo intentaron todo sin éxito, así que él le ofreció el suyo, ya que no lo necesitaría hasta mediados de semana; la esposa de Don Víctor conducía entusiasmada aquél cochazo que parecía haberse diseñado para ella de lo bonito que le parecía, iba despacio porque estaba muy oscuro y no veía nada. De repente algo le dio un fuerte golpe en la parte de atrás, asustada aceleró, pero los golpes se iban sucediendo cada vez más fuertes, ella aceleró más aún para escapar del acoso sin darse cuenta de la curva cerrada que tenía más adelante, el coche salió despedido, dio varias vueltas de campana y se incendió.
Don Víctor llegó a la estación el lunes por la mañana deseando que “el trabajito” hubiera tenido éxito, cuando bajó del tren vio a su amigo el alcalde y al comisario de policía que lo estaban esperando “¿qué habrá pasado, qué ha salido mal para que estos dos estén aquí esperándome? A lo mejor no tiene nada que ver con mi “encargo”, tal vez sea otro asunto”. Los dos hombres se dirigieron hacia él con cara de circunstancias, ambos habían quedado en el bar de la estación para desayunar y determinar cómo contarle a Don Víctor la muerte de su esposa: -“La noticia se la das tú, que eres más amigo suyo” le dijo el comisario al alcalde –“Vale, pero los detalles se los vas a contar tú, no quiero imaginarme su reacción cuando sepa al mismo tiempo que acaba de enviudar y que su mujer se la estaba pegando con otro, tiene que ser traumático, vaya panorama”.
-“Buenos días señores, ¿a qué se debe esta comitiva de bienvenida?, es todo un honor”
El alcalde echándole un brazo por encima, lo invitó a pasar dentro del bar, allí mismo se enteró de la noticia y de todos los pormenores, sintió que se le caía el alma. Llegó a su casa con la mirada perdida, a partir de ese momento estaba absolutamente solo.
Muy lejos de su pueblo, en la página de sucesos de un periódico, Reyes tuvo la noticia de la muerte de su madre, ya no había nada que la vinculara con su familia.
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Reyes y Anaís llegaron al pueblo por la noche, sin saber qué hacer cogieron un taxi y decidieron ir a ver a Juana que cuando las vio aparecer en la puerta de su casa las abrazó emocionada. Les contó que hasta la muerte de Don Víctor ella se había estado ocupando de él porque le daba pena y que los últimos años habían sido muy tristes y solitarios para él. Le dio las llaves de la casa del zaguán a su dueña y las acompañó hasta ella; Reyes se vio muy contrariada cuando llegó a la puerta y no encontró el zaguán que tantos buenos ratos la había hecho pasar, Juana le contó que el señor había mandado cerrar esa parte de la casa y en su lugar ahora lo único que había era un portón grande y desvencijado. Entraron hasta los dormitorios y se dispusieron a descansar, a la mañana siguiente Reyes iría a ver al notario que se había puesto en contacto con ella días antes.
En el despacho del notario, este le dijo que podría disponer de la casa, nada más. Cuando ella le preguntó por el dinero de su padre, su interlocutor le declaró que de eso hacía mucho que no quedaba nada:
Hace tiempo un anciano del pueblo murió y todas sus tierras y posesiones fuero reclamadas por una sociedad de la que tu padre era el máximo responsable. Resulta que dicho anciano tenía un hijo que vivía en Madrid y para más inri no era ningún palurdo, sino un importantísimo juez, el cual ordenó una exhaustiva investigación que descubrió una trama que llevó a tu padre a la cárcel. Se entiende que la sociedad estaba compuesta por más personas, pero no conocemos por qué solo él, con su nombre y apellidos y todos los pormenores de cada operación gestionada por este grupo, era el cabeza visible del entramado. “En abogados, multas, fianzas, indemnizaciones y en todo su empeño por conservar su hogar, el dinero se perdió, así que lo que queda de Don Víctor es la casa que a partir de ahora es tuya. Después de todo, al menos la casa se ha podido salvar, has tenido suerte”.
Reyes decidió regresar andando por el paseo marítimo, tenía que asimilar muchas cosas. Pensaba que a partir de ahora no se tendría que preocupar por el tema económico y en vez de eso, sentía que volvía al punto de partida; habría que empezar otra vez de cero. “Menos mal que al menos no voy a tener que pagar un alquiler para vivir y pensándolo bien, en la casa hay suficiente espacio para montar la academia, no tendré que buscar un local tampoco” eso la tranquilizó. Cuando llegó a la casa, su hija la estaba esperando, no le contó nada sobre su abuelo, no merecía la pena, simplemente le dijo que ahora podrían disfrutar de esa preciosa casa para siempre.
Los días posteriores Reyes los dedicó a ordenar y limpiar las habitaciones, en el patio que ahora apenas albergaba vida, iba a habilitar su academia; tenía mucha luz natural gracias al techo acristalado y por supuesto lo iba a volver llenar de preciosas plantas. El dormitorio de su madre iba a ser ahora el de Anaís ¿quién mejor que ella? físicamente parecían la misma persona, aunque Reyes trabajó muy duro para que su hija fuera una persona con los pies en la tierra, humilde y trabajadora. Con la alcoba de su padre tenía otros planes, no quería que hubiera ningún vestigio suyo, así que pretendía vaciarlo por completo, donar su ropa y vender los muebles; cuando entró en él, se sorprendió porque después de tanto tiempo, aquello seguía oliendo como ella recordaba, abrió todas las puertas del armario, las de la parte del dinero ahora estaba vacía, hizo un chasquido con la lengua pensando “hay que joderse”. Fue echando toda la ropa sobre la cama, cuando desplegó los calcetines para comprobar los que estaban aptos para ser donados, encontró que dentro de cada uno de ellos había mucho dinero. No tantísimo como lo que encontró hacía años en el armario, pero sí una buena suma para poder vivir sin problemas; respiró hondo, como si le hubieran quitado un gran peso de encima. A partir de ahora las cosas irían mucho mejor.
Una tarde de verano las puertas de un reformado zaguán se abrieron de par en par hacia la calle peatonal que llevaba a la plaza, dentro de él dos mujeres se disponían a merendar, una nueva historia comenzaba de nuevo.
Ángela Ortiz Andrade
Manuel | Viernes, 08 de Mayo de 2020 a las 13:26:32 horas
Precioso
Sabes como mantener en vilo al lector y sorprenderlo con inesperados giros en el relato
Gracias y a esperar nueva entrega (no tardes)
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