El Zaguán (por Ángela Ortiz Andrade)
-“Mamá, que dice Loli la de la boutique que no me puedo llevar más ropa hasta que no le pagues. Que su jefa le ha dicho que te lo diga.”
Anaís iba pronunciando estas palabras al tiempo que entraba en la cocina. La expresión de su madre mientras doblaba un papel que acababa de leer la frenó; su madre la miró y pronunció una frase en donde ella no era capaz de percibir pena o emoción; más bien parecía satisfacción y regocijo lo que llegaba a identificar en sus ojos: -“Tu abuelo acaba de morir, nos vamos a vivir al pueblo.” El silencio la aisló de todo sonido que había a su alrededor, se sentó en una de las sillas a un lado de la mesa de la cocina y miró de reojo dos canarios que cantaban dentro de una jaula, pero no oía sus trinos, incluso la música de la radio que a esa hora de la tarde inundaba ese lugar en tanto su madre terminaba de secar y colocar la loza, parecía que se había tomado un descanso. Su colegio, sus amigas, la vida que había llevado hasta ahora empezaba a tambalearse dentro de su cabeza y no la dejaba pensar con claridad. “Yo tenía un abuelo que estaba vivo ¿por qué no lo he sabido nunca?”
En la silla del otro lado, Reyes seguía sentada con el codo apoyado en la mesa sosteniendo aún la nota, la arrugó en el puño, se levantó y continuó recogiendo la loza que aún escurría boca abajo como si nada hubiera ocurrido; Incluso tarareaba la sintonía que estaba escuchando; su hija no lo podía creer “¿Cómo se puede ser tan fría?”
Durante varios días prepararon su traslado; no había mucho que hacer, simplemente Reyes sacó el dinero que tenía reservado para las emergencias de uno de los botes de la cocina y pagó las deudas que pudo (no todas), arreglaron lo de los estudios de Anaís y llenaron sus maletas. El pisito modesto donde vivían no era de ellas, así que se despidieron de su casero, un buen hombre que les perdonó el pago del último mes de alquiler.
En el tren camino al pueblo ambas iban en silencio. Anaís se había despedido de sus amigas con la promesa de no perder nunca el contacto con ellas, su madre iba rememorando su vida:
Reyes nació en el seno de una familia bastante bien situada, habían llegado hasta aquel municipio costero porque a su padre le ofrecieron el puesto de director en un banco nacional que se abría paso allí. Era una niña feliz, rodeada de todas las comodidades y lujos que sus padres podían ofrecerle; sin embargo conforme crecía, su carácter la fue transformando en una persona introvertida, huidiza y tímida. Reyes era una niña muy poco agraciada, cuando jugaba en la plaza los niños le coreaban la palabra “FEA” y se burlaban de ella y si salía con sus padres, veía por el rabillo del ojo cómo los vecinos murmuraban a su paso posiblemente a causa de lo distinguidos que eran o del buen gusto que mostraban al elegir el vestuario, pero como ella estaba tan obsesionada por su aspecto, pensaba que su fealdad era la comidilla del pueblo, así que dejó de querer salir a la calle e incluso optó por abandonar la escuela y recibir las clases en casa. Llegó a ser una señorita muy bien educada, de modales exquisitos y mucha cultura, incluso aprendió a tocar el piano. Su madre, con la intención de que Reyes ocupara horas del día, le propuso a una de sus conocidas del “club de damas”, francesa de nacimiento, que le impartiera clases de inglés y francés, ya que la señora dominaba ambos idiomas. Afortunadamente a Reyes eso la entusiasmó y cada día esperaba impaciente la hora de sus lecciones.
Por las tardes ella y su madre organizaban la merienda en el zaguán de casa, situado en la calle comercial que desembocaba en la plaza; constaba de un gran portón de dos hojas de madera noble que se doblaban respectivamente sobre la pared de la fachada, dejando a la vista un espacio amplio y luminoso, lleno de plantas y flores que proporcionaba frescor en verano y color durante todo el año, al fondo una puerta ricamente forjada cerraba el zaguán y daba paso a un enorme patio alrededor del cual se encontraban las dependencias de la casa. Cuando la gente que pasaba por delante se paraba para saludar, Reyes daba las buenas tardes y bajaba aún más la cabeza para simular que estaba concentrada en su libro de inglés, aunque a decir verdad no se perdía ni una palabra de la conversación que transcurría a su lado.
Ángela Ortiz Andrade
Ángela Ortiz | Domingo, 03 de Mayo de 2020 a las 22:41:41 horas
Muchísimas gracias por vuestra cariñosas palabras
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