Diario del año del coronavirus
El clavo en el corazón
Balsa Cirrito
Al principio del Gran Confinamiento, como supongo la mayoría de ustedes, me sentí angustiado. Bastante perdido. Dormía mal por las noches. Solo me encontraba razonablemente bien antes de comer, y no por la comida, sino por las dos o tres latas de cerveza – Cruzcampo, desde luego - que me encajaba.
Por otra parte, mi trabajo se convirtió en trabajo online. Pero como quiera que nunca hubiera trabajado onlinemente, la frustración a menudo era grande, tanto por mi incapacidad para resolver algunas cuestiones, como por la incapacidad ajena que, a veces, era casi igual de grande que la mía. A decir verdad, comencé a escribir estos artículos casi diarios como una forma de escapar no sé si al stress o del mundo. Supongo que por eso nunca trato en ellos asuntos polémicos.
Luego, con el paso de los días, me fui serenando. El Confinamiento me iba resultando más tolerable. No necesitaba ir a comprar a menudo ni me ponía a buscar qué faltaba en la casa para tener una excusa para salir. El trabajo online empezó a resultar menos complicado. Dormía mejor. Se me acabaron las latas de Cruzcampo y no fui por más. En definitiva, me iba acostumbrando.
Pero ahora, que parece acercarse no sé si el fin, pero al menos la relajación del enclaustramiento, veo el mundo, la realidad de fuera de casa, con otros ojos. Hemos dicho tantas veces aquello de “cuando esto acabe...” que ahora me pregunto, ¿qué pasará cuando esto acabe?
Y me temo que cuando esto acabe la realidad nos va a decepcionar, que es algo que le gusta mucho a la realidad. Antes se decía que en el mundo había dos cosas que nos solían decepcionar, la realidad y la Selección Española de Fútbol. Pero luego, la Selección se hartó de ganar títulos y se quedó la realidad sola.
Porque me temo que nos hemos acostumbrado a esta vida. Al final, bien se ve, nos acabamos amoldando a todo. Y, como digo, tengo miedo. Y supongo que no soy el único. En casa estamos a salvo. No solo del virus, sino de todas las maldades y asechanzas del mundo. El tiempo se había detenido. Nada pasaba. Ni malo ni bueno. Un poco rollito nirvana. Ahora, que hace mucho que no nos enfrentamos con ese mundo, necesitamos un acopio supletorio de voluntad para comenzar de nuevo a dar y a recibir las hostias que se reparten en el exterior.
Muchos de ustedes conocerán ese famoso poema de la gran Rosalía de Castro en el que se lamentaba de haber perdido un dolor que tenía en el corazón. No sé si acabaremos todos por el estilo, echando de menos el confinamiento.
Para quien no lo recuerde, el poema de Rosalía (que es en gallego, pero muy fácil de entender) dice:
Unha vez tiven un cravo
cravado no corazón,
i eu non me acordo xa se era aquel cravo
de ouro, de ferro ou de amor.
Soio sei que me fixo un mal tan fondo,
que tanto me atormentóu,
que eu día e noite sin cesar choraba
cal choróu Madalena na Pasión.
“Señor, que todo o podedes
-pedínlle unha vez a Dios-,
dáime valor para arrincar dun golpe
cravo de tal condición”.
E doumo Dios, arrinquéino.
Mais…¿quén pensara…? Despois
xa non sentín máis tormentos
nin soupen qué era delor;
soupen só que non sei qué me faltaba
en donde o cravo faltóu,
e seica..., seica tiven soidades
daquela pena…¡Bon Dios!
Este barro mortal que envolve o esprito
¡quén o entenderá, Señor!…
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