Lágrimas en abril (por Manuel García Mata)
20 de Abril. Esta mañana, dos días después de recibir una noticia insoportablemente dolorosa, procurando remontar un mínimo sobre mi pena, he empezado a darle vueltas a cómo expresar en un texto el homenaje a una de las personas que he querido más en mi vida.
Ella falleció la noche anterior, pero no fue hasta la mañana del día siguiente que yo tuve noticia del fatal desenlace. No me han servido para nada las cuarenta y ocho horas que han transcurrido para tranquilizarme y, si bien no queda otro remedio que seguir adelante, apenas puedo sacar de mi cuerpo tanta desazón. Puede ser que echar mano de las comparaciones no haga justicia en circunstancias como esta, pero sólo recuerdo casos muy puntuales que me hayan afectado tanto: la pérdida de mi madre y la de mi padre y la muerte de una alumna, Isabel, con doce años, víctima de un desgraciado accidente de circulación, que sumió en todo el dolor a su familia, en primer lugar, y de cosnternación e incomprensión a todas las personas que formábamos parte de aquel curso en 1987, como mayores afectadas.
“20 de Abril del noventa...” cantaban Celtas Cortos, el brillante grupo folk-rock de Valladolid, en uno de sus temas con un texto no tan trágico como el motivo de este escrito en este día del 2020; pero sí de indudable ausencia, esa que te invade cuando la pérdida es tan dolorosa, que viene a consolar tus lágrimas en estas situaciones. Pocas canciones por su tristeza, por su queja, por su desgarro, te pueden acompañar en estos trances: a mi padre les despidieron los maravillosos coros y las geniales oberturas de Verdi, que tanto le emocionaban, como ahora buscaría yo consuelo en temas de Janis Joplin, Cowboys Junkies o K.D. Lang; lo que me parece más apropiado para mitigar el desconsuelo. Baste con eso para explicar la asociación inevitable.
Mi mente acumula con toda la insistente machaconería de la nostalgia, empapada de amarga aflicción, los más bellos pasajes de increíble dulzura que relacionados con ella evoco, que son bálsamo, aunque breve, para esta congoja. Al mismo tiempo me pasa como un atenuado relámpago algunos episodios de la vida de esta mujer tan maravillosa, a quien tanto quise y que tanto me quiso: una vida, que, con momentos bellos y muy gratificantes, se colmó de sacrificios, de entrega a los demás, a su familia, cuidando a varios de sus miembros hasta el final, viviendo épocas duras, llevadas adelante con una entereza encomiable y sacando de donde no quedaba fuerza y espíritu para ver lo positivo y ofrecer siempre una cara alegre, llena de cariño para nosotras y nosotros.
Sé, que si su vida se apagó a causa de esta pandemia asesina, que solo ha servido para amargarnos la existencia, sus noventa y cinco años explicarán como comprensible su desaparición, pero no por inevitable ha de ser menos insufrible.
Hablaba días atrás con un amiga que acababa de perder a alguien muy querida, que aunque el dolor tarda en apagarse, con el paso del tiempo, con añoranza y melancolía, te queda siempre el rescoldo de la pena que te deja la ausencia, que permanece. Por eso no hay más camino que el que aparece delante de ti y que hay que seguir recorriendo.
Por todas las personas, jóvenes y mayores, que son tan importantes para sus seres queridos, este humilde recuerdo que personalizo en quien he perdido, en esa persona tan grande, tan fuerte, y a la vez, tan sensible, tan humana, que se nos fue, mi madrina, mi tía favorita.
Que su recuerdo nos sirva para ser mejores.
Manuel García Mata
Hermano Lobo | Martes, 21 de Abril de 2020 a las 20:02:31 horas
En estas triste circunstancias, sobran las palabras protocolarias. Pero como sé, por experiencia, lo que es perder seres queridos, estoy contigo en espíritu.
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