Diario del año del coronavirus
El show debe continuar
Balsa Cirrito
Recuerdo haber visto cuando niño un reportaje en la tele de una familia que se construía un refugio antinuclear en el jardín, durante los años de la Guerra Fría. (Debo advertir a los más jóvenes, que en mi infancia había tan pocos canales de televisión que los niños contemplábamos incluso reportajes o documentales o películas de Vittorio de Sica, a todo le metíamos mano. Así salimos). El caso es que la familia del reportaje se veía muy cómoda en aquel refugio antinuclear. Tenía una despensa llena de latas de conserva, equipo de radioaficionado, mascarillas antigás, una colección enorme de juegos de mesa... La verdad es que sentí bastante envidia.
Por supuesto, les pedí a mis padres que construyéramos nosotros también un refugio antinuclear en el jardín. Mis padres me miraron con esa expresión que entonces no supe interpretar, pero que venía a decir: “este niño nos ha salido bastante empanado”. Sin embargo me dijeron: “no podemos, no tenemos jardín”. Aquello me pareció bastante lógico, aunque tampoco me convenció al ciento por ciento, ya que podíamos haberlo intentado en el patio.
La cuestión es que durante un periodo de mi infancia, difícil de medir, estuve deseando que hubiera una guerra nuclear para habernos ido a vivir a un refugio.
Veo a los niños de ahora encerrados en sus refugios domiciliarios y me acuerdo de aquellas ensoñaciones. Niños, digamos, de 6, 7, 8 o 9 años. A esa edad, dos meses es un periodo de tiempo casi inimaginable. Y me pregunto, ¿qué les vendrá a la cabeza? ¿Cómo recordarán estas semanas? Pues supongo que en el futuro tendrán de ellas una memoria de alegre inconsciencia. Las recordarán como una época donde todas las reglas se quebrantaron. Desde la hora de ir a acostarse, a las comidas o el tiempo durante el cual se podía ver la televisión. El mundo está sencillamente manga por hombro, y eso es algo que adoran los niños.
Por supuesto, imagino que echan de menos jugar con otros niños, salir a la calle y montar en bicicleta o dar patadas a un balón, pero sospecho que el caos en el que andan ahora instaladas sus vidas, supera cualquier molestia.
Porque la vida se ha convertido en algo que no tiene nada que ver con lo que era hace un par de meses.
Yo doy clases en un instituto, y mando, sin abusar, ciertas tareas para casa por trasporte telemático. Incluso hago exámenes. A menudo me pregunto por la lógica de ese trabajo domiciliario. Y no se trata de una pregunta retórica, es, sencillamente, que dudo de la pertinencia de tratar de aparentar que las cosas pueden seguir donde estaban. Fingir normalidad en medio del desbarajuste. Supongo que los alumnos pensarán algo como: “mi vida es un desorden absoluto: mi madre tiene un ERTE, mi padre no va a trabajar de momento, ¿y quieren que analice sintácticamente unas cuantas oraciones?”
Realmente, es difícil saber qué actitud tomar. Porque aquí no hay botes salvavidas. ¿Hay que seguir tocando como la orquesta del Titanic? Tal vez consigamos amansar las olas. En el fondo las olas es lo que están deseando.
Eloy | Viernes, 17 de Abril de 2020 a las 15:09:46 horas
Al fin sé quién te escribe los artículos. No es tu hermano Chico, es tu hija. Felicidades por ella.
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