El entusiasmo del III Reich
En plena Guerra Mundial, en 1942, se suicidaba en Brasil el escritor austriaco Stefan Zweig. Era judío, y como austriaco había perdido su patria. En Inglaterra, a donde había huido, las autoridades no se fiaban mucho de él, de modo que emigró a Brasil. Cuando los japoneses conquistaron Singapur, Zweig pensó que ya no había esperanzas, y que entre los japos por Oriente y los boches por Europa, la derrota de las democracias era inevitable. Si hubiera esperado tan solo unos pocos meses hubiera visto cómo los americanos quebraban los dientes de los japoneses en Midway, y cómo los alemanes caían derrotados en El Alamein. A partir de ahí, lo que había sido un calvario para los aliados durante años, donde una derrota se sucedía tras otra, se convirtió en una serie de victorias casi ininterrumpidas.
Siempre que veo que las cosas están chungas me acuerdo de aquello, ya que me demuestra que por muy mal que marche el mundo, siempre queda la esperanza (supongo que desde el bando nazi no se vería esto igual, pero bueno). Evidentemente, pasan los días y parece que no nos movemos. Estamos donde estábamos. Estamos donde estaremos. Y, claro, cunde el desánimo.
Lo que sí tengo muy claro es que para salir bien parados de lo que tenemos ahora y de lo que tendremos después, es imprescindible desterrar el derrotismo y catastrofismo que por intereses partidistas vemos a cada momento. Yo apoyo a este gobierno, y si gobernara Rajoy lo apoyaría igual; idéntico apoyo si estuviera Arrimadas; mismamente apoyaría a Abascal si se hallara al frente de la nación (es lo que yo llamo patriotismo).
Quizás hay algo que muchos no perciben, y es que la prosperidad o el progreso son sobre todo estados de ánimo, y que un pueblo convencido, optimista y unido puede con todo. Y no son palabritas para mandar por whatssapp, sino realidades como manzanas. Les voy a poner un ejemplo, también relacionado con la II Guerra Mundial.
Hitler llegó al poder a Alemania en enero de 1933. El país se hallaba sumido en una terrible situación política y económica. La crisis del 29 todavía mostraba sus zarpas, y Alemania tenía más de seis millones y medio de parados, cifra espantosa, desde luego, pero más todavía de lo que parece, ya que las mujeres prácticamente no trabajaban fuera de casa, y los hogares eran sustentados casi exclusivamente por los hombres.
Sin embargo, en apenas dos años y pico, el Führer de las narices acabó con el desempleo. Pero no crean que lo logró por medio de geniales procedimientos para crear riqueza. Hitler no tenía ni pajolera idea de economía, era ignorante en ese punto hasta extremos que sorprenderían a muchos. Es más, la economía le interesaba muy poco. ¿Cómo entonces logró revertir la situación? Pues es algo en lo que no se ponen de acuerdo los historiadores, entre otras cosas, por temor a elogiar a un individuo tan vil y miserable como Hitler, pero la razón creo que no ofrece dudas.
Y es que el Führer logró imprimir un entusiasmo desatado a la sociedad alemana. Incluso los que lo odiaban políticamente se sintieron arrastrados por la exaltación. Alemania entera parecía gritar con una sola voz aquello de “sí se puede, sí se puede”. De hecho, los visitantes extranjeros quedaban sorprendidos de la actividad y el empuje de la sociedad germánica. Tenían la sensación cuando se hallaban en Berlín de que veían unas imágenes que pasaban ante la vista a mayor velocidad de la normal, al menos de la normal en sus respectivos países.
Y que nadie crea tampoco que ese auge se debió a las virtudes proverbiales de la disciplina alemana. De hecho, el III Reich era un caos organizativo difícil de creer. Prácticamente el gobierno no existía, y el estado funcionaba con infinitos reinos de taifas que normalmente contendían entre sí. Sin embargo, Alemania, que partía de una situación terrible, que era gobernada por un psicópata que no gobernaba y que se llevaba la mayor parte del tiempo vagueando en Berchtesgaden, jugando con mapas y soldados de plomo, que por no celebrar no celebraba siquiera consejos de ministros, que no se reunía en el parlamento, que funcionaba casi de manera mágica, se convirtió en la primera potencia indiscutible de Europa y no sé si del mundo.
¿Y cómo lo logró? Con entusiasmo y con confianza. Un entusiasmo y confianza delirantes, sí, pero de resultados extraordinarios. Se me podrá objetar que ponga a un figlio di putana como Hitler de ejemplo. Pero lo hago conscientemente. Porque sería hermoso que las democracias lograran movilizarse de esa manera para levantar un país. Que nos conjuráramos para recuperarnos con rapidez.
Y me importa un pito si gobierna Sánchez o si gobierna Arrimadas.
PD. Se me ha olvidado decir, que, después de todo, Hitler acabó suicidándose, y que Alemania perdió la guerra.












Justino "Tomasito" | Lunes, 13 de Abril de 2020 a las 14:38:48 horas
Totalmente de acuerdo con su teoría del entusiasmo alemán previo a la II Guerra Mundial.Trasladando la palabra estusiasmo a nuestra guerra viral de hoy mismo, qué grado del mismo nos transmiten los actuales responsables gobernantes con las actuaciones que se han llevado a cabo desde que la OMS nos informo por primera vez allá por Enero pasado?Si aquí por apoyo emocional que no quede...otra historia es la gestión,otra historia es la prevención,otra historia es el conjunto a los que llaman expertos que hoy dicen no necesarias mascarillas y mañana sí necesarias...la sanidad española excepto en su personal sanitario no estaba nada preparada como la de otros países,léase por ejemplo la de la Alemania del entusiasmo,esta vez sin Hitler.
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