El artillero intérprete
En esta sección publicamos capítulos del libro "Desde el Picobarro de Rota" (Relatos y cuentos), escrito por el roteño Prudente Arjona que gentilmente lo ha cedido para compartir con los lectores de Rotaaldia.com. El autor, quiere simplemente que se conozcan las historias y anécdotas que describe y en esta sección de Opinión semanalmente se irán publicando.
EL ARTILLERO INTÉRPRETE
El que va de Maestro Liendres, siempre terminan picándole los piojos”
Mi amigo Pepe y yo nos conocíamos desde el colegio, vivíamos en la misma calle y nos llevábamos sólo varios meses de diferencia, por lo que cuando nos llamaron a filas, nos tallamos y nos incorporamos el mismo día y en el mismo cuartel de infantería mecanizada de Cerro Muriano. Un lugar apartado donde “Cristo perdió el mechero”, rodeado de montañas y un frío que se nos helaba hasta el habla. Lo cierto es que cuando ya nos estábamos adaptando a la rutina diaria, un día nos hicieron formar toda la brigada, donde el Comandante nos dio un mitin sobre la incorporación de nuevos carros de combate para el ejército.
Pero como el Ministerio y el Alto Mando aún no se habían decido por el más adecuado, iban a traer diferentes tanques para valorar su maniobrabilidad, eficiencia, capacidad de munición, autonomía, etc. etc. Así que el primero que traerían en tres semanas, sería uno de procedencia norteamericana. A tal fin, el Comandante nos adelantó que vendría mandos extranjeros interesados también en la adquisición de dichos carros para reforzar su ejército, así que pedía el Jefe una limpieza total en el Cuartel. Por lo que, desde el día presente hasta el día anterior al que llegaran a realizar las pruebas pertinentes, todo el mundo se dedicaría a dejar las instalaciones militares, “como el oro”. Así se explicó con toda claridad el Comandante.
Se dejó a un lado la instrucción, los ejercicios, las clases teóricas y prácticas y nos dedicamos en cuerpo y alma a “dorar” el cuartel. Unos días antes nos formó de nuevo el Comandante y nos pidió que el soldado, cabo o suboficial que tuviera conocimientos del idioma inglés, que se presentara, dado que los militares americanos que nos instruirían, no sabían una papa de nuestro idioma. Yo me defendía porque antes de ingresar en el ejército me llevé dos años en la Base Naval de Rota, trabajando para los americanos, pero yo no me arriesgaba a dar un paso al frente, pues la responsabilidad era muy grande y mis conocimiento del inglés era pequeño.
Pero se dio el caso, de que nuestro Sargento, que en las vacaciones pasadas había ligado con una americana en Torremolinos y le había ido bien, se compro el libro primero del Essential Inglish y a las pocas semanas de ojear el libro, ya se creía que era Shekaspe, por lo que se creyó con el suficiente conocimiento del idioma como para presentarse de intérprete, cuando en realidad, las dos semanas que estuvo liado con la americana, el idioma que hablaron, fue en las clases interactivas de dactilografía sexual. Pero si salía victorioso en su arrojo, seguramente se apuntaría muchos tantos de cara a un ascenso.
—De acuerdo, -el comandante acepto la voluntariosa decisión del Sargento y como quiera que nadie sabía inglés, ni tan siquiera los Jefes y Oficiales, pues no pudieron hacerle un mínimo examen de comprobación del nivel de inglés que tenía el suboficial.
Al siguiente día llegó el tanque yanqui a lomos de un enorme tráiler. Aquello fue un espectáculo pues, aparte del inmenso carro, que comparado con los tanques españoles existentes en la brigada parecían cacharros de juguetes, los militares que acompañaban al transporte, con sus modernos fusiles ametralladores, ropa, botas, incluso las gorras, planchadas y relucientes, no tenía nada que ver con nuestra indumentaria y pertrechos, no obstante a mí no me causó sorpresa porque ya conocía todo eso del tiempo que estuve trabajando para el Gobierno U.S.A., pero para los mandos, aunque no mediaban palabra, se podía leer lo que pensaban, sobre la diferencia entre ambos ejércitos y lo que tendríamos que avanzar para ponernos a la altura de un país semejante. -Quizás, pensaban para sus adentros: “Mejor comprarle los tanque a ellos para mantener vivo ese eslogan fabricado a nuestra medida, que dice “Colaboración y Amistad”, por si acaso se enfadaban un día con nosotros...”
Cuando tocaron “retirada”, nos encontramos mi amigo Pepe y yo en la cantina, allí estaban los soldados norteamericanos tomando cervezas. De entre ellos escuché que uno estaba hablando en español con un compañero nuestro. Le hice señas a Pepe y juntos nos acercamos al portorriqueño-americanizado -que de ahí procedía su habla latina- lo cierto es que a la tercera Cruzcampo empatizamos rápido. Nos contó su vida, obras y milagros, pero yo necesitaba saber cuál sería la maniobra que el blindado llevaría a cabo al día siguiente. En una servilleta de la cantina, me hizo un croquis de los ejercicios de rotación, desplazamiento, hacia delante y atrás, disparos a la diana, etc.
Yo muy atento a todo y con el boceto en la mano, trataba por todos los medios de memorizarlo punto por punto.
Para la confección de la Diana donde habría de ensayar los disparos del acorazado, el mando había encargado previamente construir un bastidor de madera, sobre el cual clavetearon una sábana a manera del lienzo de un cuadro, al que el tanque tenía que probar su puntería. El blanco se encontraría a unos quinientos metros, situado en la ladera de la montaña que teníamos frente a la explanada del destacamento militar.
Los militares americanos se fueron a dormir a un hotel de Córdoba ya que la capital dista diecinueve kilómetros y se puede llegar en tan solo veintitrés minutos. A la mañana siguiente, antes de tocar Diana, y una vez que desayunamos un poco de agua sucia y unas galletas rancias, nos fuimos a la cantina antes de formar, puesto que mi amigo Pepe tenía guardia militar en una garita situada al fondo de los límites del cuartel, y le gustaba tomarse un par de crujíos de aguardiente antes de comenzar la guardia, dadoque tendría que permanecer en su puesto cuatro horas.
—Pepe, en vez de aguardiente deberías haberte tomado brandy, que calienta mucho para la mañana, que hace un frío polar... -le dije a mi compañero, a sabiendas de que la garita se encontraba muy cercana al pié de la montaña, y si no iba preparado por dentro, iba a pasar mucho frío por fuera.
—¿Sabes que tienes razón, Juan? Me voy a tomar un latigazo de brandy, por si acaso.
Tocaron formación y como yo tengo un metro cincuenta de altura, siempre cerraba mi fila, pero en esta ocasión, dado que la alineación había sido montada al revés, para que todos pudieran observar las maniobras, teórica-práctica, resultó que, en este caso me encontraba el primero de mi fila y cercano al Sargento intérprete. El cual se hallaba junto al Capitán y el Comandante de la Brigada. El alto mando y los militares extranjeros, estaba situado detrás de la tropa con prismáticos, observando la maniobra.
El sargento, con un Walkie-Takie en las manos, que se lo colocaba nerviosamente en la oreja, no paraba de repetir; ¡ok, ok, ok!, sin pronunciar frase alguna -se supone que el Sargento en las clases “lingüística” que había recibido de la americana, fue muy sumiso, ya que para todo utilizaba el vocablo; “OK”. Lo cierto es que no se estaba enterando de nada de lo que el americano que estaba en el puesto de mando con el telémetro le comunicaba en inglés sobre las maniobras del tanque, y que el Sargento tenía que traducirle en español de todo lo que tenían que ejecutar, tanto al conductor, como a los dos artilleros del carro blindado que se encontraban inter-comunicados.
—Sargento, -le hice un gesto para que se acercara un poco más- y en voz baja le dije, -usted no se está enterando de nada, déjeme que le vaya orientando sobre lo que dice que hay que hacer... Yo sé algo de inglés.
El Sargento me miró, carbonizándome con la mirada e hizo un gesto en círculo con los dedos, que de inmediato deduje que “me esperaba cuando terminara de aquel lío”.
El tanque tenía que girar en redondeo, luego debía caminar hacia atrás, la continuación hacia delante, hacer tres vuelta en redondo con la torre del cañón, luego girar con el cañón de derecha a izquierda y situarse en línea con el objetivo, que no era otro que la sábana desplegada en la montaña a manera de diana, entonces debería disparar y volver a hacerlo ejecutando la maniobra ejecutando el ejercicio al contrario.
Yo, que de memoria me sabía toda la maniobra y ayudado de mis pobres conocimientos de inglés -ignorando la amenaza del sargento y más bien, con idea de proteger nuestra integridad física, ya que el tanque disparaba con fuego real. Aún en contra de su posible fobia contra mí, le fui traduciendo lo que salía por el Walkie-Talkie- mientras que el sargento fue retransmitiendo a los ocupantes del tanque las órdenes del director de tiro. El suboficial no me miraba directamente, pero sí que tenía el oído abierto a mi continua locución. Sin embargo, su orgullo pudo más que él, y haciendo oídos sordos, quiso ir por su cuenta, pues observaba que el Capitán nos miraba, y se estaba quedando con el cante.
Precisamente en el momento más delicado de la maniobra, al escuchar por el comunicador electrónico la maniobra del primer disparo, a mí me llegaban entrecortada frases “...prepared for to the blanck... Move one hundred eighty agree to the right... to be make to shoot, fire”. Más o menos el telemetrista y director de campo, decía, que se prepararan para hacer fuego sobre la diana; Giraran ciento ochenta grado a la derecha para disparar. De todo lo dicho, el sargento sólo entendió: -¡Prepararse para tirar al blanco, girar ochenta grados, perfecto, y disparar!
Y así se lo transmitió libremente a los ocupantes del blindado. Lo que provocó, que tras realizar la maniobra ordenada por el sargento, los artilleros giraron el cañón del tanque en dirección a la tropa congregada en la explanada frente a las dependencias militares.
Dándome cuenta de la que iba a liar el sargento cargándose a medio batallón, el mando, los extranjeros y las dependencias militares, di un grito que se escuchó hasta en Córdoba, ¡Alto! No disparen, giren ciento ochenta grados a la derecha y disparen al blanco. Todo fue muy rápido, el cañón giró rápidamente, al tiempo que se escuchó un verdadero trueno, cuando descargaron el cañonazo hacia cualquier lugar que ignoraba, menos a la sábana usada como diana. El capitán sudaba como un condenado al darse cuenta de la que le había librado y dirigiéndose a mí, me abrazó y me dijo:
—Muchacho, nos ha salvado la vida a todos mientras que el Sargento me fulminaba con la mirada, pero con la cara blanca como la nieve, dándose cuenta de que podía haber liado.
Sin embargo, la cosa no había terminado. Todo el mundo se quedó estupefacto, porque el disparo había hecho volar la garita blanca donde mi amigo Pepe montaba guardia.
De momento se paró la maniobra y el tanque quedó inmovilizado. No tardó ni dos minutos para que el Mando en pleno, compuesto por Generales, Coroneles y agentes extranjeros, se presentaran pidiendo explicaciones de lo que allí había ocurrido y lo que estuvo a punto de suceder, sin saber aún el incidente de la garita y la muerte segura del pobre soldado que fielmente montaba guardia en aquel punto alejado.
Cuando los militares de alto rango supieron del hecho, mandaron inmediatamente un jeep, con el Capitán, el Sargento y dos sanitarios que saltaron sobre el vehículo en marcha, dirigiéndose a toda leche al lugar del siniestro. Detrás lo seguía una ambulancia. Cuando llegaron al deflagrado lugar donde estuvo la garita, sólo encontraron un montón de humeantes cachivaches y el maltrecho fusil de Pepe. Este había sido fulminado y desaparecido del mapa.
La cara de los componentes del comando se tornaron blanca como la nieve, miraron al Sargento de tal manera, que el pobre suboficial, balbuceando, contestó, -”Yo, hice todo al pie de la letra, la culpa fue del conductor y de los artilleros del carro...”
—¿¡Cómo le contamos ahora al mando de la muerte de este soldado, mientras se encontraba en acto de servicio, Sargento!? ¿¡Cómo se le ocurrió a usted señalar un punto de guardia en un lugar donde se iba a efectuar unas pruebas tan peligrosas!?.
—Verá, mi Capitán, creí que deberíamos mandar a alguien que impidiera que cualquiera cruzara por la zona de maniobras...
En eso estaban, cuando se escucha una voz por debajo del terraplén donde se encontraba ubicada la desaparecida garita:
—¡Menos ma´ que estaba ahí abajo jiñando cuando han disparao´! Que si no, no hubiera queao´ de mí, ni el gorro. ¡Vaya artilleros que está jechos ezos tanqueros de mierda..!
Un suspiro entrecortado y compartido por el Capitán, el Sargento y los sanitarios, mientras que Pepe continuaba a su aire, atándose el cinturón del pantalón,
—¡Que susto me he llevao´, coño, po-no´que me he´queao´a medio cagá...!
—¡Pues yo me voy a cagá, por entero, pero, en tu puta madre, desgraciado!. -Le espetó el Sargento en la cara, queriendo cargarle la culpa al pobre soldado, que por muy poco se había librado de la muerte. —El Sargento continuó chillándole a Pepe- ¿has visto como ha quedado tu fusil? Pues te vas a quedar en la Mili hasta que, con la sobra, pagues el fusil. Así que te queda más años de Mili que a Cascorro.
El oficial tomó por el brazo al Sargento y en voz baja le dijo, -Cálmate, que si nos lo cargamos, menuda la que nos iba a caer encima; a usted y a mí.... Ahora regresemos, creo que después de esto el Mando suspenderá las maniobras, pero usted, Sargento, quiero antes de una hora, un informe pormenorizado de todo lo que ha ocurrido.
Cuando se corrió la voz de que el centinela había salido ileso, porque estaba defecando cuando disparó del blindado, toda la tropa desde aquel día lo llamaron “Pepe el Cagón”.
Ínfimo sueldo que el ejército pagaba a los soldados. Haber del soldado. Antiguamente “soldada”.












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