Diario del año del coronavirus
El mundo después del coronavirus (Segunda parte)
Terminaba diciendo ayer que me guardaba para hoy el comentario sobre el más grande cambio que en mi opinión nos sobrevendría cuando finalice La Gran Reclusión. Tengo por costumbre no cumplir lo que prometo, que me parece cosa de cobardes (las únicas promesas que creo que hay que cumplir son las que se hacen borracho), pero por una vez voy a hacer una excepción.
Aunque se trata de una excepción muy fullera, porque, en mi docta opinión, el gran cambio que se va a producir cuando salgamos de La Gran Reclusión del coronavirus será... ningún cambio.
Sí, niños y niñas, escuchamos por todas partes que el mundo va a sufrir un vuelco después de esta pandemia, pero es mentira. Alguna cosilla, sí, pero en lo esencial, casi rien de rien.
De hecho, cuando llevemos uno o dos meses libres de la confinación nos sorprenderemos de la facilidad con la que olvidamos y relegamos estas semanas a las zonas neutras y sin relieve de nuestros recuerdos. ¿Por qué digo esto? Pues porque si algo tiene la sociedad contemporánea es su facilidad para adaptarse a todo. El mundo cambia diariamente de manera tan rápida que nuestro estado natural es el movimiento. El planeta se trastoca de forma talmente apresurada en todos los aspectos que, en realidad, nada lo puede trastocar porque él solito se basta. La insólita profusión de novedades tecnológicas, la endeblez de las convicciones, el infinito número de medios de comunicación que compite por ver quién saca la noticia más atorrante, consiguen que nada permanezca. Hace, no sé, sesenta o setenta años, las noticias perduraban durante mucho tiempo en la percepción del público, y durante meses se masticaba un asunto hasta dejarlo en los huesos. Ahora es difícil que algo nos impresione tanto como para que se le dediquen tres o cuatro portadas de El País con varias semanas de distancia.
Un ejemplo. En 1960 en Francia se cambió la aritmética de su moneda. Desde ese momento, 100 francos pasaban a valer 1 franco. Instintivamente, los franceses comenzaron a hablar de francos nuevos y francos viejos. Las personas mayores no abandonaron el nombre de francos viejos sino hasta la llegada del euro, y aún así, fueron bastantes los que siguieron en sus cálculos los precios de euro a francos viejos.
Sin embargo, cuarenta y dos años después fíjense lo que pasó con la llegada del euro. Si hay algo que sorprende es la naturalidad con la que nos hicimos a la nueva moneda. Durante unos años, todavía hacíamos el cálculo mental cuando se trataba de cantidades grandes, pero hoy ni eso, y juraría que ahora todo el mundo piensa en euros. ¿Por qué? Porque nos hacemos a cualquier cosa. Estamos acostumbrados a que todo fluya, y ahora que las cosas no solo no fluyen sino que permanecen, nos quedamos igual.
Resumiendo, que me he puesto muy filósofo. Si alguien espera que cuando finalice La Gran Reclusión asistiremos al alborear de una nueva era, se equivoca. El mundo va a seguir siendo el mismo. O casi. Lo que, francamente, no estoy seguro es de si eso es bueno o es malo.






































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