El inspector Boby
En esta sección publicamos capítulos del libro "Desde el Picobarro de Rota" (Relatos y cuentos), escrito por el roteño Prudente Arjona que gentilmente lo ha cedido para compartir con los lectores de Rotaaldia.com. El autor, quiere simplemente que se conozcan las historias y anécdotas que describe y en esta sección de Opinión semanalmente se irán publicando.
EL INSPECTOR BOBY
“Cuidado con los animales,
que la mayoría son más inteligentes que nosotros los humanos”
Aquella mujer habría sobrepasado con creces los ochenta años, pero su poquedad corporal, la hacía parecer más joven; Se movía con tanta agilidad y fluidez que si no fuese por sus vestidos negros -propio de personas mayores- que contrastaban con su cabello corto teñido a mechones y sus grandes pendientes en forma de argollas, sumaban argumentos suficientes como para desconcertar a cualquiera que intentara estimar una edad certera.
Como la gente de su edad, -y no en cuanto a su confusa apariencia- solía levantarse muy temprano; descorría sus cortinas y de inmediato comenzaba a coser; pues desde mi ventana situada justamente enfrente de su balcón, me convertía en observador indiferente, pero la actividad de la señora me hacía –sin pretenderlo- seguir sus movimientos cada vez que miraba por la ventana hacia la calle.
Ella se dedicaba a coser para la vecindad, o sea, que la gente del barrio le encargaba arreglos de sus ropas y ella asimismo confeccionaba vestidos para bebés, usando modelos clásicos de los que se llevaban hacía sesenta o setenta años y que muchas madres gustaban de vestir a sus hijos de aquella manera tan peculiar. Ésta original forma de coser, le valió ser muy conocida y apreciada en la población, cuya aureola se había ganado al ser al mismo tiempo una mujer muy generosa, a la que le encantaba ayudar a todo el mundo que lo necesitara: realizando infinidad de trabajos que no cobraba a familias cuya economía no le permitía ciertos lujos, o bien, acompañando a enfermos y personas mayores en su soledad.
Había tres cosas que me llamaban particularmente la atención: Una era su enorme televisor, en cuya pantalla podía seguir perfectamente cualquier película desde la ventana de mi cuarto. La otra, un loro que hablaba hasta por las alas y permanecía todo el tiempo junto a ella en el balcón de su casa. Y la otra, que estaba perfectamente informada de cuanto ocurría en el pueblo, por lo que la gente recurría a preguntarle sobre la información fidedigna de cualquier suceso.
Su fiel y hablador animalejo, al que no sería fácil adivinar su edad -pues siempre le conocí en el balcón junto a su patrona- podría tener quizás, los mismos años que su dueña. En ocasiones lo tenía dentro de la jaula, pero ésta permanecía abierta porque jamás se movía del lugar, manteniéndose en su posición de guardián sobre el espaldar de una silla y en ocasiones sobre los hombros de su jefa, mientras ella pacientemente cosía en su antigua máquina Singer.
Curiosamente el loro, imitaba la vibración resonante del teléfono móvil de Mariquita a la perfección y múltiples sonidos más; como los silbidos de la olla a presión, los escapes de las motos, la canción de moda, etc.
El papagayo era un gran parlanchín tan elocuente como su compañera de piso, lo que propiciaba distraer a Mariquita sus muchas horas de soledad. El diálogo no era del todo correspondido por el ave, limitándose a repetir una y otra vez las últimas frases de lo hablado por su dueña, pues como es de suponer, la corta inteligencia del loro no acertaría a entender –luego, la gran clarividencia del animal, sorprendió a todos- la imparable retahíla de la enjuta anciana, que le trasladaba todos los acontecimientos que se tragaba de los noticieros locales, de la radio y la televisión, así como de lo que divulgaban los periódicos del pueblo y el vecindario.
Mariquita siempre estaba al día, de todo por lo que pasaba en la Villa –como ya advirtiera anteriormente- y no importaba si éstos eran de carácter político, social o necrológico, la octogenaria estaba al tanto de todo, y como era lógico pensar, su Loro también.
Como una de las muchas anécdotas que podría contar de esta singular pareja, les narro una que se daba en constante repetición y que se trataba de que: “En más de una ocasión, los viandantes echaban mano a sus móviles creyendo que era el suyo el que sonaba, y tras el chasco, miraban mosqueado hacia el balcón. Cuando se daban cuenta de que habían sido engañados por el embaucador papagayo de plumas verdes esmeraldas. Los burlados peatones le propinaban algún que otro insulto. El Loro era muy respondón, y por ello a los improperios recibidos, respondía a renglón seguido con un -“tonto, tonto, tonto”. Haciendo sonrojar aún más a los timados peatones, incrementado por la sonrisa de la gente que circulaba por la calle en ese momento.
El loro era también muy preguntón, por lo que cada vez que su patrona se marchaba, o volvía de la calle, le inquiría:
—¿A dónde va?” o ¿de dónde vienes?, “¿dónde está Juan Luís? –el sobrino- ¿Está trabajando?
La paciente ama le contaba todos los pormenores de sus movimientos, y el Loro la observaba sin rechistar como asimilando las explicaciones de Mariquita, aunque en ocasiones le salía por la “vía de Tarifa”.
Al parlanchín papagayo, no le faltaba las pipas de girasol (su alimento favorito), consumiendo enormes cantidades, cuyas cáscaras diseminaba con su aleteo por todo el habitáculo, saliendo incluso despedidas por los ventanales, que provocaba lluvias de cáscaras sobre las personas que pasaban por debajo de su balcón y que la sufrida Mariquita se veía obligada a barrer una y otra vez ante el riesgo de ser multada por la municipalidad.
Una madrugada, cuando Mariquita estaba dormida y sus oídos taponados con algodón -para que el ruido nocturno de motocicletas y automóviles discotequeros no interrumpiera sus sueños- sucedió, que un caco entró por la puerta de la azotea -la cual disponía de una sencilla y carcomida tranca que el incauto no tuvo inconveniente en forzar- adentrándose en el piso y en unos sacos introdujo en pocos minutos, todo aquello que de valor le suponían, incluido el enorme televisor.
El Loro, que se percató de que algo anormal estaba sucediendo, comenzó a graznar y a dar voces exclamando:
—¡Mariquita!, ¡Mariquita! ¡ladrones!, ¡ladrones!..
Mariquita, ajena a todo lo que en su hogar ocurría, tras ingerir su correspondiente ración de pastillas para dormir, se encontraba sumida en un profundo sueño y aislada de cualquier ruido, gracias a los somníferos y los aislantes sonoros a manera de algodones auditivos, que la trasladaban al mundo de los etéreo.
En ese momento, por temor a que la dueña o cualquier otra persona se percatara del robo, el caco se dirigió hacia el Loro y tomándolo por el pescuezo, al que retorció, intentó acabar con su vida, pero el animal se defendió, clavándole las garras en el antebrazo del asesino de loros, quien dio un gritó ahogado, mientras que por su muñeca comenzó a deslizarse varios hilillos de sangre herviente que salpicó la alfombra y parte de las cortinas del ventanal. El ladrón tomo al loro y con furia lo introdujo en uno de los sacos con la mercancía incautada, mientras que el pajarraco, trastornado por la opresión del pescuezo y el golpe recibido contra el televisor depositado en el saco, perdió el conocimiento.
De inmediato, el ladrón entró en el dormitorio de Mariquita y al verla tan dormida, arrasó con todo lo que pilló por delante con suma facilidad; Tanto, objetos como alhajas e incluso del poco dinero que la infortunada guardaba en un pequeño cofre de madera, construido por su sobrino Juan Luís -hombre hábil y diestro en la marquetería y en los trabajos manuales-. Lo cierto es que en poco más de quince minutos, el desalmado abandonaba la vivienda con dos enormes sacos atestados con el botín robado y entrando en un vehículo, donde previamente había dejado con el motor en marcha, salió a todo gas, perdiéndose en la oscuridad de la noche.
A la mañana siguiente, cuando Mariquita se levantó y se percató del desvalijo sufrido, estuvo a punto de darle un infarto, pero al aproximarse al ventanal y ver la jaula vacía y la sangre en el suelo y en la cortina, pensó lo peor, pues se figuró que el Loro había sido sacrificado. Mariquita dio un tremendo grito que puso en sobre aviso a la vecindad, quienes salieron a la calle pensando que algo tremendo le había debido pasar a la anciana.
Varios subieron al piso y tras comprobar el robo, llamaron a la policía, que se personó inmediatamente, levantando acta de todo lo que Mariquita –sumida en un shock de puro nervio- enumeraba cada objeto que le habían robado, de entre lo que se encontraba un rosario con cuentas de coral de su bisabuela con engarces de oro, con el que, rezando, se dormía cada noche desde que era pequeña.
Pero a Mariquita lo que le preocupaba era el Loro, por lo que le insistía una y otra vez a la Policía:
—Por favor, que se queden con todo si quieren, pero que me devuelvan a mi Boby –que así había bautizado al Loro.
La policía a parte de la declaración de la víctima, se llevó una muestra de la sangre de la alfombra, comunicándole días después a Mariquita, que procedía de un ser humano y no del Loro, lo que tranquilizó en parte a su dueña…
Pasaron los días y Mariquita entristecida se llevaba largas horas oteando las azoteas de las casas colindantes, llamando con gritos angustiados a Boby, con la esperanza de que el animal pudiera haber escapado de los asaltantes y hubiese emprendido el vuelo de regreso a su hogar; pero éste no aparecía.
La desafortunada anciana, aparte de perder al Loro, perdió la alegría, y ya, prácticamente no bajaba a la calle, sólo lo indispensable para comprar sus escasas viandas. Se le veía muy demacrada y había dejado de coser. Mariquita se pasaba todo el día y las largas noches, dando grandes suspiros sumida en una completa congoja.
Todo el pueblo se había enterado del robo y de la desaparición de Boby y a pesar de que la prensa, la radio y la televisión local dio en múltiples ocasiones la noticia, el loro no aparecía. Pasó un mes y Mariquita ya no bajaba a la calle. Una hermana aún más anciana que ella, la visitaba a diario para hacerle comidas, asearla y limpiarle el pequeño piso. El médico hizo acto de presencia, pero su enfermedad no era cosas de medicamentos; Había entrado en una depresión profunda y ya no solo no quería comer, sino, ni tan siquiera hablar.
A Mariquita –de seguir así- le daban pocas esperanzas de vida y aunque algunos vecinos decidieron comprarle otro loro, hubieron de devolverlo a la tienda en donde lo habían adquirido, porque el cariño que le tenía a su Boby no podía transferírselo a un nuevo sustituto.
Una mañana cuando la hermana -con mil trabajos y riegos de lastimarse en el esfuerzo- consiguió llevar a Mariquita hasta el balcón, para que los rayos de sol colorearan su blanquecina tez, se escuchó un enorme graznido, acompañado de unos aleteos sobre los cristales de la ventana que asustaron a ambas ancianas.
Los ojos de Mariquita se le iban a salir de sus órbitas, pero con un esfuerzo sobrenatural y recuperando la energía perdida, en un instante, se levantó de un salto y abrió de un golpe la ventana, apareciendo su Boby dando enormes graznidos y repitiendo una y otra vez: ¡Mariquita! ¡Mariquita! ¡Mariquita!.
La alegría de la anciana le desbordaba; el animal se subió en los hombros de su dueña y acariciando su pico contra la cara de su patrona soltaba continuos graznidos. Mariquita lo abrazó, pero algo le hizo daño en la cara, entonces se dio cuenta que Boby llevaba colgado un collar o similar entre las plumas del gaznate, comprobando después que era el rosario de coral sustraído por los desvalijadores. Cuando Mariquita recuperó el sentimental rosario, Boby comenzó a repetir un nombre: ¡El Tiznao!, ¡el Tiznao!, ¡el Tiznao!
Cuando Mariquita se recuperó de la impresión, se personó en comisaría, acompañada por varios vecinos para dar cuenta de la increíble historia vivida momentos antes con su Loro.
Efectivamente, Pepe El Tiznao, era un delincuente habitual. Larguirucho, de tez arrugada y renegrida, cuya adicción a las drogas le hacía aparentar más edad de los cuarenta y dos años que en verdad tenía. El Tiznao estaba fichado por la policía quienes disponían de su largo historial delictivo, contando en la actualidad con varios juicios pendientes de condena que le llevaría de nuevo a la cárcel por espacio de varios años.
El Tiznao no era un malhechor agresivo, y sus robos no los ejecutaba por intimidación, atracos, ni usaba armas. Su especialidad era asaltar viviendas y llevarse todo lo que cogía por delante, sin importarle si los dueños de las viviendas estuvieran dormidos, pues disponía de gran habilidad en desvalijar las viviendas sin hacer ruido alguno.
Aunque lo ocurrido con el Loro era una historia inverosímil a primera vista, la policía, más que por convencimiento, por curiosidad, decidió personarse en casa de delincuente, por lo que pidió a Mariquita -con loro incluido, así como a los vecinos, que le acompañaran en un coche celular a casa del presunto delincuente.
Cuando faltaban varias casas para llegar a la de El Tiznao, el loro salió disparado por la ventana del vehículo, perdiéndose por entre los naranjos de la calle... Lo cierto es, que cuando la policía llegó al domicilio de El Tiznao, se escucharon unos gritos angustiosos que decían:
—“!!!Por favor, quítenme este bicho de encima, que me va a matar!!!” ¡!!Socorro, ayúdenme!!!.
Cuando los agentes intentaban abrir la puerta de la vivienda, ésta se abrió dando un tremendo portazo, apareciendo en el marco, Pepe El Tiznao con el loro encaramado en la cabeza dándole desgarradores picotazos, mientras que por su frente le caían grandes goterones de sangre, fruto de las incisiones que las garras del loro habían provocado en la frente y la cabeza del malhechor.
—¡Boby!, ¡Boby! ¡Ven aquí de inmediato!.
El Loro miró a su dueña y dando un tremendo graznido se le posó en sus hombros. El Tiznao se arrodilló delante de Mariquita y le dijo:
—Perdóname buena mujer, soy inocente, yo no he hecho nada... -Por favor, sujete al loro.
En ese momento el loro abrió amenazante sus alas y como comprendiendo el engaño de su secuestrador -quien lo había mantenido atado con una correa a la pata de una cama- dio un fuerte graznido y salió volando a baja altura por un corredor, dirigiéndose al fondo de la casa -que era una de esas viviendas vecinales abandonadas, en donde El Tiznao tenía fijada como Okupa su residencia habitual- El Loro se paró delante de una habitación y comenzó a picotear con furia una puerta cerrada.
Uno de los policías sujetaba al Tiznao -que continuaba diciendo que era inocente de cualquier cargo- mientras que el otro agente, acompañado de Mariquita y los dos vecinos, abrieron la puerta que picoteaba Boby y ¡Oh! Sorpresa. Allí se encontraba el televisor y todo lo robado a Mariquita y aunque también se hallaba el pequeño cofre de madera labrada donde Mariquita guardaba sus ahorros éstos habían volado.
Más tarde en la comisaría, Mariquita, mujer generosa y muy humana, perdonó al Tiznao el dinero robado y la fechoría ocasionada -como agradecimiento de no haber acabado con la vida de su Boby.
La noticia corrió como la pólvora por el pueblo y al siguiente día, todas las cadenas de televisiones y radio a escala nacional, la prensa y varias revistas del corazón, cubrieron la noticia.
Días más tarde, un canal internacional de TV le ofreció a Mariquita una exclusiva de la inverosímil historia vivida con el inteligente Loro-Policía, a cambio de unos cuantos miles de euros, que Mariquita le sirvió para reforzar su vivienda en materia de seguridad, adquirir un nuevo televisor con pantalla de plasma -ya que el suyo había terminado estropeado ante tanto trajín en la noche de autos- y un saco de pipas de girasol de la mejor calidad para su Boby, al que desde aquel día todos los vecinos del pueblo pasaban por debajo del balcón, saludando animosamente al animal, al que habían sobre-bautizado con el nombre de Inspector Boby.
Las ultimas noticias que me han llegado, es que el Ayuntamiento pretende concederle a Mariquita la Medalla de Oro del Consistorio y al inteligente pajarraco, el nombramiento de Loro Predilecto de la Villa.
Esta historia es pura invención del autor, no obstante, tanto Mariquita, como el loro y la ubicación de su vivienda es real. Hace varios meses, Mariquita, desgraciadamente, falleció. Ignoro qué ha sido del “Inspector Boby”.












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