Balsa Cirrito
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PANTALONES TIROLESES DE FARALAES
Habiendo renegado del carnaval y denostado la Semana Santa, sería miserable por mi parte no emprenderla contra la feria. Más que nada, para que nadie se ofenda. A ello.
Debo decir que lo que más llama la atención de la feria de primavera es lo absurda que resulta ¿Que no lo creen así? Pues agradecería que alguien me explicara su gracia. Básicamente la feria consiste en que todo el mundo abandona el pueblo y se reúne en un descampado pedregoso. En el descampado, los nativos se dedican a beber sin medida, con la circunstancia de que lo hacen a precios muy superiores a los que tienen en su lugar de origen. Además, apuran como locos las botellas de fino o de manzanilla, que la mayoría no prueba en el resto del año.
Aunque la borrachera es una cuestión privada. Peor es el desfile de caballistas. Se fundamenta en que una brigada de jinetes, tiesos todos como si se hubieran tragado una cruz de palo, recorren una y otra vez un circuito de quinientos metros durante varias horas, superando el número de vueltas del GP de Malasia (me pregunto si les harán la prueba del alcoholímetro). (Espero que no). Y parecen divertirse. Cualquiera sabe.
Pero la madre de todos los asuntos de la feria es el traje de volantes. El traje de gitana. Voy a romper un secreto masculino, un secreto muy bien guardado. Y es el siguiente: ese traje no sienta bien a casi ninguna mujer. Por ello, cuesta trabajo entender la obsesión femenina por ataviarse con uno de esos vestidos, el dinero que cuesta y los desvelos que provoca. Para acabar después tan poco favorecidas. No sé si porque las españolas de hace unas décadas o unos siglos eran todas caderonas y tetudas, pero se trata de la única categoría femenina a la que le queda bien. Las españolas actuales, en su mayoría canijas, con una silueta por lo general estilizada, no son aptas para esa vestimenta. Si es usted una mujer de senos pequeños, si sus caderas no son como las de un contrabajo, si no le sobran kilos, querida señora, no se ponga el traje de gitana.
Por supuesto, sé que no voy a convencer a nadie, ya que ninguna mujer puede siquiera imaginar que, después de la pasta que se ha pulido, no vaya a estar más guapa; pero, por muy triste que parezca, así es. Aunque no hay por qué venirse abajo. Existe una alternativa lógica: el traje de faralaes sin faralaes. O sea, la minifalda de gitana. A ser posible con el ombligo descubierto. Ese sí que sería un atavío adecuado a nuestros tiempos. Créanme, tendría un éxito desbocado, y si no se pone de moda es por inercia mental. A lo que reconozco que no encuentro manera de salvar es al masculino traje de ganadero. Pero consolémonos: peores son los pantaloncitos tiroleses que se ponen los alemanes. Y a ellos no parece importarles. Aunque bien es cierto que, cuando se los ponen, suelen estar ciegos de cerveza, y eso siempre ayuda bastante.












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