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Redacción
Sábado, 15 de Febrero de 2020

"Desde el Picobarro de Rota". Relatos y Cuentos

por Prudente Arjona

[Img #129430]Terminada la publicación de los capítulos del libro "Historias populares de la villa de Rota", el roteño Prudente Arjona ha facilitado de nuevo amablemente a Rotaaldia.com otro de sus libros escritos sobre la localidad, historias, anécdotas y cuentos. Su intención es simplemente que se lea por el público por eso, pese a que está en las librerías, desde esta sección de Opinión, el lector podrá ir leyendo capítulos del libro "Desde el Picobarro de Rota" (Relatos y Cuentos). Gracias Prudente.

 

Os dejamos con el principio.

 

HABLA EL AUTOR:

 

Nuestras vidas son Puzzles compuestos por infinidad de piezas homogéneas y desiguales, aunque al final, todas y en conjunto forman y componen el TODO, pero con la particularidad, de que, al encontrarse nuestras mentes en constante movimiento y dependientes de la aprehensión exterior de nuestro entorno, muchas veces nos retrotraemos de lo que decimos; lo blanco es negro y viceversa, según la sensibilidad  de captación,  interpretación y longitud de ondas que percibe nuestro cerebro en ese momento.

 

Por eso, siempre estamos expuestos a sufrir esas constantes mutaciones interpretativa, cada vez que suspiramos, miramos a nuestro alrededor, nos cuenten sus experiencias nuestros amigos, escuchemos la tele, leamos un libro, nos transmiten distintas percepciones la gente cercana o lejana, o las que nos encontremos por la calle, en un bar…  Los matices, ajenos a nuestra vida cotidiana, crean en nuestra sesera y en nuestro corazón, una multiplicidad de sensaciones diferentes, personales e individuales, tan cromáticas y dispares, como la paleta de un pintor impresionista o surrealista, atiborrada de pigmentos multicolor, donde cada cual, es utilizado según el tono, la gradación, la tonalidad o la escala que le son eufónicos o concordantes con la emoción del tú,  artista, que  en ese instante emocional toma cuerpo y se desarrolla, con impulsos que pueden, al día siguiente y en las mismas circunstancias, que esa interpretación sea muy diferente, e incluso opuesta a la visualización subjetiva en un ciclo anterior o posterior, dependiendo del estado anímico e intelectual del actor.

 

Si todos esos efectos los multiplicamos por los millones de habitantes del planeta Tierra, dependiendo de la situación y la vivencia instantánea de cada cual, esa Torre de Babel, se nos antojaría  multidisciplinar en cada plano, ya que cada cual opta y converge según su libre albedrío y según su estado emocional y su percepción del momento. O sea, todos iguales, todos diferentes...

 

Basándome en esta realidad manifiesta, he intentado con esta aproximación plasmada en mi humilde aportación literaria, que la diversidad de tramas y argumentos de estos relatos y cuentos, contengan la materia prima,  para que cada cual disponga de la ocasión de interpretar, enjuiciar y convivir de forma interactiva con los personajes y conmigo, cada sencilla experiencia planteada.

 

Agradeciéndole su participar en esta experiencia, deseo de corazón, que lo disfrute leyéndolo, tanto como yo lo he disfrutando escribiéndolo.

 

 

LA  MAR, ESA DESCONOCIDA

Solo el que nada llega a la orilla”

           

La tarde caía como un manto gris sobre la ciudad. Finísimas gotas de agua convertían en opacos los cristales de la ventana de mi buhardilla, impidiéndome otear la imagen nítida del paisaje ciudadano desde mi atalaya.

 

De cualquier manera, me daba igual, pues mis pensamientos no eran coincidentes con mis pupilas; Virtualmente, me encontraba navegando a miles de Millas en un mar encabritado, mientras que los vidrios embadurnados por la lluvia no eran los del ventanal de mi encaramado buhío a vista de pájaros en una impersonal metrópolis, sino el del puente de mi barco abriéndose paso a codazos entre amenazantes olas con crestas de nieve salinas.

 

La noche se había echado encima y la costa estaba lejos, pues el temporal nos había obligado a efectuar varios rizos en la vela mayor por medio de los tomadores, hasta llegar paulatinamente al rizo chico, la más alta faja de la vela que permite reducir el paño al máximo, de manera que azocando varios pliegues sobre la botavara, nos permitía seguir navegando de ceñida, aunque más lentamente, dado que la superficie de la mayor, embolsaba menos viento pero al mismo tiempo nos aseguraba la protección del endiablado ímpetu del dios Eolo, donde nos podía hacer zozobrar el velero en cualquier momento.

 

En el preludio de una noche que presumía ser dura, con una asegurada vigilia para todos, los seis tripulantes nos encontrábamos a cubierto observando cómo la proa del barco ahocicaba una y otra vez, dando hachazos a las olas de varios metros que nos retaban constantemente en nuestra travesía. Yo intentaba -dando continuas bordadas- peinar las crestas para bajar en el seno oblicuamente y prepararme para la segunda ondulación. De seguir así y si el temporal no arreciaba, pasando de mar tendida a mar gruesa, llegaríamos por la madrugada al puerto más cercano, el cual, y según las indicaciones de nuestro GPS, se hallaba a unas ochenta y cinco millas en línea recta, pero nosotros íbamos a vela, lo que nos obligaba a navegar en zigzag, dado que el viento lo teníamos de cara, forzándonos a navegar de ceñida, no más cerrada la pro al viento de cuarenta y cinco grados”.

 

Ahí se encontraba mi relato cuando mi imaginación voló como robada por las garras de una hábil gaviota. –Me levanté y busqué a través de la ventana al pájaro marino que me había hurtado mi imaginación…

 

No vi nada, pues los cristales estaban neblinosos y la ciudad se me aparecía como tremendos cúmulos grises que lo envolvía todo… Era las seis de la tarde y ante de las nueve de la noche tendría que enviar por Internet el relato semanal para el periódico, pero mi barco se encontraba navegando –al igual que mi imaginación-  debatiéndose en un temporal, y no sabía cómo seguir, ni cómo llevarlo a buen puerto, o cómo narrar un naufragio, o explicar que el viento amainó y todos se salvaron…

 

Ahí estaba el dilema, delante de mí, retándome, con una página abierta pendiente de darle vida con mi teclado.

 

Miré el reloj y la adrenalina me excitó considerablemente, pues, el relato semanal y mi artículo de opinión diario me permitía subsistir, de manera humilde, pero al menos disponía de una buhardilla provista de una cama de 90 centímetros, una mesa, un ordenador conectado a Internet con tarifa plana ADSL las 24 horas, un modesto cuarto de baño, una pequeña encimera y un fregadero de un seno. ¡Eso era todo!, pero suficiente para un recién diplomado periodista que había conseguido abrirse hueco en el rotativo El MUNDO, tras dos años trabajando en prácticas en las columnas de los anuncios por palabras, las esquelas mortuorias, los faldones publicitarios y tomando datos en accidentes, conflictos domésticos etc. para que, trabajando de “negro” para otros experimentados profesionales -calentitos en la redacción-  rellenaran sus crónicas con mi trabajo estampando su firma, que le daba opción a seguir cobrando cada mes a costa de los infelices que madrugábamos y trasnochamos en busca de la noticia…

 

Pero por fin mi trabajo tuvo eco y me hicieron un modesto contrato como colaborador, que solo me permitía desayunar muy frugalmente, comerme un sándwich al medio día, y por la noche, un plato caliente en un bar donde servían menús casero. No me quedaba dinero para irme de copas, ni para ir al cine, ni para tomar un taxi; todo lo hacía a golpe de zapato, de manera que la pequeña compensación que me daba el periódico para desplazarme en busca de las noticias, procuraba ahorrarlo para comprarme algunos caprichos con nombre de: calzoncillos, calcetines o una camisa en las rebajas, pues mi ropero se encontraba tan vacío como mi estomago, no obstante y gracias a mis largas caminatas, estaba preparado para correr cualquier maratón.

 

Cinco años antes había llegado a la capital con toda la ilusión del mundo y con la certeza de que iba a triunfar en mi vocacional oficio, luego, conforme pasaban los meses en la facultad, me fui dando cuenta que solo los apadrinados se situaban firmemente en la vida. Los recomendados tienen el pan asegurado, sin importar si son buenos profesionales o no, por lo que los demás, quedamos en la cuneta.

 

Por ello, interesar a la dirección del periódico por mi labor era una verdadera suerte, la cual no quería que todo lo conseguido hasta ahora se esfumara en minutos, pues mi jefe inmediato era hombre exigente y meticuloso con el trabajo y a mí me consideraba por mi seriedad y mi imaginación, pero estaba seguro que no me dejaría pasar ni una en el momento que le fallara. Situación que veía aproximarse peligrosamente, pues, la inventiva para el relato del semanal del domingo se me había esfumado y no sabía cómo salir airoso de la historia... Me daba cuenta que en minutos, estaba tirando por la borda mis sacrificios y mi empeño en lo escalado hasta ahora.

 

Encendí un pitillo y seguí mirando, sin ver por la neblinosa ventana, en la que comenzaban a aparecer pequeños puntos luminosos, advirtiéndome, que el alumbrado público había tomado protagonismo ante la galopante oscuridad de aquella plomiza tarde-noche.

 

Fue un momento escalofriante, el pánico me envolvió al tiempo que un  sudor frió quedo condensado en mi frente, mientras un dolor de cabeza intenso se apoderó de mis sienes al darme cuenta de mi angustiosa situación. Di un profundo suspiro y mirando mi imagen reflejada en la ventana me dije: -Juan, o reaccionas, o eres periodista muerto...

 

Eso fue un detonante directo para mi extinguido ánimo, que a manera de inyección intravenosa de adrenalina, me causó un estremecimiento extremo; apagué el cigarrillo aplastándolo sobre el suelo, giré sobre mis babuchas, y como un halcón en busca de su presa, me lancé sobre el teclado desenfrenadamente antes de que la trama que se me había ocurrido, se disipara en la niebla del temporal marino.

 

Aferrado a la caña del timón capeaba cada una de las inmensas olas -a cual más voluminosa- que se nos venía encima. En ese momento, un S.O.S. rompió el silencio interior de la cabina. Era una petición de auxilio procedente de un pesquero en apuros, que había sufrido la envestida de un carguero noruego, que ni tan siquiera se había percatado del accidente. El capitán daba su situación, enmarcada a unas diez millas a sotavento, por  lo que sin pensármelo dos veces, di los avisos pertinentes y caímos a estribor. Navegando a un largo, me encaminé decidido a socorrer a los marineros afectados, al tiempo que le pedía a José Miguel –mi lugarteniente en el barco- que se comunicara urgentemente con el capitán del pesquero, anunciándole que habíamos escuchado su petición de auxilio y nos dirigíamos en su busca, y así mismo al Servicio de Salvamento Marítimo, comunicándoles nuestra situación y nuestros propósitos.

 

El patrón del pesquero devolvió la llamada muy desanimado, pues temía que no hubiese barco alguno en su entorno dado al estado de la mar. Informó del número de marineros ¡seis!, y de que el barco se encontraba a punto de naufragar ante la vía de agua abierta en su costado de babor que a duras penas conseguían taponar. Navegábamos solo a vela, ante la imposibilidad de arrancar el motor debido a una avería eléctrica. Así que hice desplegar algo más el foque para arriesgarnos a ir más rápido y partimos a auxiliar a los pescadores, cuando en realidad nosotros estábamos casi en las mismas circunstancias, dado que el temporal continuaba arreciando con el peligro de que cualquier golpe de mar nos rompiera el palo, el timón, o perdiéramos la arboladura, y nos quedásemos sin gobernabilidad. El trayecto se hacía cada vez más largo, pues no era aconsejable desplegar más trapo, así que en comunicación constante con el barco averiado, fuimos acortando la distancia que nos separaba mientras que la noche estaba cerrada, y una fuerte lluvia racheada había hecho acto de presencia.

 

Como ya dije, el motor no nos funcionaba, por lo que teníamos dos problemas para el rescate de los marineros. El primero, era que maniobrar a vela con una mar como aquella, no resultaba apropiada para acercarnos al pesquero sin colisionar con él, y en segundo lugar, que solo disponía de las baterías del barco y con ellas teníamos que alimentar el foco que desde el puente podría manipular, con el riesgo de quedarnos sin carga al no poder ser recargadas por los alternadores del motor de la embarcación, al no encontrarse en funcionamiento. Así, que encendí el foco y lo apunté hacia la tenue iluminación del pesquero a través de la cortina de lluvia, al mismo tiempo que le avisaba al capitán del pesquero, de que tendrían que estar atentos, dado que nos íbamos a acercar al máximo para lanzarle un cabo con un salvavidas, de manera que, se colgaran del mismo y uno a uno nos abordara, pues no había manera de efectuar demasiadas maniobras.

 

El pesquero por su parte, al que se le veía peligrosamente escorado, intentó maniobrar para facilitar el abordaje, navegando amurado al costado de estribor de nuestro velero, lo que propició que algunos marineros lanzaran varios cabos hasta nuestro barco, de manera que nuestra tripulación lo metieran en las maquinillas de drizas libres del velero, para hacer lo más rápidamente posible la maniobra de abordaje. En unos veinte minutos y no sin las dificultades y riesgos que se puede adivinar sin tener que explicar los pormenores de las maniobras que hubimos de hacer, estaban todos los marineros a bordo, menos el capitán, que intentaba infructuosamente salvar el pesquero. De pronto, una ola golpeó el costado del pesquero y éste zozobró de manera irreversible, pues la gran cantidad de agua acumulada en la bodega, más la carga de decenas de cajas de pescado -que rompieron su entibación- se deslizaron hacia el costado de babor, haciendo que el pesquero comenzara su hundimiento. Ante tan peligrosa situación, mandé cortar los cabos que nos unían con el pesquero para que no nos arrastrara consigo, mientras que por la radio le pedíamos al capitán que saltara a bordo. Él o bien se encontraba inconsciente, bien no quiso abandonar el barco, o la radio había quedado inutilizada… lo cierto es que en unos minutos, una de las olas engulló el pesquero para siempre, y de entre los objetos que vimos flotando gracias a los débiles destellos de nuestro foco, el cuerpo del capitán no aparecía. Dedujimos por tanto, que había sido arrastrado con el naufragado pesquero. Anotamos la posición del hundimiento del pesquero.

 

Navegamos por la zona, y cuando nos aseguramos de que nada de lo que flotaba se parecía en algo al desafortunado marinero, por indicación de los propios tripulantes del pesquero, continuamos nuestra ruta, una vez que teníamos asegurado la situación de hundimiento del pesquero para un posterior rastreo de los servicios de auxilio y de los  guardacostas, ya que la mar continuaba subiendo de tono.

 

José Miguel se encargó de llamar de nuevo al Servicio de Salvamento Marítimo para ponerles al corriente de lo sucedido y para que avisaran a los familiares del desaparecido.

 

El segundo patrón del pesquero me aconsejó virar hacia mar adentro en busca del ojo del temporal, dado que el panorama se presentaba bien feo y el velero con cinco personas más abordo, corría aún mayor peligro, por lo que decidimos atender sus consejos navegando de través y recogiendo más paño del foque, de manera que aminorara la velocidad, al tiempo que abriendo un mayor ángulo la botavara, dejara escapar el viento suficiente para evitar zozobrar, manteniendo el escorado del casco en un equilibrio sin peligro. Esta maniobra nos hizo controlar de mejor manera el velero, que en menos de media hora notamos cómo el viento amainaba considerablemente, avisándonos que nos adentrábamos en el epicentro del huracán...

 

Lo único que tuvimos que hacer es navegar sin salirnos de las orillas que delimitaban la relativa calma, la cual viajaba a varios nudos, que nuestro velero no tuvo dificultad en seguirle, con la fortuna para nosotros, que el viento huracanado se dirigía oblicuamente hacia tierra, lo que permitió milagrosamente que en varias horas de recorrido, nos encontráramos muy cerca de un puerto de abrigo. Cuando lo creímos conveniente nos salimos del ojo del huracán, y con toda precaución pusimos rumbo al puerto más inmediato involucrándonos de nuevo en el tremendo temporal...

 

Estaban dando las ocho y treinta de la noche, cuando escribía los últimos renglones de mi narración; en el que mi velero imaginario llegaba a buen puerto tras el temporal. Vehículos de la Guardia Civil y de Salvamento Marítimo -con ambulancia incluida- esperaban nuestro atraque, donde varias personas con ropa de agua -posiblemente familiares de los marineros rescatados- de los que a posteriori supe que se encontraba también, la esposa y la única hija del capitán, esperaban su desembarco, aun sin saber que el patrón estaba desaparecido...

 

Puse la dirección del Jefe de Redacción del periódico en el E-mail -adjuntándole un archivo con el relato- y lo envié inmediatamente.

 

Cuando me encontraba fumando un cigarrillo boca arriba en mi camastro tras la batalla librada con mi maltrecha imaginación de aquella tarde, mi ordenador me avisó  haber recibido un correo electrónico. Me puse a temblar, pues era de mi redactor jefe y a sabiendas de su pulcritud y exigencia en el trabajo periodístico, me temía lo peor... Con el miedo propio de sentirme tal vez despedido ante un ininteligible trabajo realizado a golpes de mar y a toda prisa, donde mi futuro peleaba con el temporal al igual que el velero de mi relato. Abrí el correo cerrando los ojos. Cuando sabía que el texto se me abría como la aurora, sin poder adivinar si el temporal amainaba o por el contrario arreciaba, comencé a leer de forma precipitada el texto que decía:

 

—Julio, me ha encantado tu trabajo. Creo que es lo mejor que has escrito. Necesito hablar contigo el lunes, pues tengo un proyecto para ti. ¿Te gustaría pertenecer a la plantilla del periódico fijo? Prepárate a viajar; te enviaremos como enviado especial a Bagdad.

Saludos y enhorabuena.

J. Herranz                   Jefe de Redacción de El Mundo.

 

¡No me lo podía creer!  No solo habían aceptado mi relato, sino que pretendían hacerme fijo en la empresa, nombrándome corresponsal de guerra. ¡Lo que había soñado toda mi vida! Necesitaba adquirir experiencia, para luego poder escribir novelas de aventuras y bélicas...

 

Caí de espaldas sobre mi camastro y mirando al techo inclinado de mi buhardilla, me concentré en el nudo central de una de las vigas en donde fijaba mi mirada en los momentos de reflexión o de preocupación. En ese instante me vino al pensamiento la similitud de mi vida con la historia narrada: Cada día, desde hacia varios años, me enfrentaba a mares revuelto y a temporales capaces de hacerme zozobrar, dado que, los que no disponemos de un puesto fijo, ni de nadie que nos avale, navegamos a merced de la climatología laboral y social del momento; Solo nuestra firme mano asida a la caña del timón de nuestro propio barco, es capaz de capear los temporales que se nos vayan presentando, hasta alcanzar un buen puerto a través de cientos de aventureras singladuras, y si acaso, la bonanza del mar te favorecía. O sea, la suerte...

 

Gracias a la fortuna que sí me acompañó aquella noche, cuando creí tener perdido mi barco convirtiéndome en un pecio yaciente en el fondo del océano, hoy dispongo de apartamento-estudio, un frigorífico repleto, me puedo permitir el lujo de comer caliente tres veces al día y de tomarme un par de cervezas los sábados por la noche. También me he comprado un pequeño utilitario del cual me quedan pendientes cuarenta y siete plazos. Por otra parte, viajo, vivo directamente la crueldad de la guerra, le tomo el pulso al corazón de la Tierra, y al mismo tiempo soy un poco actor, que vive los acontecimientos que se desarrollan en el escenario de un mundo que la mayoría de la gente desconoce, pero que yo me afano en contarlo de la manera más real. Por otra parte almaceno datos, fotografías y experiencia de cara a mis futuros trabajos literarios  Lo único que tengo sobre mi conciencia, es saber, que todo se lo debo al dramatismo puesto en mi relato, a barcos que se hunden, el acabar con la vida de aquel patrón del pesquero, y dejar a la caridad humana, a una viuda y una hija de doce años.

 

Todo esto me hizo pensar, que los que escribimos novelas, cuentos y relatos, podemos manipular la vida de la gente de nuestras historias, haciéndolas felices o desgraciadas, ricas o pobres, buenas o malvadas… dependiendo sólo, del ánimo que tengamos, en el momento de martillear el teclado de nuestro ordenador…

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