"Reflexiones en altavoz"
"Historias populares de la villa de Rota", por Prudente Arjona
En esta sección se ofrecerán fragmentos del libro escrito por el roteño Prudente Arjona, titulado "Historias populares de la villa de Rota", que como su propio nombre indica, refleja buena parte de la historia local. Aunque el libro está a la venta en papelerías del municipio, el afán del autor nunca fue lucrarse con ello, por eso, permite a Rotaaldia.com compartir algunos de sus capítulos para que el gran público tenga conocimientos de una parte pasada de la villa.
Os dejamos con el capítulo.
“La Tribuna”, 26 Agosto de 2003
LOS PREGONEROS DE AYER
(Dedicado a mi amigo, el poeta arcense, don Antonio Murciano)
No, no me estoy refiriendo a los capillitas que cierran quinarios, tríduos o barruntan la Semana Santa, abrumando con sus disertaciones lacrimógenas y sus índices acusadores a los sentados en los primeros bancos de las iglesias.
Mis pregoneros vestían fresquilla y pantalón gris, faja negra, alpargatas con los dedos gordos al intemperie y se cubrían con boinas, sombreros de paja, gorra de paño o mascota a la vieja usanza... Iban con el pecho descubierto y no usaban corbata, ni medallas con cordón trenzado. Aquellos pregoneros no cosechaban aplausos en sus declamaciones, aunque se parecían un tanto a los actuales, porque repetían una y otra vez lo mismo a manera de insistente estribillo de disco rallado.
Lo que ofrecían en sus pregones, lo cumplían, porque su mercancía estaba a cara perro. Bueno, tal vez el del cisco picón escondía ingenuamente el tizón de un sarmiento prematuramente apagado, que atufaría a la vecina mientras no atinase a retirarlo de la copa con la badila.
Recuerdo uno que venía de El Puerto, y que bien merecía un pergamino con orla, greca plateresca y letras góticas en oro. Decía:
Niña, traigo corrucos de la Habana,
Se comen con ganas o sin ganas,
o como, a cada uno le da la gana,
a dos realitos nada más,
para que todo el mundo lo pueda probar.
Y acababa con una cantinela de:
La, laranla, la, la, la, la.
La, laranla, la, la, la...
Había quienes pregonaban: “Reondeeeeleees”; otros ofrecían desgañitándose sus trabajos artesanales, como el paragüero, el carbonero o el latero, que ponía lañas a los lebrillos de barro rajados, remaches a las ollas agujereadas, y hacía jarrillos de lata de los envases de leche condensada; etc. etc. el arreglador de somieres, el famoso afilador, el aguador, el globero, que iba cambiando globos por suelas de alpargatas y botellas vacías; el trapero, el heladero, etc., etc.
Otro pregonero con ángel, también de El Puerto de Sta. María, pregonaba piñas diciendo:
Niñas, tirarse al suelo, romperse el baby,
llorar con ganas, que el tío de las piñas no viene mañana.
O aquel otro que voceaba:
Arropías de Turquía, las traigo largas y retorcías,
qué buenas están mis arropías de Turquía.
Este arropiero vendía también barquillos de canela, y sobre el bombo donde trasportaba la mercancía tenía una ruleta para hacer rifas y pregonaba:
El perrito, el gatito, el conejito, ¡Qué bonito!
Y su mujer, que no debía andar muy bien de la azotea, terminaba diciendo en cada pregón:
Verdad que sí, verdad que sí...
La simpática patatera, de la que en alguna ocasión he hablado de ella, tenía una gracia especial pregonando. La fealdad de la pobre la camuflaba con su extraordinaria simpatía, y su pregón decía así:
Patatas fritas, fritas del día, con aceite fino, fino de oliva.
Y continuaba:
Llorarle a mamá, llorarle a mamá, que mamá es muy buena y todo lo da.
Los vendedores de higos de tuna también tenían su propia letra, pues mientras uno decía: “Por una peseta rajo a diez” (cada higo costaba diez céntimos de peseta o una gorda), otros por su parte pregonaban: “¿A quién le parto el jigo?”... Recuerdo a un vendedor de agua que venía a las ferias y que pregonaba: “Un vaso, una chica. Una gorda, la jartá”, para lo que te ofrecía un botijo.
No podríamos olvidar aquí a Cositas Buenas con sus corrucos, polvorones de manteca y otros redondos de limón. El hijo de Cositas Buenas, que le acompañaba con su canasto, contestaba tras el pregonar del padres: “Y yo también y yo también”. Ni tampoco al Cristo, con sus cortadillos y su cesta con cacahuetes, quién se desplazaba varias veces al día hasta la estación del tren a vender su mercancía, pregonando sus famosos “cortadillos de sidraaaaa”. El Canito, fue un hombre siempre perseguido por la chiquillería, que se metía con él y con su mujer, a la que la llamaban la Mona. El pobre Canito, un poco trastornado, contestaba a las burlas insultando y amenazando a los mofadores. El Canito era buena gente y un buscavidas, que lo mismo vendía coquinas que camarones o cangrejos. Yo siempre le tuve mucha lástima. Se buscaba el pan honradamente, no recurría a métodos ilegales, y sin embargo era blanco de burlas de los chiquillos.
Uno de los pregones que más se me han quedado grabado era el de los marineros que pregonaban “¡Cabao´ pescaaaaa¡” haciendo alusión a la frescura de la mercancía.
La verdad es que el ruido y la algarabía existentes en las calles de aquella época, con sus pregones, los niños con sus aros corriendo, con los burros, carros, etc. etc., y los saludos entre todos los vecinos al cruzarse nada tiene que ver con los acelerones de los ciclomotores, los escapes libres, los coches con la música a todo gas y los pizzeros batiendo record en cada reparto.
Difícil lo tendría hoy la Rubia, con sus dos cubos de agua cruzando la calle Higuereta a cualquier hora del día o de la noche...
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