"El sonido del silencio"
"Historias populares de la villa de Rota", por Prudente Arjona
En esta sección se ofrecerán fragmentos del libro escrito por el roteño Prudente Arjona, titulado "Historias populares de la villa de Rota", que como su propio nombre indica, refleja buena parte de la historia local. Aunque el libro está a la venta en papelerías del municipio, el afán del autor nunca fue lucrarse con ello, por eso, permite a Rotaaldia.com compartir algunos de sus capítulos para que el gran público tenga conocimientos de una parte pasada de la villa.
Os dejamos con el capítulo.
(Dedicado con todo mi amor, a Leonor, mi mujer, con quien vivo a diario esta silenciosa historia)
Comprobará mi querido y paciente lector, amante de la historia de nuestra villa roteña, que hablamos una y otra vez del mar y no nos cansamos, unas veces de referirnos al disfrute del mismo, y otras veces narramos historias tristes, sin embargo, siempre acerca del mar, anclado a sus pies, tal vez porque hemos nacido y vivido junto al embate de las olas, mojando nuestra piel cada día en la orilla, oliendo el yodo, masticando la sal, degustando erizos y ortiguillas, escuchando a las gaviotas o el pregonar de los marineros en otros tiempos, y tostándonos en una arena de oro fundido por el sol y por la brisa de los vientos de poniente y de levante.
Nos encanta el mar, porque forma parte de nuestra idiosincrasia y porque muchos de nuestros ancestros vinieron de allende los mares, mezclando su sangre y su cultura con la de los nativos de estas tierras salinas de María Santísima. Esa sanguínea voz marinera no pierde el rumbo avante de las bordadas a través de los siglos, de la tripulación autóctona a bordo de este galeón varado a los pies de La Costilla, del Rompidillo, de Punta Candor, Peginas, Aguadulce o La Ballena... En algún rincón de los genes queda ahí el espíritu marinero para dar color, sabor y olor a los nuevos brotes, como la madre del vino que, cuanto más envejece, más puro y concentrado se vuelve.
El mar…, la mar…, que bien suenan tus acordes cuando te susurra el viento. Por eso quiero hablar aquí de otra faceta casi desconocida que encierra sus entrañas, y es que, aunque parezca un contrasentido y una incongruencia, jamás el mar es más sonoro, ni estruendoso que cuando nos hechiza con ese gran atolondramiento de la nada que constituye el sonido del silencio:
Eran poco más de las 10 de una mañana veraniega cuando llegamos al malecón del Hotel Playa de la Luz, algunos turistas madrugadores se entretenían oteando las conchitas que la marea había rechazado en la vaciante, mientras que otros jugaban sin grandes pretensiones a la petanca con bolas de plástico –seguramente cedidas por el departamento de animación del hotel- ¡Y ya comenzamos a percibir el silencio! La pequeña ola que tenuemente se agitaba como los flecos de un visillo sutilmente flameado por la respiración entrecortada de una morbosa mirada, se difuminaba en la orilla, decreciendo considerablemente conforme avanzaba hacia Los Corrales. Al mismo tiempo, el rumor de la rompiente de los arrecifes se mantenía al fondo con notas decadentes, dando paso al pacífico conticinio que se adueñaba vertiginosamente a cada metro superado por la orilla.
Con pasos menudos cual ofidios intentábamos mi mujer y yo no hacer ruidos que despertaran del letargo de un impertérrito silencio desafiante al viento del este y del oeste. El mutismo se reflejaba sobre el espejo dormido de una planicie de mercurio traslucidamente platino, donde horas antes, en el último crepúsculo, Antonio Pelota, el también último mariscador de camarones, había arrastrado trabajosamente la “media luna” de su red para dar nombre y sabor a esas... casi extintas tortillitas de camarones de los Corrales de Rota-. ¡Fue ahí donde creímos comenzar a levitar! ¡No nos atrevíamos a respirar! Y entre apagados susurros y parsimoniosos gestos nos trasmitíamos y compartíamos la paz sobrecogida de algo inaudito: ¡Estábamos escuchando EL SONIDO DEL SILENCIO!, La estridencia de la insonoridad que solo los privilegiados, los que son capaces de controlar los impulsos y las emociones pueden disfrutar en los mismos parámetros que si contemplaran el Rayo Verde.
Casi “en volandas”, y en total mudez, llegamos hasta la pared del primer corral. ¡Una eclosión de violines acuosos nos dieron la bienvenida! Miles de manantiales brotaban de entre las milenarias piedras artesanales apiladas, dejando escurrir con la vaciante de la marea, el agua acumulada del recinto pesquero-marisquero... Y de nuevo, surgieron distintos sonidos de acordes sigilosos.
De pronto, mi mujer y yo nos volvimos ante un ajetreo de sables, escudos y lanzas. Silbaban las saetas sobre nuestras cabezas y enmudecimos aun más que el silente respiro ritual de la flama que nos embargaba. ¿Qué ocurría ante tan estrepitosa pendencia? ¡Casi nada!, el efluvio bienoliente de los aromas de la mar y de los pinos habían entrado en conflicto y se enfrentaban en sangrante desafío, intentando la supremacía de uno sobre el otro.
El aroma de retamas y piñas verdes, armadas con dardos afilados de las coníferas hojas del pinar, arponeaban una y otra vez la fragancia salina desembarcada en los grisáceos cascajos de los Corrales. La batalla era cruenta, pues la brisa yodada traída de mar adentro, armada con arcos de gorgonias y flechas de espinas de erizos, repelían los embates de la odorífera fragancia del pinar, que se hacia fuerte en las arenas de las dunas playeras, donde habían excavados sus trincheras...
¡Alto de una vez!, gritó encolerizada mi mujer. ¡Hágase la paz y el silencio y que las fragancias, aromas y perfumes del mar y los pinos firmen el armisticio...!
En ese momento volvió a escucharse el silencio, y desde ese preciso instante trazaron una línea imaginaria entre el filo de la orilla y la orla de las dunas, donde cada olor, aroma, fragancia y perfume estableció, bien de mar, bien de pinos, sus dominios divididos.
Desde aquel día, mi mujer y yo decidimos caminar por el campo neutral de los aromas en litigio, donde el silencio te musita al oído con olores de mar y pinos, de sal y retamas, de erizos y piñas...
Cada bajamar, ella y yo volvemos una y otra vez a contemplar quedo, extasiados y contemplativos EL SONIDO DEL SILENCIO, cuando la paz y el sosiego se funden en cada reflujo de marea... y en donde pretendemos encontrar alguna vez la Puerta del Paraíso, disimulada, quizás, en uno de los bostezos de esos Aires Difíciles de Almudena Grandes, en la imaginación de las canciones “emponzoñadas” de Joaquín Sabina, en la narrativa inimitable de Felipe Benítez Reyes, en los agudos y riquísimos versos de Luis García Montrero y Benjamín Prado, en la dulzura de los sonetos de Ángel García López, en la exquisitez de los poemas de Antonio y Carlos Murciano, en la creatividad y el humor de Eduardo Mendicutti, en la música enamoradiza y reivindicativa de Javier Ruibal, y en los escritos de otros tantos amigos literatos andaluces que concurren cada año a las noches mágicas de la Literatura en la Calle, para quienes la musa escondida tras las paredes de Los Corrales revive y juega al esconder con la inspiración divina del arte inmortal, que se funde en un crisol natural con efluvios marinos, funsionando el arte del verso, el ingenio y el talento de los escultores de la palabra bien hablá y el sentimiento andaluz hecho poesía.
Mientras tanto, EL SONIDO DEL SILENCIO permanece a la espera de que tú te decidas alguna vez a compartir con él su resonante mutismo en ese empíreo lugar donde puedes estar seguro de que se adormece el alma...





































Prudente Arjona | Sábado, 21 de Diciembre de 2019 a las 11:14:24 horas
Le dedico esta página a los amantes del mar, de la poesía, de la música, de la literatura y del arte en su conjunto. FELIZ NAVIDAD a todos mis con-vecinos, amigos roteños y foráneos, y también a todas aquellas personas de buena voluntad, que buscan la felicidad, haciendo felices a los demás.
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