"Rota y el mar"
"Historias populares de la villa de Rota", por Prudente Arjona
En esta sección se ofrecerán fragmentos del libro escrito por el roteño Prudente Arjona, titulado "Historias populares de la villa de Rota", que como su propio nombre indica, refleja buena parte de la historia local. Aunque el libro está a la venta en papelerías del municipio, el afán del autor nunca fue lucrarse con ello, por eso, permite a Rotaaldia.com compartir algunos de sus capítulos para que el gran público tenga conocimientos de una parte pasada de la villa.
Os dejamos con el capítulo. (Dedicado a mi primo Antonio Lobato Moreno, más que primo, hermano, magnífico médico internista y gran aficionado a la piragua)
Acabo de concluir la lectura de la novela de Arturo Pérez Reverte Asedio, que trata del bloqueo de los franceses a la capital gaditana que, dicho sea de paso, recibió justamente cinco mil quinientos setenta y cuatro cañonazos desde Las Cabezuelas, no obstante lo cual con las bombas que tiraban los fanfarrones se hacían las gaditanas tirabuzones, en cuya novela menciona Pérez Reverte constantemente a nuestra villa, que se encontraba en aquellos momentos tomada por los gabachos (entre 1810 y 1812) y que este popular escritor, medio cartagenero, medio gaditano, ha tenido la gentileza, incluso, de finalizar con un epílogo donde utiliza a Rota de plató para la última toma escénica de su novela.
Todo ello, como decía, me dio la idea de escribir una serie de capítulos relacionados con la importancia que ha tenido la Rota marinera a través de la historia, y con su implicación en múltiples episodios nacionales e internacionales gracias a su situación estratégica junto al mar, puerto pesquero, aunque incipiente, y su ubicación dentro de la bahía. Aprovecharé para ello parte del III Pregón Marinero que di en 1999 a invitación de mi hermandad de Nuestra Señora del Carmen, no sin repetir una vez más que todo lo descrito a continuación está extraído de publicaciones. Mis modestas aportaciones no contienen rigor histórico, ni científico, dada mi carencia de conocimientos y ausencia de titulaciones como historiador o investigador. Sólo soy un curioso recopilador de la historia de nuestro pueblo, publicada e investigada por otros, principalmente de la concerniente a lo popular y anecdótico.
La influencia del mar en nuestra localidad ha marcado nuestro rumbo cultural, social y económico desde tiempos inmemoriales, no sólo el de los pescadores que han vivido directamente del mar, sino el de los mayetos, agricultores, hortelanos, comerciantes y artesanos que se han valido de los barcos para comercializar sus productos fuera de nuestras fronteras, principalmente en Cádiz. También a través del mar nos ha llegado desde la capital todo aquello que no disponíamos en la población, unas veces por vía legal, y otras de la mano de los estraperlistas, sirviéndose en la última era marítima roteña de los famosos Barcos de la Hora.
Pero también hemos de recordar que el mar nos ha traído a lo largo de la historia muchos sinsabores en forma de invasiones externas y otras desgracias que cambiaron nuestra manera de vivir. Es cierto que en muchos casos nos enriquecieron cultural y económicamente, pero en otras tantas ocasiones nos empobreció con sus robos, secuestros, asesinatos, incendios y terribles estragos fruto de la barbarie, como fue el caso de 1505, en que el duque de Arcos hizo un libramiento para pagar a los moriscos el rescate de varios vecinos apresados por ellos.
A sabiendas de que nuestra capital nos eclipsa por su importancia y en lo tocante a su reconocida antigüedad, tampoco faltan referencias que hacen alusión a nuestros comienzos, por lo que deberíamos sentirnos orgullosos de poder afirmar sin temor a equivocarnos que esta humilde Villa no surgió de la nada de un día para otro, en algún oscuro periodo de la Edad Moderna ni muchísimo menos. Basta recordar a estos efectos el primero de los nombres que se le atribuyen, Astaroth, el rompiente de Asta, con el que, según recoge en su obra el infatigable investigador don José Chocomeli, era conocida por tartesios y fenicios, con una antigüedad entre diez y quince siglos antes de la Era Cristiana. También añade que Astaroth era el nombre primitivo de Rota, uno de los puertos principales de acceso a Asta Regia, la capital de Tartessos.
El Padre José del Hierro, por su parte, da cuenta en sus investigaciones de algo muy significativo sobre Rota, pues afirma que la villa está construida sobre las ruinas de la antigua Tartessos, añadiendo que el mar se ha comido mucha tierra y que muy adentro se ven ruinas. También Rodrigo Caro escribe en 1634 sobre la existencia frente a las costas de Rota de un peñasco o islote, y en él una gran cavidad llamada la Cuba de Rota, donde el viento y las olas producían en ciertas circunstancias un fragor o trueno prolongado que se oía en más de quince leguas tierra adentro. Esta roca podría haber estado situada frente a la playa de La Costilla, siendo sus actuales restos, la piedra de la Manzanera.
Tenemos que hacer referencia a otros enunciados como por ejemplo, el recogido por el padre Pedro de San Cecilio, residente durante muchos años en el convento de Mercedarios de Rota donde falleció, que alude a lo escrito por el geógrafo griego Pausanias, nacido en el siglo V a. C., al afirmar que Rota y no otra fue la célebre ciudad de Tartessos.
Hay mucha gente que piensa, al igual que yo, que la verdad sobre la antigüedad de Rota y su historia continúa aún soterrada o sumergida, por lo que confiamos que en cualquier momento aparezcan los oportunos vestigios que aporten las pruebas de lo que hoy es sólo una teoría.
Sin embargo, de nada de esto hablaríamos hoy si Rota no hubiese tenido la ubicación que tiene dentro de la Bahía y dispuesto oportunamente de ese viejo puerto fenicio que fue tan importante en la antigüedad y que hoy duerme bajo el actual muelle pesquero.
Los que como yo son aficionados al buceo y conocen prácticamente todos los fondos marinos de nuestro litoral roteño, habrán podido ver, al igual que yo, ciertas piedras labradas por la mano del hombre en el bajo de Miguelejos, frente al espigón de La Costilla, o en los bajos de los Muelles de dentro y Muelles de fuera ubicados frente al Picobarro o playa de Galeones, donde aparecen ocasionalmente cascotes de cerámica y restos de ánforas púnicas y romanas. Habría que preguntarse si esos vestigios son los que refiere el padre San José del Hierro al hablar de ruinas que se pueden ver mar adentro.
Indiscutiblemente Tartessos es uno de los enigmas más grandes de la historia en cuanto a su existencia y desaparición, pero no debemos olvidar que fue en su época un famosísimo emporio mercantil y metalúrgico de la antigüedad, amigo de griegos y fenicios y traficante con púnicos y hebreos, y que nuestro puerto, como lo fuera el puerto de Menesteo de El Puerto de Santa María, fue uno de aquellos por los que circuló toda aquella riqueza comercial que debió suponer el reino de Tartessos, como bien recoge en su obra Speculum Rotae nuestro paisano e insigne investigador y escritor don Francisco Ponce Cordones.
Luego el mar, impertérrito, continuó sirviendo de acceso a romanos y musulmanes, que se llevaron riquezas del mar y del campo, pero que gracias a su asentamiento en la zona nos dejaron obras de arquitectura e ingeniería, así como su cultura y técnicas para el cultivo y para la pesca, como es el caso de nuestros corrales marinos.
Tras la reconquista por los castellanos y consiguiente expulsión de los musulmanes, el resto de las invasiones sólo trajeron desgracias por parte de turcos, ingleses, holandeses, franceses, etc. El hecho de que Rota dispusiera de un muelle a mar abierto de fácil atraque, que facilitaba en tiempos normales un recurso importantísimo para la flota pesquera y comercial roteña, suponía también para los invasores todo un lujo que no podían desaprovechar para perpetrar sus fechorías, convirtiendo a nuestra población en triste protagonista en multitud de ocasiones, como ocurrió, por ejemplo, en 1559, siendo don Álvaro de Bazán “el Viejo” capitán general de las Galeras, cuando unos turcos que entraron en la Bahía combatieron su galera capitana, que se hallaba fondeada en la ensenada de nuestro puerto y la quemaron con otros pataches y embarcaciones menores que la acompañaban.
Esta afrenta fue el origen, al parecer, de una ofensiva contra los turcos protagonizada por las fuerzas coligadas del pontífice Pío V, el Dux de Venecia y nuestro propio rey Felipe II, que crearon la llamada Santa Liga, cuyo enfrentamiento naval más conocido fue la batalla de Lepanto, en la que el enemigo turco quedó totalmente derrotado, perdiendo doscientos barcos y treinta mil hombres. Por cierto; en el fragor de la batalla perdió la movilidad de su mano izquierda el ilustre marino universalmente conocido por el Manco de Lepanto, Miguel de Cervantes Saavedra, que años más tarde escribiría El Quijote, la obra más universal y reeditada de todos los tiempos después de la Biblia. Alguien dijo tras la edición de la novela que Cervantes perdió la mano izquierda, para inmortalizar la mano derecha.
Más tarde, concretamente el 23 de Agosto de 1702, una flota combinada de ingleses y holandeses atacaron Cádiz y los pueblos de la Bahía, incluido Rota, que sufrió la invasión más catastrófica de su historia. Fue robada, incendiada y devastada, perdiéndose toda la riqueza existente y quedando destruidos asimismo los archivos del pueblo.
Cien años más tarde, en la batalla de Trafalgar, Rota fue de nuevo protagonista en distintos frentes, a saber: la aportación de marineros como dotación de la flota española y la defensa por mar contra los barcos ingleses, que tras la batalla principal se adentraron en la bahía persiguiendo a nuestros navíos y a los que nuestros bravos marineros, a pesar del tremendo temporal de levante, lograron repeler con sus humildes embarcaciones, a las que se acoplaron pequeños cañones, debido a que la velocidad de los laúdes y faluchos a vela esquivaba con destreza las descargas de la flota enemiga, mientras que por su parte, nuestra gente haciendo fuego en la línea de flotación de los potentes barcos ingleses, más lentos en su maniobra, les obligó a emprender la retirada.
Todos nuestros marineros y el resto del pueblo fueron a socorrer a los náufragos en la mar y en tierra, instalando en las playas diferentes sombrajos con velas de barcos a manera de dispensario para prestarles los primeros auxilios sin importar si éstos eran de los nuestros o enemigos, demostrándose una vez más la solidaridad del pueblo roteño.
Rota, aunque sencilla, apartada del resto de las poblaciones vecinas, ha sido protagonista y ha incidido en muchos acontecimientos a escala mundial, como ha sido el caso de la instalación de la Base Aeronaval construida hace ahora sesenta años, que ha sido clave en distintos conflictos bélicos, y es que, estemos o no de acuerdo, la historia está ahí y no se puede obviar.
No obstante, desde mi punto de vista creo que el hecho más importante en la historia local lo protagonizó un célebre marino roteño, Bartolomé Pérez, que según se recoge en el documento girado al Ayuntamiento de esta villa el 28 de agosto de 1892, en virtud de estudios realizados en el Archivo General de Indias del Ministerio de Estado, se reconoce que nuestro insigne marino viajó con Cristóbal Colón en su primer viaje en el descubrimiento del Nuevo Mundo, y que en su segundo viaje, junto al almirante Colón, fue piloto de la Nao San Juan, de cuyo acontecimiento da fe la placa que a tal fin mando colocar el Ayuntamientote con motivo del cuarto centenario del Descubrimiento, y que actualmente se encuentra en la fachada del Castillo. Por desgracia, los roteños no damos importancia a nuestros hijos ilustres, ni tampoco le sacamos partida a este singular protagonista, que a pesar de su gesta, sigue sin ser profeta en su tierra.
En nuestra historia más reciente, una vez erradicados los restos que quedaban en laBahía pertenecientes a grupos de piratas incontrolados, en su mayoría berberiscos, la flota pesquera y la comercial retomó sus funciones, saliendo a pescar fuera de nuestro litoral y llevando nuestros productos a capitales tan importantes como Cádiz, Sevilla, Huelva, Ayamonte, Tarifa, Málaga, etc., así como a lugares tales como la llamada Costa del Moro y Portugal.
Gracias a ello el trasporte marítimo de mercancía se fue fortaleciendo, contando en Rota a finales del siglo XIX con una importante flota de faluchos comerciales y de barcos destinados a la pesca en pareja, palangreros, de trasmallos, etc.
De los muchos armadores existentes en aquella época, quiero narrar una pequeña anécdota, en la que se perfila la devoción a nuestra titular, la Virgen del Carmen. Le sucedió a un pariente lejano mío, llamado Manuel Chirado, apodado El Séneca, quien hallándose con su barco, un laúd bautizado con el nombre de María, cargado con mercancía del campo roteño, le sorprendió un terrible temporal. En aquel trance, El Séneca y el resto de la tripulación se encomendaron a la Virgen del Carmen, y según cuenta su biznieta, María por haberlo escuchado de sus padres, la Virgen del Carmen se les apareció. Tras aquella aparición amainó el temporal, pudiendo llegar sanos y salvo a África. Por supuesto que toda la mercancía estaba estropeada e imposible de vender y la tripulación atracó el maltrecho barco en un estado de desfallecimiento por la fatiga y el hambre, pero gracias a la ayuda de un nativo, al parecer, de oficio barbero, que se apiadó de ellos, pudieron reponer fuerzas y regresar a Rota. Desde aquel día Manuel Chirado, El Séneca, prometió a la Virgen no embarcarse jamás, permaneciendo en tierra como armador que era de una importante flota de faluchos y laúdes destinada a la pesca y al cabotaje. Pienso que tal vez, esa rama de mi familia es la que me ha transmitido en mis genes mi vocación por el mar.
Como los lectores podrán comprender, no podemos relacionar aquí a todos los marineros y armadores de la época, pues la relación sería innumerable; tan solo citaré a algunos, cuyos nombres y apodos resultarán familiares a los marineros mayores, por ser parientes de otros del oficio que todos conocemos, principalmente por sus apodos, como por ejemplo José Izquierdo, Canuto; Antonio Rodríguez, el Colorao; José Sánchez, Salía; José Suero, Manolón; Pedro Rodríguez, el Panzúo; José Descalzo, Capucho; Antonio Arjona, Canani; Fernando Arjona, el Tula; Antonio Delgado, Pescaílla; José Mateo, Sandimas; José Rebollo, el Taita; Manuel Pazos, Pizarro, etc. etc., todos ellos bravos marineros diestros en el manejo de la vela y sabios patrones que se guiaban por su instinto y rudimentarios sistemas de navegación.
Al llegar aquí tengo forzosamente que recordar aquellos tiempos en que los barcos llegaban con sus capturas y era vendidos directamente en la surtía del antiguo muelle pesquero José María Pemán, frente al restaurante de Alonso Camacho.
Para terminar con este capítulo, quiero también reseñar que a nuestro puerto llegaban barcos procedentes de otras ciudades, incluso de otros países, como es el caso de dos asiduas embarcaciones portuguesas con matrícula de Tavira, que acudían a esta localidad para cargar piedras de molino. Una de ellas se llamaba Felicidade y la otra O que Deus quera, (Lo que Dios quiera) siendo su patrón Joao da Fonseca
A fines del siglo XV ocurrió uno de los sucesos más trascendentales de la historia de todos los tiempos: el descubrimiento de América, del que afirma el notable historiador Francisco López de Gómara que fue “la mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crió”.
De entre los varios roteños que posiblemente tomaron parte en las expediciones colombinas sólo hay constancia, en principio, de Bartolomé Pérez, de cuya filiación existe una declaración oficial de su naturaleza y participación en las mismas. Así, el 12 de junio de 1494, hallándose Colón en pleno segundo viaje descubridor, y cuando ya había dado por concluido su recorrido exploratorio por la costa cubana, hizo suscribir a los hombres que le acompañaban la curiosa declaración que transcribimos, en la que afirmaba que Cuba era tierra firme.
El acta se suscribió “En la carabela “Niña”, que ha por nombre “Santa Clara” en jueves doce días del mes de junio año del Nacimiento de Ntro. Señor Jesucristo de mil y cuatrocientos e noventa e cuatro años” ante Fernán Pérez de Luna, escribano de La Isabela, el cual requirió públicamente en la dicha carabela al maestre e compaña, “e asimismo en las otras dos carabelas”, la “San Juan” y la “Cardera”, y en ella intervinieron todos, desde del piloto al paje, asegurando que estaban ante un continente, toda vez que “nunca habían visto isla de trescientas y treinta y cinco leguas en una costa y aún no acabada de andar”, so pena al que se desdijese con una multa de 10.000 maravedís y cortársele la lengua, y en caso de ser muchacho o insolvente, pena de cien azotes y cortarle la lengua.
Entre los declarantes se encontraba nuestro Bartolomé Pérez, que declaró lo siguiente: “Ítem, Bartolomé Pérez, vecino de Rota, piloto de la carabela San Juan, dijo que para el juramento que había hecho que nunca oyó ni vio isla que pudiese tener trescientas y treinta y cinco leguas en una costa de Poniente a Levante y aún no acabada de andar, y que veía ahora que la tierra firme tornaba al Sur Sudeste y al Sureste Este y que, ciertamente, no tenida duda alguna que fuese la tierra firme, antes lo afirmaba y lo defendería que es la tierra firme y no isla y que antes de muchas leguas navegando por la dicha costa se hallaría tierra a donde tratan gente política de saber y que saben del mundo...”
Un historiador colombino, el padre Ángel Ortega, cree que este Bartolomé Pérez puede ser el mismo Bartolomé Pérez Niño que participó en el tercer viaje descubridor y, posiblemente, también el Bartolomé Niño que aparece en varias ocasiones en los famosos pleitos.
Con toda esta confusión sobre la identificación de este personaje, Alice B. Gould Quincy no logró obtener documentación que le permitiera considerarlo como seguro viajero de la primera expedición, por lo cual decidió incluir el nombre de Bartolomé Pérez en la relación de dudosos al confeccionar la lista de los componentes de la misma, y también el de Bartolomé Pérez Niño, por si no se tratase de la misma persona.
Así las cosas, en 1892, coincidiendo con los actos previstos para la celebración del cuarto centenario del descubrimiento de América, quedó enterado el Ayuntamiento el 28 de agosto de la certificación expedida en virtud de Real Orden por el jefe del Archivo General de Indias del Ministerio de Estado, mediante la que se comprobaba que Bartolomé Pérez, natural de esta Villa, había sido uno de los tripulantes de las carabelas de Colón en su primer viaje a América, disponiendo la Corporación que el citado documento se archivase unido al expediente formado sobre el particular.
Asimismo se hizo constar en Acta la colocación de una lápida conmemorativa del acontecimiento en la que se hacía constar la participación de nuestro convecino en el segundo viaje como piloto de la carabela San Juan, cuya lápida había sido donada por un vecino bajo la condición de que no se hiciese público su nombre, según quedó de manifiesto en la sesión el 19 de septiembre, en la que a propuesta del concejal señor Patino se hizo constar en acta un voto de gracias del Ayuntamiento para tan generoso donante, fuera quien fuese.
Podemos resumir la intervención de Bartolomé Pérez en la gesta colombina citándolo como seguro tripulante en el primer viaje, según la expresada certificación, y dudoso según las conclusiones aportadas por A. B. Gould. Asimismo como seguro tripulante en el segundo viaje, y también probable en el tercer viaje, siempre que fuese la misma persona que Bartolomé Pérez Niño.
A señalar, por último, que aparte de los testimonios aquí recompilados, no existe en los archivos parroquiales ni municipal documentación contemporánea a los acontecimientos aquí descritos, lo que impide cualquier intento respecto a naturaleza, parentesco, etc. (JAMR)





































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