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Redacción
Sábado, 19 de Octubre de 2019

"Aprendices de ayer, maestros de hoy"

"Historias populares de la villa de Rota", por Prudente Arjona

[Img #123605]En esta sección se ofrecerán fragmentos del libro escrito por el roteño Prudente Arjona, titulado "Historias populares de la villa de Rota", que como su propio nombre indica, refleja buena parte de la historia local.  Aunque el libro está a la venta en papelerías del municipio, el afán del autor nunca fue lucrarse con ello, por eso, permite a Rotaaldia.com compartir algunos de sus capítulos para que el gran público tenga conocimientos de una parte pasada de la villa.

 

 

Os dejamos con el capítulo.

(Dedicado a mi amigo y maestro de primaria, Paco Sánchez Alonso, por su amor al mundo de la educación)

 

 

Desde que la democracia abrió sus puertas para dar paso a la libertad muchas cosas han cambiado en nuestro país. El periodo de transición, para muchos ha finalizado, aunque no para mí, y pienso que tampoco para muchas otras personas, pues creo que la llamada etapa de la transición aún se encuentra en vía de solidificación y maduración. Si nos referimos a la educación, los cambios han sido bruscos, unos para bien y otros tal vez no tan buenos, ya que los han tenido que ir rectificando y reciclando, de manera que hoy en día los ciclos de formación profesional, ESO, Bachiller, módulos, enseñanza primaria y secundaria, selectividad, acceso a la universidad y no se cuantas cosas más, vienen sufriendo constantes cambios sin encontrarse en estos últimos veinticinco años el marco adecuado para una educación acorde con las circunstancias.

      

Como no soy experto en enseñanza, no voy a entrar a analizar esta maraña de contradicciones, en donde los profesionales de la educación no consiguen ponerse de acuerdo con los políticos responsables de marcar líneas y directrices (no se por qué ellos). Solo quiero referirme a uno de los cambios que afectó a un núcleo importante de muchachos que consiguieron sus conocimientos profesionales a base de una enseñanza a pie de taller, como fueron los desaparecidos aprendices, que con los años se convertían en unos auténticos profesionales de oficio.

      

Antes de la desaparición de los aprendices apareció un espectro educativo llamado PPO. Consistía en unos cursos semi-especializados organizados por el gobierno con la idea de reciclar a jóvenes y adultos. Estos cursos, muy a pesar de su limitado contenido, tal vez fuera el preámbulo para la desaparición de estos “espécimenes prontos a desaparecer”. El PPO abrió las puertas a muchos de estos jóvenes que pasaron directamente al conocimiento de las herramientas y su uso, dejando el forzoso calvario de tener que limpiar los talleres, ir a las ferreterías por materiales, cobrar facturas, apilar los retales en los talleres, repartir los trabajos en las obras, cargar con las pesadas cajas de herramientas y capachas, hacer cola de conejo, fabricar taruguillos y cuñas para puertas y ventanales, llenar el botijo etc. etc., durante muchos años antes de confiárseles responsabilidad alguna en el manejo de las herramientas profesionales.

 

Indiscutiblemente, si la máxima del momento era “la letra con sangre entra”, no creáis que en los talleres y obras era menos, pues en cualquier momento el maestro podía “escapársele” un cosqui, un tirón de orejas o un inoportuno “soplamocos” ante la supuesta tardanza, despreocupación, torpeza, equivocación o poco interés de los muchachos en un momento dado. Por supuesto que a ningún chaval se le ocurriría llegar a casa diciendo que el maestro o el oficial le había  atizado, pues seguro que cobraría por partida doble de sus padres (ya que si sus enseñantes les había “zurrado”,  buenas razónes tendrían). Los maestros y profesionales de oficio eran muy respetados, dado que se partía de la premisa de encontrarse “curtiendo hombres para el mañana, tanto en lo profesional como en lo social”.

 

Carpinteros, hojalateros, toneleros, fontaneros, pintores, albañiles, herreros etc. contaban con estos chavales aprendices, que tenían la suerte, al acabo de los años, de poder llegar a ser grandes profesionales, dependiendo muy mucho del interés puesto en aprender y de la generosidad de sus maestros. Otros muchachos no tenían la misma suerte, ya que se “colocaban” con otros profesionales que no les enseñaban nada, no por acritud, mala voluntad o desinterés de sus maestros, sino porque no tenían nada que aprender como eran los freganchines de los bares, los ayudantes de carboneros -que vendían el carbón por las calles y se limitaban a tirar del carro y a repartir el producto en latones a las vecinas, los arrieros, etc. De todas formas, pienso que los jóvenes más sacrificados fueron los “aprendices de labriegos”, aquellos que, tras trabajar durante una larguísima jornada, cargaban sus burras al anochecer con las “haciendas”, y caminaban tras el animal haciéndose decenas de kilómetros por caminos y veredas para vender en la lonjas de Jerez de la Frontera, Sanlúcar, e incluso Cádiz, las cosechas de sus huertas mayetas. Tras la venta, regresaban sobre sus pasos –totalmente dormidos- a lomos de sus bestias, que los devolvían sanos y salvos a sus respectivos ranchos sin necesidad de guiar a los animales, conocedores de las rutas, tantas y tantas veces recorridas. Al llegar, a sus paraeros -coincidiendo con el alba- vuelta a empezar...

 

Creo que es de justicia hacerles desde aquí este humilde homenaje, a modo de recuerdo y reconocimiento, a todos aquellos jóvenes que aprendieron sus oficios de una manera tan sacrificada y distinta a sus homólogos de hoy, quienes desde sus colegios mayores, pisos particulares, con sus ordenadores, excelentes profesores y catedráticos de universidad, sin faltarle lo más mínimo, están aprendiendo sus oficios, especialidades y carreras de la manera más humana y civilizada.

 

Por pura lógica, sólo aquellos profesionales de oficio que vivieron en sus carnes esa “tragedia” saben de lo que aquí se está hablando en toda su extensión.

 

 

 

 

 

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