Joker (por Manuel García Mata)
En el mundo actual, en el que los estímulos se multiplican “ad infinitum”, se suceden los acontecimientos con tal celeridad y en tamaña abundancia que se precisa de que te elija el azar para percibir aquello que despunta, aquello que sobresale. En un campo como el audiovisual, mimado en extremo por la sociedad moderna y excesivo en su sobreproducción, la ingente cantidad de obras en exhibición condiciona al máximo la posibilidad de hallarte con algo excepcional, con eso que seguramente se recordará como un hito en el universo de la industria cinematográfica.
Hoy, cuando el abanico de opciones de ocio nos ofrecía un amplísimo muestrario, tomamos la decisión, muy acertada a posteriori, de acudir a la proyección de “Joker”. No cabe la menor duda que la buena campaña publicitaria y más aún la bendición de la crítica y el prestigioso premio del León de Oro del Festival de Venecia, facilitaban inclinarse en esta dirección; pero son tantas las ocasiones que con tales apadrinamientos las recomendaciones se han convertido en un bluf, que no siempre estas razones o parecidas son garantía de nada.
En cambio, en este caso, sí. Dando comienzo por el plato más exquisito, ese evento para el recuerdo, para no dilatarlo más, se refiere a la interpretación sublime de Joaquin Phoenix en el papel de Joker, el protagonista. Pocas veces se encuentran trabajos tan geniales, tan logrados, tan auténticos, tan creíbles. No es cuestión de buscar comparaciones, siempre habrá quien recuerde otros muchos trabajos de nivel parecido, pero entre tantos cientos de miles de películas, series, representaciones teatrales, etc, encontrarse con algo considerado como la mejor interpretación en años, ya es un hecho digno de recordar. Sería buen baremo que las figuras de la profesión se manifestaran en este sentido; si tienen oportunidad, pregúntenles. Pero “Joker”, sin ponerle ni un mínimo pero, ante la excepcionalidad de la labor del protagonista, es más, es mucho más. Podemos encontrar en la película una despiadada carga social, evidenciada y denunciada. En ningún caso voy a cometer la estupidez de destripar el argumento, el consabido “spoiler”, recurrente anglicismo no muy del agrado, no teman. No se necesita contar nada para destacar cuanto de belleza, de ternura, de humanidad rezuma, pero cargadas de sordidez, violencia, amargura, que abruman al espectador con su dramatismo, con su contundencia. Un aroma agobiante que se impregna en un ambiente opresivo, demoledor y carente en absoluto de esperanza. Y si el personaje, incapaz de sufrir más, resumido todo en una frase brutal, lapidaria “No he sido feliz en mi vida ni un minuto”, no es otra cosa que el ejemplo/espejo en que se refleja la sociedad, empuja con una fuerza tremenda e inevitable a que los hechos, paso a paso, se vayan encaminando de manera fatal e inexorable a un final, no por esperado más sorprendente.
Brillante en su oscuridad, con un ritmo controlado a la perfección a lo largo del metraje, acoplando momentos intensos, trágicos, con otros calmados, melancólicos, y ambos, todos, oportunos, asombrosos y lógicos a la vez, derivan en una cinta cuyo resultado se muestra como hecha específicamente para paladares que disfrutan con el cine de calidad.
El supervillano no lo es porque sí; en este caso, esos antecedentes que se obvian o se trivializan en historias que solo se ocupan de héroes, heroínas y su mundo alrededor, su entorno propio, aparecen aquí de forma descarnada, más no es una trampa para cambiar de bando, cada cual que elija su trinchera, pero con “Joker” lo podrá hacer con conocimiento de causa.
Manuel García Mata

































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