Seguro que han oído hablar de la adolescente sueca Greta Thurnberg. Como sabemos, Greta es una defensora apasionada de las ideas conservacionistas. Sus mensajes están llenos de brío y de entusiasmo, y se han difundido con rapidez por todo el orbe. Sin embargo, esa defensa del planeta le ha generado, casi en mayor medida que adhesiones, una serie de críticas de insólita crueldad, partiendo del hecho de que Greta padece en grado leve el síndrome de Asperger.

Ciertamente, cuesta creer que tipos como trinquetes, la mayor parte de ellos políticos acostumbrados a chanchullear durante toda su vida, se hayan lanzado con tal falta de miramientos sobre una niña. Efectivamente, Greta tiene un ligero puntito friki, y a veces le puede la vehemencia, cierto. Pero he escuchado varios de sus discursos y se expresa con  gran coherencia y lógica, manejando sus argumentos con brillantez, haciéndolo, además en un idioma que no es el suyo, el inglés, razones por las que me inclino a pensar que se trata de un chica excepcionalmente inteligente y de una gran valentía; y lo digo como persona acostumbrada a tratar diariamente con muchachos de dieciséis años.

Frente a ello vemos a un grupo de adultos feroces que, además, no suelen aportar argumentos, sino insultos, empezando por el fenómeno que dirige los EEUU, Donald Trump (aunque es verdad que Greta cuando se cruzó con él en la ONU le lanzó una mirada que daba miedo, así que puede que fuera la venganza del pelirrojo). También en EEUU, un par de periodistas han sido despedidos por insultar a Greta (uno de ellos de la cadena FOX News, con lo que el insulto tuvo que ser gordo de verdad). En Brasil, el hijo del presidente Bolsonaro, de forma tirando a miserable, ha divulgado una foto falseada para desacreditar a la joven sueca. Aunque quizás el más bestia de todos los ataques ha sido el de un periodista brasileño que en una emisora de radio ha proclamado que Greta estaba así de alterada porque andaba falta de sexo. Tan repulsivo comentario ha sido luego  corroborado con un "si no le gustan los hombres que se meta a lesbiana".

En España no se ha llegado a tanto, pero casi. Acabo de leer un artículo que llama "esperpéntica" a su familia y otro, de un tal Juan Soto, que la califica de "bruja". Lo que más sorprende es que los ataques a Greta son casi siempre a su persona, y casi nunca se molestan en tratar de rebatir sus ideas.

Por supuesto, no sé con absoluta seguridad si la teoría del calentamiento global es cierta, aunque dado que la inmensa mayoría de los científicos la apoya, tiene muchas probabilidades de que su mensaje apocalíptico sea correcto. Y, en todo caso, resulta bastante plausible que la superpoblación y la quema masiva de combustibles fósiles esté alterando el planeta. Parece una explicación muy lógica. Por ello, cuando oigo a políticos como Aznar o Trump cachondeándose del calentamiento global, me entran escalofríos, y no precisamente climáticos.

Hasta aquí, bien.

Pero todo lo anterior es en realidad el preámbulo de lo que sigue, porque he querido dejar claro que no soy en absoluto un negacionista. Pero, a lo que voy. No solo me acojona el cambio climático, también me acojona la ola inquisidora ecologista que sospecho que se avecina. Durante los últimos años transitamos por olas ideológicas que aplastan a quien no esté de acuerdo. El feminismo y su coda del me too han sido las más recientes y poderosas, aunque hemos tenido la ola de los refugiados, la de los derechos LGTB, etc. Partiendo de unas ideas admirables y con las que resulta difícil estar en desacuerdo, cada una de estas olas instala un aparato represivo mediático que aplasta a quien se atreva a contradecir mínimamente o hacer cualquier precisión sobre ellas. Por supuesto, no se trata de ir soltando barbaridades o insultos como los que hemos visto, sino sencillamente no tener que decir amén a todo, y utilizar un poco el sentido común.

Porque, y lo irán viendo, lo que se nos avecina a partir de la ola del calentamiento global es una enorme cantidad de chinchorrerías, casi siempre irrealizables, destinadas a hacernos sentir culpables. Y no solo se trata de que querrán que nos deprimamos cada vez que cojamos un coche (que parece lógico), sino, sobre todo, la que nos espera sobre nuestras costumbres gastronómicas. De aquí a poco (insisto, ya lo verán), comer chuletas o costillas o carne en general va a estar casi tan mal visto como la pederastia. Y cualquier defensa de las chuletas o los entrecots estará vetada en los medios progresistas, donde se ridiculizará a los comedores de carne. Y como esto, muchas cosas.

En fin. Ojalá esta ola de la ecología sea buena y no un nuevo tribunal del Santo Oficio como los que llevamos padeciendo los últimos años. Que se permita disentir. Y que podamos comer chuletas.