Se confirmó la noticia, el 10 de noviembre habrá nuevas elecciones. Poco se puede comentar que no se haya dicho ya, pero no por ello quienes tenemos la ocasión de opinar vayamos a dejar de hacerlo.

Por fin se nos cayó la careta, la clase política española es incapaz de poner a España y a su gente por delante de sus intereses. Esta era la oportunidad y bien que han demostrado cuáles son sus prioridades. Ni se me ocurre, volver a buscar argumentos para justificar a nadie. Quienes podían trabajar para lograr un acuerdo que pusiera en marcha esta máquina, que es el gobierno de España, no lo han hecho. ¡Que cada palo aguante su vela! Y que no vengan con el cuento de que hay un gobierno en funciones, que nadie se cree que a esto que hacen se le puede llamar gobernar.

Aquí, cuando nos topamos con la realidad, solemos recordar aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Nos llenábamos la boca presumiendo de políticos, que eran mediocres, y criticando a otros países que sufrían crisis y tardaban en solucionarlas. Hace años los problemas para formar gobierno en Italia servían aquí de cachondeo. Pues bien, en España no pasaba esto porque había solo dos partidos con un mínimo de posibilidades. Ahora, por fin, la pluralidad es mayor, el espectro se ha enriquecido, el bipartidismo ha fenecido, mientras no consigan revivirlo, y las opciones son más amplias. Esto es democracia; nada más, ni nada menos.

Esto, que es positivo sin duda, ha venido a enseñarnos que esta gente es incapaz de digerirlo. La voluntad democrática de unos resultados electorales debe ser determinante y no respetarla, como se ha hecho aquí, es una burla al pueblo soberano. Ahora estaría bien volver a recordar a Italia y ver cómo allí han sido capaces de superar una situación mucho más difícil.

Después de todo esto, a poner de moda actitudes hirientes, que la hueca modernidad puso como nombres: tacticismo, postureo, relato... Cualquier cosa menos cambiar, que es lo que hace falta. Ni sé cómo va a respirar el electorado, si habrá abstención o se seguirá defendiendo los colores del partido como se defienden los del equipo de fútbol de nuestros amores; pero este país no se merece padecer a esta gente.

Solo deseo que los vaticinios, reales o cocinados, lleven a darse el chocazo a quienes juegan con tanta ligereza, con el futuro de este país, que necesita imperiosamente una decidida acción de gobierno que encarrile todos los problemas que nos impiden mejorar la vida de la gente.

Manuel García Mata