Taxi V (por Ángela Ortiz Andrade)
Diego salió de allí a toda prisa en cuanto tuvo la oportunidad. En su coche iba pensando en Zoe, era demasiado buena para que ambos la engañaran así, ella no lo merecía. Su buena amiga y él habían estado tonteando durante varios meses, se conocieron en la Facultad de Derecho, en el último año. Congeniaron y después de tanta camaradería y complicidades, comenzaron a salir. Pero para Diego su relación no iba más allá de ser una buena amistad. Diego quería a Zoe, pero no estaba enamorado y no la deseaba. Así que hablaría con ella para aclarar sus sentimientos.
Nadie sabía que Diego era el único heredero de los fundadores de la prestigiosa firma "Soto y Espina Abogados". Buen estudiante, muy atractivo y simpático; como era de esperar se matriculó en Derecho e iba avanzando sin complicaciones. Pero cuando iba a comenzar su último curso, durante ese verano, decidió que quería hacer otras cosas antes de dedicarse a la abogacía y entrar a formar parte del bufete de sus padres; quería viajar, conocer otros lugares, otras culturas, tener nuevas experiencias que lo enriquecieran como persona. Sus padres montaron en cólera y después de una tremenda discusión, le dieron un ultimátum: o seguía con los estudios o lo echaban de casa. No estaban dispuestos a financiarle sus caprichos, le dijeron que hasta que no regresara con el título de abogado bajo el brazo, no lo acogerían de nuevo.
Así que nuestro chico se vio en la calle, con el dinero justo para empezar y con muchas ganas de ampliar horizontes. Diego siguió sus propios deseos y vivió en distintos lugares donde tuvo incontables trabajos, numerosas relaciones y variopintos amigos. Cuando sus ganas de ver mundo se saciaron un poco, volvió a su ciudad, se matriculó en el último año de carrera y buscó un trabajo en donde pudiera compaginar ambas cosas. La relación con sus padres a lo largo del tiempo se suavizó, se volvió más madura y cordial, ya que les demostró con creces que lo suyo no había sido un antojo de niño rico y que era muy capaz de arreglárselas por sí mismo sin ayuda. Hablaban a menudo, pero Diego no quería contar con ellos hasta que no tuviera su carrera terminada.
Allí, en la Facultad conoció a Zoe, su amiga y consejera, la dueña de sus ratos de sosiego. Y luego llegó Eva que lo volvió loco y le puso su mundo patas arriba, rompiéndole todos sus esquemas. Ella lo hacía perder la razón, nunca antes se había sentido así, tan perdido y desconcertado. Él, con tanto mundo, tantas experiencias, quien se creía que lo tenía todo dominado, ahora se veía como si lo hubieran dejado desnudo en medio de un páramo infinito.
Sonó su teléfono. Al otro lado se oyó: - "Diego, soy Eva, tenemos que hablar. Te espero mañana donde mismo y a la misma hora".
Cuando tocó a la puerta, Eva abrió y esta vez fue ella la que se le echó encima. Volvió a ocurrir lo mismo, pero esta vez, se refugiaron todo el tiempo en su dormitorio. Desnudos sobre la cama, él sentado con la espalda apoyada en el cabecero y ella entre sus brazos, comenzaron a hablar. Ella le dijo que había tenido una vida de la que no se sentía orgullosa, él le contestó que tampoco había sido un santo, así que empezarían su relación desde cero, sin mirar atrás. También hablaron sobre cómo decírselo a Zoe, cómo no hacerle daño. Inesperadamente la puerta del dormitorio se abrió, era Zoe, con una caja de kleenex en las manos y la nariz congestionada; había pillado la gripe y regresó a casa antes de tiempo. Cuando los vio allí, sintió que algo se desplomaba dentro de ella. Bajó la mirada y dijo con severidad: - "no quiero veros más en mi casa. Mañana mismo si queda algo vuestro aquí, le meto fuego. ¡¡Hijos de puta!!".
En dos maletas y varias bolsas Eva metió todas sus posesiones. Salió a primera hora de casa de Zoe y se dirigió al ático de lujo. Cuando llegó al portal vio un camión con la parte trasera abierta, había policías de uniforme introduciendo cajas desde dentro del edificio. Cuando se fijó bien, pudo reconocer algunos de sus vestidos que sobresalían; también sus abrigos de visón que llevaba una agente en los brazos. Continuó su marcha y no paró, fue a un cajero automático a sacar dinero, pero la tarjeta de crédito quedó bloqueada. Eva estaba desconcertada, así que se dirigió a su gimnasio de siempre a hacer ejercicio y aclarar las ideas. Allí llegaron a buscarla dos policías; tuvo que acompañarlos para declarar, ya que era la dueña de una tarjeta de crédito cuyos fondos pertenecían a una trama que se estaba investigando. Resulta que su "inocente" novio era el jefe de un grupo que se dedicaba a blanquear dinero (millones de euros) procedente del narcotráfico. Eva pasó en la comisaría las 72 horas de rigor, durante las cuales se dio cuenta de que no le quedaba nada en la vida: casa, dinero, amistad... todo era un desastre. ¡¡Se sentía desolada!!.
Cuando salió de comisaría había un taxi esperándola. Apoyado en la puerta abierta del copiloto había un chico muy guapo que la invitó a entrar. Él sonreía y ella lloraba. Diego le dijo: -"no te preocupes por nada, tus asuntos te lo llevará un buen abogado, he sido fichado en un buen bufete. Vámonos a casa".
Ángela Ortiz Andrade

































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