Taxi II (por Ángela Ortiz Andrade)
Eva abrió los ojos parpadeando con dificultad. Se puso una mano sobre la frente y respiró hondo, le dolía la cabeza muchísimo y reconoció que la noche anterior en casa de su amiga del alma, había bebido demasiado. No recordaba qué comieron, pero no le tuvo que sentar nada bien, porque había pasado toda la noche inquieta.
Lo que sí recordaba perfectamente era que Diego, su taxista, había escogido la silla que lo sentaba frente a ella durante toda la cena y la sobremesa. Así que no pudo evitar fijarse en el joven de pelo negro y rizado, ojos traviesos y sonrisa arrebatadora (de esas que la ponen a una un poco tonta) que tenía ahí, delante suya.
La cena fue bastante amena y divertida, aunque Eva estuvo al principio tensa, muy tensa. Sonreía y a la vez rezaba para que ese chico no la delatara, atenta a cada palabra que salía de la boca de su taxista.
Afortunadamente Diego se comportó como un caballero: amable, divertido, educado y a decir verdad, un excelente conversador. Daba la impresión de que nunca pasó nada, de que ella no estuvo en su taxi jamás y eso la tranquilizó muchísimo, así que se relajó el resto de la velada, tanto, que bebió todo el vino que le iban reponiendo.
A la hora de regresar a casa, Eva tenía una súper- borrachera encima, pero iba feliz. Su chico no se había enterado de nada y todo seguía como siempre. A decir verdad, estaba deseando que ahora más que nunca, su “inocente novio” volviera a sus viajes de negocios y la dejara vivir a sus anchas.
Se apartó la mano de la frente, le dio la vuelta y se fijó en el regalo que le había hecho la noche anterior, antes de ir a cenar; en el dedo anular había un diamante de al menos cinco mil euros. Se incorporó de la cama y miró a su alrededor: El ático de su chico era espectacular, con decoración exquisita y vistas impresionantes. Entonces se detuvo en el bueno de su novio que dormía a su lado, tan feliz, tan blandito, tan ignorante, tan rico y tan enamorado… pobrecillo.
Fue al cuarto de baño para darse una ducha; cuando se quitó el sujetador, de dentro de una de las copas cayó un papel doblado. Lo recogió del suelo y lo desplegó, pudo leer un número de móvil y la palabra “LLAMA”.
Eva miró hacia la cama, aún seguía ocupada; cerró la puerta del baño, volvió a leer el mensaje y se preguntó “¿pero cómo ha podido llegar esto aquí?”
Ángela Ortiz Andrade

































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