Como pueden ustedes imaginar sin ningún esfuerzo, las hermanas Kardashian me importan un pito. ¿Qué digo un pito?, me importan una corneta, una vuvuzela, un trombón de pistones. Mi interés por tal tribu es, desde luego, inexistente; sin embargo, las traigo a la palestra por la foto de una de las chicas que se me coló en Facebook y que después he visto reproducida en numerosos lugares. Observen la foto. Una mujer desnuda en una bañera a la que parece que le hayan añadido una pierna (en mi opinión, y puestos ya a añadir, que le hubieran añadido una tercera teta, total, es igual de surrealista). La fotografía, divulgada hasta el infinito, se presentaba con titulares del tipo: "nuevo error de las Kardashian con el Photoshop". Por supuesto, hay gente tan ingenua que cree que se trata de un descuido y no de un fallo voluntario, precisamente para lograr mayor repercusión, que es lo que, evidentemente, ha conseguido: sin el fallo, muy probablemente, la foto no la habría visto ninguno de nosotros.

Y menciono la imagen porque viene a ser una metáfora de nuestro tiempo. Da igual el mensaje, da igual la estupidez, da igual el ridículo. Lo que importa es la presencia. Y es evidente que estamos ávidos de gilipolleces, ya que cuando vemos un titular como el que he señalado antes, nos apresuramos - y yo el primero - a cliquear la noticia. Nos quejamos constantemente de que vivimos en un mundo acarajotao, pero no sé a quién ni por qué nos quejamos, ya que la responsabilidad es exclusivamente nuestra.

Todo esto, además, tiene una clara aplicación política. Yo diría que el primero que entendió el asunto con toda claridad fue Silvio Berlusconi. Berlusconi soltaba por la boca todo lo que le venía en gana, a menudo inconveniencias, salidas de tono o directamente barbaridades. Sin embargo, no solo no le perjudicaban en las urnas, sino que, muy al contrario, Berlusconi ganaba elecciones con asiduidad. El mismo sistema viene a ser el de Donald Trump, Le Pen padre o el próximo campeón de este método, el cachondo Boris Johnson. A menudo dicen cosas que desagradan a sus propios seguidores, mienten, exageran hasta extremos que la palabra hipérbole se queda muy pequeñita, pero todo da igual, porque sus fans no solo los perdonan, sino que redoblan su apoyo, gracias a un mecanismo psicológico que no resulta fácil de entender.

En España, Podemos logró buena parte de su auge con una táctica similar, y últimamente VOX parece haberse apuntado a la tendencia. Por supuesto, en el caso de Podemos hemos visto como alguna de sus genialidades les ha terminado pasando factura, verbigracia los ataques a Amancio Ortega. Sin embargo, y con todo, el balance sigue siendo positivo para los podemitas: hace veinte o veinticinco años todas esas alabanzas de las huestes de Iglesias a los etarras o los escupitajos a cualquier cosa que huela a España les hubieran impedido no ya lograr éxitos, sino ni siquiera lograr una mínima visibilidad. VOX se halla ahora en ese periodo ascendente donde da igual cuánto se les caliente la lengua y en el que pueden soltar lo que les venga en gana, ya que sus seguidores - a día de hoy -salivan de satisfacción con sus salidas del tiesto.

Por supuesto, el sistema de tirarse a matar en todas las ocasiones tiene un pequeño inconveniente: si todos los políticos actuaran de la misma forma, ¿cómo acabaríamos? Quienes alaban a Donald Trump, que en España son sorprendentemente muchos, ¿se preguntan que ocurriría si la totalidad de los países se empleara con la misma chulería y desprecio por el contrario? Si así fuera, al fin del mundo estaría más cercano que en aquella película de Bruce Willis en que un asteroide está a punto de chocar con la Tierra.

En fin, está en nuestras manos, ¿a quién apoyamos? ¿A las Kardashian o a la gente seria y que nos hace progresar? Yo lo tengo muy claro. Aunque aparezca una Kardashian con una tercera teta.