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Redacción
Miércoles, 12 de Junio de 2019

Elda VIII (por Ángela Ortiz Andrade)

Las cosas marchaban muy bien para las socias, Elda estaba muy contenta en la casa que su amiga le había prestado, así que decidió comprarla. Ni que decir tiene que Isabela le pidió un precio irrisorio, casi se la regaló; era mucho lo que tenía que agradecerle y esta era una buena manera de hacerlo.
  

Un día, mientras las dos desayunaban antes de ir al trabajo, Isabela le dijo:


 -“Nena, tengo que decirte una cosa que creo que no te va a gustar”
-“¡Dispara!” dijo mientras untaba el queso Philadelphia en la tostada.
-“Ha salido una plaza en el Ayuntamiento de arquitecto y voy a presentarme a por ella. Sabes  que mi vida ahora es diferente, nuestra empresa nos exige muchísima dedicación y yo ya no puedo dársela. Necesito algo más estable, más tranquilo, con un horario que me permita ofrecerle a mis hijos todo el tiempo que ellos necesitan.”


Elda la escuchaba mientras masticaba y cuando su amiga paró de hablar, dejó el pan en el plato, se limpió los labios y le dijo:


-“Te entiendo, no te preocupes. Si yo estuviera en tu situación, seguramente haría lo mismo. Intenta hacerlo lo mejor posible, no me decepciones.” Isabela se levantó y le dio un beso, dándole las gracias. Elda le sonreía, pero no se acabó ni la tostada, ni el café. No por rabia, sino por nerviosismo, ya que veía venir una nueva etapa en la que ella tendría que llevar todo el peso de la empresa.

  

Los lunes de cada semana, conducía hasta el restaurante de la playa. La obra había terminado y ahora estaba inmersa en su decoración. Cada día que llegaba para supervisar los trabajos que se estaban llevando a cabo, Fernando la esperaba allí y la acompañaba durante todo el tiempo. Desde la primera visita de la arquitecta, entre ella y el hijo soltero del dueño del restaurante surgió una atracción que los impactó a ellos y a todos los que los rodeaban. Era algo descarado, arrollador y sorprendente para Elda, que desde su gran decepción con el Doctor Huesos, pensó que nunca volvería a sentir algo así. Pero allí estaba el moreno que la dejó sin aliento cuando lo vio por primera vez y que le produjo una arritmia la noche que recibió un whatssap suyo; estuvieron en contacto hasta las 4 de la madrugada y lo mejor de todo fue que a la mañana siguiente ella se levantó más guapa que nunca.
   C

ada vez que regresaba a la ciudad desde el restaurante de la playa, antes de ir a casa, se pasaba por la de su amiga y le explicaba cómo iban los trabajos; aunque su amiga estaba inmersa en sus estudios para la plaza del Consistorio, ayudaba aportando ideas y dando el visto bueno a las novedades. Isabela le abrió la puerta muy preocupada.


-“Chica ¿qué te pasa?, tienes un careto que si lo sé te llamo por teléfono y no vengo”.
-“Perdona nena, pero es que creo que la mala suerte me persigue, ¿sabes quién se está preparando para el puesto del Ayuntamiento que yo quiero? No te lo vas a creer.”
-“¿Quién niña? déjate de misterios que estoy muy cansada”.
-“¡El hijo de Cuca!”
-“Pero si ese idiota te robó tu ascenso en tu antigua empresa, ¿por qué ahora está pujando para eso?”
-“Pues porque es tan incompetente que lo despidieron a los pocos meses y estaba en paro. Ahora no creo que me presente, tú sabes cómo se las gasta la bruja de su madre y los contactos tan importantes que tiene su padre, vamos que con unas cuantas llamadas suyas al niño lo hacen arquitecto jefe”
  

Elda le cogió las manos muy seria y le dijo:-“Hazme caso y júrame que te vas a presentar. Nunca se sabe lo que puede pasar. ¡Júramelo por tus hijos!”


-“Vale, nena, lo haré, no te pongas tan mandona, pero ya te digo yo que va a ser para nada”.  Su amiga se dijo para sus adentros “eso habrá que verlo”

  

Cuando llegó a su casa buscó en un cajón un pendrive en donde estaba la grabación que comprometía al marido de Cuca y le hizo una copia.
   

A la mañana siguiente lo envolvió para regalo y le adjuntó una tarjeta. Se colocó de nuevo un pañuelo de seda en la cabeza y volvió a taparse medio rostro con unas gigantescas gafas de sol; se dirigió a una zona de videojuegos y habló con un chico que iba saliendo de allí. Le pidió que llevara el “regalo” a las oficinas del marido de su archienemiga, cuando hiciera la entrega le daría 20 euros, el chaval aceptó encantado; ella lo vigilaría de lejos para asegurarse de que la entrega se hacía efectiva. En la tarjeta un mensaje de advertencia lo dejaba todo muy claro: “Si tu hijo oposita por cualquier plaza que oferte el Ayuntamiento de esta ciudad, aunque sea de barrendero, estas imágenes se harán muy famosas”.

 

Ese mismo día por la tarde, Elda estaba nerviosa rebuscando en el fondo de su bolso. No encontraba el dichoso iphone que parecía que en cada llamada sonaba aún más fuerte. Consiguió contestar por fin, era Isabela.


-“¡Dime preciosa!”
-“Nena, te lo tenía que decir y no podía esperar a que vinieras a casa ¿sabes lo que ha pasado? El marido de Cuca está en la UCI, le ha dado un infarto, bastante grave, parece.”
 -“Oh, qué disgusto. Bueno, esperemos que todo vaya bien y se recupere, le tendremos que enviar unas flores y algunas palabras de ánimo al pobrecillo”


 Elda cortó la llamada pensando:-“Idiota, quería asustarte, pero no matarte, fiambre no me sirves para nada”.

 

Ángela Ortiz Andrade
 

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