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Redacción
Sábado, 01 de Junio de 2019

"Aula de humor"

por Carlos Roque Sánchez

[Img #115204]6 + 7 = 18. Es probable que recuerde la antañona y ‘logsera’ anécdota homónima de este primer subtitular. Aquella en la que se pedía a un alumno que escribiera la suma de seis más siete y el bendito, tras pensarlo, contestó lo que a la vista está, que eran dieciocho. Ya, sé lo que está pensando, que la respuesta está mal, pero qué quiere, la criatura no es más que una víctima de la Logse al fin y al cabo. Sin embargo, con todo, el error aritmético no es lo peor, no. El asunto tiene también una cara chusca, que proviene no del dislate de la respuesta del alumno, sino de la posterior evaluación que el profesor hace de la misma y en la que, como indicadores evaluativos, había anotado: 1) La grafía del signo seis es del todo correcta. 2) La misma corrección se aprecia en la del siete. 3) El signo más nos dice, acertadamente, que se trata de una suma. 4) En cuanto al resultado, vemos que el uno es correcto. De acuerdo que el segundo número, en efecto, no es un ocho ¡pero!, si lo cortamos por la mitad de arriba abajo, observaremos que el alumno, en realidad, lo que ha escrito son dos treses simétricos ¿Ve por dónde va el educador?, basta con escoger el bueno, el de la derecha en este caso y punto.

           

Aunque singular, se trata de un planteamiento que el corrector de la prueba no solo puede, sino que debe hacer, pues es evidente que la intención del alumno era buena. De hecho, no puso ningún inconveniente en responderla y, estará conmigo, esa predisposición cuenta y debe ser valorada positivamente. Por ello, del conjunto de estas observaciones, el profesor dedujo la siguiente evaluación de contenidos: a) La actitud del alumno es positiva. Está claro que lo intentó. b) Los procedimientos son correctos, ya que todos los elementos están en el orden adecuado. c) En lo que concierne a los conceptos, sólo se equivocó en uno de los seis elementos que forman el ejercicio. Es decir, que acertó en un 83,4% y esto es casi un ¡sobresaliente! En consecuencia: Notable (N) y Progresa Adecuadamente (PA).   

           

Papanatismo pedagógico. La divertida parodia docente apareció publicada en la página de humor de uno de los números del Boletín de los Colegios de D. y L. en Filosofía, Letras y Ciencias, y venía firmada por un tal Inocencio Docente, un apodo humorístico, claro. Un escrito que en principio se podría tomar como un motivo más para sonreír, lo que siempre está bien, si no fuera porque, por desgracia, se parece y mucho a buena parte del papanatismo pedagógico envolvente. Y eso ya no está tan bien. De modo que, en mi opinión, lo veo más un mecanismo personal de defensa psicológica que un motivo humorístico colectivo. Una dosis impresa de auto caricatura profesional frente a la estulticia pedagogo-administrativa, en este caso relacionada con la obstinación educativa de calificar sólo lo positivo y no destacar, en absoluto, lo negativo. Como si fuera posible aprender así, que es lo que piensa la mayoría de estos renegados de la tiza ¡Joder, qué tropa!, que dicen que dijo alguien.

           

Y lo peor es que esto no es todo. A la chusquería del timo evaluativo, el paso del tiempo le ha añadido la frustración reformista, lo digo porque la ironía del bueno de Inocencio ocurrió hace ya veinte años, en 1999, y hoy día todo parece seguir igual o peor. Lo que está muy mal. Se trata de una enfermedad social que padece nuestro sistema educativo llamada inercia, consistente en seguir aplicando las mismas soluciones a los viejos problemas y, claro, éstos siguen sin arreglarse. Lo llaman renovación pedagógica, y ya conocen la máxima lampedusiana de que hay que renovar para que nada cambie. Pues eso. Bueno, los gestores educativos sí cambian, aunque siguen empleando la misma cantinela pseudo pedagógica: “lo nuevo, por el mero hecho de serlo ya es bueno y, además, no tiene que demostrarse”. Ignaros con cartera.

           

Efecto perverso. El caso es que la dichosa suma, mal hecha se mire como se mire, le supone al alumno una calificación de Notable, si es mirada con la óptica adecuada, la de nuestra pedagogía educativa. Una óptica que permite que el error no sea considerado como un defecto, sino como la expresión auténtica del dinamismo subyacente del alumno. Toma del pedagógico frasco, Carrasco. Y por supuesto que gracias a ella el alumno alcanzará los objetivos, no sé cuáles no me pregunte pues los ignoro, pero el caso es que lo hará. Mas, si a pesar de todo no fuera así, no hay que desesperar pues existen remedios, por ejemplo, adaptándolos a su nivel y peculiaridad y entonces, así, claro que lo logrará. Además, y lo que es más importante, sin ocasionarle trauma alguno, ojo al detalle. No hay que olvidar que el no promocionar podría frustrar al alumno, y eso sí que no, porque ellos no fracasan, en todo caso lo hace el sistema ¿Qué digo, el sistema?, tampoco él, quien fracasa es el profesor que al fin y al cabo es el que enseña y su culpa tendrá, vamos digo yo.

           

Por desgracia, esta paródica y ficticia visión de la enseñanza que les traigo en esta mi ‘Opinión semanal’, es un hecho real que lleva años produciéndose y ha provocado en nuestro sistema educativo, notables descensos de su rigor escolar y nivel científico, y con ellos su degradación. Un efecto perverso que puede dar al traste con la encomiable idea de poner la educación al alcance de todos, pero la educación valiosa, claro. Como ven, a la chusquería y la frustración hay que añadir, también, la perversión. Con razón, en sus momentos de mal humor, el maestro Juan de Mairena, avisaba sobre la pedagogía: “Un pedagogo hubo; se llamaba Herodes”. A buen entendedor. 

 

CONTACTO: [email protected]

FUENTE: Enroque de ciencia

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