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Redacción 1
Sábado, 25 de Mayo de 2019

"Jerga futbolera"

por Carlos Roque Sánchez

[Img #114621]Del “tiempo reglamentario”. Como cualquier aficionado o profesional del fútbol sabe, su reglamento señala que la duración de un partido es de noventa minutos, distribuidos en dos periodos de cuarenta y cinco. Es el tiempo reglamentado, que es reglamentario. También es sabido que, por diferentes causas, justificadas o no, una parte de ese tiempo no se emplea precisamente en jugar, motivo por el que el mismo reglamento faculta al árbitro para que lo descuente del tiempo fijado para el juego y prolongue la duración del partido que ahora supera al tiempo reglamentado, pero no al reglamentario, pues se trata de una prolongación que también forma parte del mismo.

 

Un asunto que visto a vuela tecla puede que parezca una perogrullada, modalidad galimatías, pero que si se piensa en realidad no lo es, no, y es este un matiz al que no parecen prestar importancia, algunos amantes de las bobadas semánticas. Aquellos para quienes: Nadie ve nada, sino que todos “visualizan”. Los jugadores se “posicionan”, en vez de colocarse en el campo. Los árbitros no pitan, “dictaminan”. Los pases y lanzamientos del balón son “golpeos”. Y los postes tienen “cepas”. Ya ven por donde voy. Mención aparte merece algún que otro exjugador que, metidos a comentaristas, gustan de hacer hincapié en “la lectura del juego”, “la dinámica del partido” y en lo compenetrados que están dos jugadores que “se leen mutuamente”. Todo un deconstructivista del lenguaje, estos buenos señores.

 

Al de “de descuento”. Es evidente que, de la diferencia entre reglamentario y reglamentado, surgen dos medidas del tiempo. Una, la del tiempo de juego previsto, definido por los cuarenta y cinco minutos reglamentados y, otra, la del tiempo de juego transcurrido en total, que contempla al previsto más el añadido por el árbitro. La diferencia entre el tiempo transcurrido y el previsto, es decir el añadido, procede y debe coincidir con el tiempo de descuento. Aquellos minutos que el árbitro considere que no han sido empleados en jugar y que compensará añadiéndolos a los cuarenta y cinco fijados.

 

Por eso, todo lo que suceda a partir de ese minuto cuarenta y cinco no lo hace en el tiempo de descuento, sino en el tiempo añadido, una distinción que debería ser tenida en cuenta, aunque sólo sea por amor al castellano y rechazo al lenguaje del disparate deportivo. Un páramo plagado de ‘ostentóreas’ expresiones en el que un patadón defensivo es un “despeje demagógico” y “tener buenas sensaciones” es más importante que ir ganando. Ejemplos magníficos de cursilerías clamorosas, a las que no le siguen muy atrás perlas literarias en las que: Los delanteros no meten goles, sino que “certifican”. Nadie hace, todos “desarrollan y registran”. Se juega en la “medular”, donde el centrocampista que no tiene visión del juego “no proyecta”. O los defensas “arrebañan”, cuando no hacen un “despejamiento”. Claro que también tenemos lo del tiro al “palo largo” o al “palo corto”. En fin, lo de siempre, “el furbo es furbo”.

 

Para llegar al “resultado inalterable”. No es infrecuente oír “continúa inalterable el resultado inicial de cero a cero”, sí tal cual, y lo mejor es que parece que entendemos lo que quiere decir. Ya. Pero si en vez de oírlo, lo escuchamos, la cosa no parece ya tan entendible, y verán por qué les digo esto. Para empezar, si es inalterable, condición de aquello que no es susceptible de ser alterado, entonces qué hacen todos allí. Alguien debería decirles que se fueran a sus casas pues, por propia definición de inalterable, esperan algo que no puede suceder. Vamos que hacen el ridículo salvo que quieran decir inalterado. Y acabando porque, si se trata del “resultado inicial”, es decir que al comienzo (lo llama inicio) del partido ya se ha producido el resultado, entonces, ¿para qué los jugadores corren y cobran, el público paga y grita, y los árbitros sudan y, a veces, se juegan el tipo?

 

Pues para nada, pues ya tenemos el resultado. Estamos ante una abdicación del sentido común, una agresión a la ortodoxia semántica y sintáctica no muy diferente a la de “disparar al palo corto” o “al palo largo” que citaba más arriba. Unas expresiones creo, que para algunos juglares futboleros representan el poste más cercano o alejado, visto desde su posición claro, que esa es otra. Y por supuesto, si tiramos de las matemáticas escolares, para estos iluminados geómetras las porterías no delimitan un rectángulo sino un trapecio. Una ignorancia graciosa, como otras gracias ignorantes que por ahí pululan: “No ha sido gol porque se ha ido fuera”; “La máxima del fútbol: para atacar hay que tener el balón”; “Como sigan a este ritmo de partido no van a durar ¡ni tres horas!”; “No cabe duda de que si quieren meter un gol, el balón tiene que ir entre los tres palos”; “Es un partido de ataque voraz que se ha instalado en el cerocerismo”; “El Chelsea está atacando de manera reivindicativa”; “Si meten un gol más que el rival, ganan”. Iluminados del idioma, oiga, pero qué quiere “El furbo es asín”. 

 

 

CONTACTO: [email protected]

FUENTE: Enroque de ciencia

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  • Hermano Lobo

    Hermano Lobo | Domingo, 26 de Mayo de 2019 a las 21:56:34 horas

    Magistral y divertido. Todo lo que mencionas es cierto.
    La cursilería es un pecado que puede llevar a extremos que rayan con la horterada.
    Algunas veces viendo un partido los comentaristas producen risa, vergüenza ajena o pena.
    Confundir carioca con brasileño está a la orden del día.
    Clamoroso fue el comentario de un afamado ex-jugador que al referirse al Dinamo de Kiev dijo que "...el equipo ruso..."; al ser informado que es de Ucrania lo remató con "...bueno de Rusia o de por ahí..."
    Aprecio todos tus artículos. Son aire fresco en esta época de tanto agobio informativo, o desinformativo.

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