"Aforismo machadiano"
por Carlos Roque Sánchez
“¡Quién fuera diamante puro! / -dijo un pepino maduro. / Todo necio / confunde valor y precio”. De este aforismo de su maestro Abel Martín, tan aficionado él a las fantasías poético-metafísicas del ‘fugit irreparabile tempus’, el escéptico Juan de Mairena solía comentar que sí, pero que pasarían los pepinos y quedarían los diamantes. Una certera afirmación a la que añadía -todo hay que decirlo en honor a la verdad- que para entonces ya no habrá quien los luzca ni los compre. Y no andaba falto de razón.
El que abre esta ‘Opinión personal’ es sin duda uno de los muchos proverbios del poeta, vinculado a una larga serie de apócrifos, en los que se plantea una nueva forma de poesía, el aforismo filosófico o, por qué no, su complementario intelectual, esa especie de nueva filosofía que es el aforismo poético. De manera que poeta y filósofo están frente a frente pero no son hostiles y solo trabajan cada uno en lo que el otro deja. Hombres de otro tiempo que buscan al complementario, aquél que siempre marcha con nosotros y que suele ser nuestro contrario. De todos modos y puesto a ser, quizás, la aspiración del pepino sea solo una pepinada. No olvidemos que, para algunos exégetas, el poeta cambió por cobre filosófico buena parte de su oro poético de ayer, y no son lo mismo un metal y otro. No, no lo son. O sí, según la física transmutación nuclear. En fin, diamante y pepino. Claro que, puestos a no ser, tampoco parece que fueran lo mismo para el mejor poeta español del siglo XX, el sevillano Antonio Machado, los conceptos de valor y precio cuando, con su claro y sencillo lenguaje, escribía: “Todo necio confunde valor y precio”.
Precio, valor y necios. Y no son pocos los que así los confunden, aunque en principio no tengan porqué equivaler. Uno de ellos, el valor, el valor de algo, viene dado por el grado de estima en el que lo tenemos, un grado que dependerá a su vez de los recuerdos que le tengamos asociados, de su propio mérito, de su utilidad, de las ventajas que de él obtenemos o podamos obtener. En definitiva el valor de una cosa tiene bastante de subjetivo, de personal, de vivido pues es una significación que nace de nuestro interior.
El otro, el precio, eso es ya otra cosa. No es más que lo que estamos dispuestos a pagar cuando ese algo se ponga en venta, y podamos comprarlo con dinero (quizás la forma más barata de todas) o con cualquier otro bien, sea éste el que sea. Como puede ver el precio de una cosa es más objetivo, más impersonal, es la significación que procede del exterior. Resulta lógico entonces que, en este mundo, pueda ocurrir que no coincidan el valor de las cosas con el precio que se pague por ellas. Que por un lado vaya lo que cueste y por otro lo que valga, existiendo cosas que tengan valor para unas personas y no para otras, sin que esto influya de manera alguna en su precio. El valor depende de un sinnúmero de circunstancias; el precio sólo de las de la oferta y demanda del mercado. Hay productos de arte de tanto, tanto, valor que no tienen precio. Y hay otras de mucho, mucho, precio que sin embargo no tienen valor alguno, sobre todo para las personas que no conocen sus méritos.
‘Boutade’ borgiana. Es como cuando uno quiere vender un piso. Una cosa es lo que pide por él, según lo que nos ha costado o los sentimientos que le tengamos, y otra, lo que en realidad están dispuesto a pagar. Es bien distinto lo que cuesta de lo que vale. También saben de esa diferencia las personas que extravían un objeto querido. Querido porque forma parte de su mundo interior, de su propia vida, donde ocupa un lugar insustituible y de ahí su enorme valor. Pero a la vez saben que su precio es bajo, casi nada, porque por ejemplo no sea más que una baratija en realidad. Ése es el motivo de que en el anuncio que ponen para recuperar el objeto, digan “tiene un gran valor sentimental”. El mensaje es claro para quien lo encuentre. Su precio es bajo, por lo que nadie que no sea su dueño le va a pagar un precio alto, así que nadie agradecerá más generosamente su recuperación que él. No, no es necia la gente, aunque lo pueda parecer a veces.
O intentarlo. Como lo intentó hace ya algunos años, el maestro en ironía y creador de mundos herméticos y brumosos, el inefable Borges. Sucedió en su último viaje a Sevilla cuando, ejerciendo de malevo, quiso infravalorar a Antonio, un poeta grande, disminuyéndolo a la mera circunstancia de ser hermano de Manuel, un gran poeta. En una conversación vino a decir: “¿Antonio Machado? ¡Ah! No sabía que Manuel tuviera un hermano”. Por supuesto que la vibórica borgiana no cuela. Aunque para el bonaerense, Manuel fuera el único poeta digno de ser leído, Antonio es uno de los poetas universales más leído y, me atrevería a decir, amado. Se siente.
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FUENTE: Enroque de ciencia






































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