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Redacción
Sábado, 20 de Abril de 2019

"Calle Fermín Salvochea y adyacentes"

"Historias populares de la villa de Rota", por Prudente Arjona

[Img #111959]En esta sección se ofrecerán fragmentos del libro escrito por el roteño Prudente Arjona, titulado "Historias populares de la villa de Rota", que como su propio nombre indica, refleja buena parte de la historia local.  Aunque el libro está a la venta en papelerías del municipio, el afán del autor nunca fue lucrarse con ello, por eso, permite a Rotaaldia.com compartir algunos de sus capítulos para que el gran público tenga conocimientos de una parte pasada de la villa.

 

Os dejamos con el capítulo:

 

 

Aunque no todo está dicho de la historia popular de los extramuros de nuestra villa, creemos que es hora de entrar en los intramuros por una de las cuatro puertas de la ciudad antigua, como es la de la Carne, puerta o arco de Regla o puerta de Sanlúcar,  entre otras tantos denominaciones por la que se conoce a la situada al final de la calle Higuereta, que la separa del comienzo de la calle de Fermín Salvochea. Es otra de las calles más viejas de Rota, perteneciente al llamado recinto de la Villa,  a la Rota de intramuros.

 

A esta calle, que concluye en la plazuela de Méndez Núñez, desembocan las de Tripería, Extremadura, Aire, Puyana, Constitución, Maestro Calafate y Carmen, que linda con el Hotel Duque de Nájera y la Residencia de la Congregación Hermanas de la Caridad  y el callejón de San Vicente Paúl. Seguidamente, tras un arco moderno de traza ojival, se accede al paseo marítimo de La Costilla. En las casas que forman estas calles y en la inmediata calle Caracol, que discurre paralela a la que tratamos y une la calle Extremadura con la calle Aire, se encontraba alojada la mayor parte de la familia marinera roteña, y en ellas  permanecen aún algunas de las familias pertenecientes a aquellas sagas de un colectivo que fue tan importante en otros tiempos.

 

Al principio los edificios estaban solamente en la zona de los números pares, es decir, en la parte del castillo. La otra daba al terraplén formado por las arenas que eran contenidas por la vieja muralla, razón por la que el primer nombre con que se la conoció fue por el de calle del Barranco. Posteriormente fueron construyéndose casas junto a la muralla de la playa y se formaron las calles Aire, Caracol y Extremadura, conocida anteriormente por calle del Matadero o de la Carnicería, dado que allí se encontraba la antigua Casa de Matanzas.

 

A finales del siglo XVII se la denominaba calle del Castillo, nombre que ha perdurado entre los roteños hasta hace muy poco tiempo. Con todo, el primer rótulo oficial que tuvo fue el de Capitán Navarro, en referencia a don Luis Navarro y Pérez de la Lastra, que era hijo de una roteña y murió con esta graduación en hecho de armas, por lo que se le concedió una condecoración militar a título póstumo.

 

A principios del siglo pasado el Ayuntamiento acordó rotular esta calle con el nombre de Duque de Nájera, como homenaje al gobernador militar de Cádiz que estableció la batería de Artillería que llevaba su nombre, desmantelada en 1973 para la instalación de las Defensas Portuarias y de la Comandancia Militar de Marina.

 

En 1931, y al proclamarse la II República, se dio a esta calle el nombre de Fermín Salvochea, en recuerdo del gran socialista revolucionario gaditano. En noviembre de 1936, a poco de iniciarse la Guerra Civil española, recibió el nombre de General Sanjurjo, teniente general que murió en accidente de aviación al intentar regresar a España desde Portugal. Por último, en abril de 1979 el equipo de gobierno del primer Ayuntamiento democrático constituido tras la dictadura de Franco volvió a rotular la calle con el nombre de Fermín Salvochea, que mantiene hasta el día de hoy.

 

Gran parte del trazado de esta calle está ocupada por la fachada posterior del Castillo de Luna, aparte del cual el edificio más característico era el correspondiente al nº 24, levantado a principios del siglo XVIII, que fue después acuartelamiento de la dotación de Carabineros destacado en esta plaza. Dicho edificio tenía un gran patio y concentraba toda su decoración en su portada de piedra de estilo barroco, al parecer del siglo XVII, por tanto anterior al de su construcción, con una voluta en la clave del dintel, cuya portada se conserva aún, duplicada, en el moderno y funcional edificio de varias plantas construido hace unos quince años en el solar del antiguo edificio, si bien ha perdido detalle.

 

A reseñar asimismo que los marqueses de San Marcial, que habían adquirido la propiedad del castillo, compraron también a principios del siglo XX unos dos mil metros cuadrados de terrenos, entre la calle y la muralla que daba a la playa, donde edificaron varios chalés, a los que dieron el nombre de Vía Marciala, que aún se encuentran en servicio tras su restauración.

 

Por último, en la casa número 7 de esta calle Fermín Salvochea, nació en las últimas décadas del siglo XIX la célebre cantaora de flamenco Concha la Roteña, que llegó a competir en Sevilla, según los entendidos, con la muy conocida Niña de los Peines.

 

Aunque no existen referencias en las que podamos apoyarnos, se supone que en estas estrechas y tortuosas calles se encontraba la judería local, hasta que en 1496, por orden de los Reyes Católicos, viéndose éstos desocupados de la guerra de los moros, dieron principio a la reformación cristiana, mandando que todos los judíos saliesen de sus reinos y señoríos, determinación mas cristiana que política, pues atendiendo a la integridad de la fe, privó al país de tantos y tan ricos vasallos.

 

Sólo nos queda añadir que en la calle Caracol existió un torreón o caracol para la vigilancia y defensa de aquella zona de costa. Según refleja en sus Annales el cronista de la villa don José A. Martínez Ramos al tratar de la muralla que circundaba a la Villa: corría después el muro hacia poniente hasta el mar. A este lienzo de muralla se abría la Puerta de la Carnicería, hoy Arco de Regla, de la que sólo se conservan sus arranques. Terminaba este lienzo de muro en el torreón llamado del Caracol, situado a pie de playa, cuyos arranques, de los que no quedan hoy resto alguno, parece subsistieron hasta bien entrado el siglo XVIII, y cuya memoria se conserva en la inmediata calle. 

 

 Desde aquí, dominando siembre el barranco, seguía el muro en demanda de la Puerta del Mar, ya descrita, con lo cual completamos el recorrido del perímetro amurallado.

 

Siguiendo con la calle Fermín Salvochea, hemos de hacer mención del Matadero Municipal o Casa de Matanzas, que se encontraba en esa estrecha vía de los intramuros y que hacía esquina con la calle Extremadura, la cual tomó los nombres de calle de la Carnicería o del Matadero, al igual que el arco de Regla tomó el de puerta de la Carne. Aunque ya dimos algunas pinceladas al respecto, creo conveniente ampliar esta parcela del libro, contando más detalles del desarrollo de esta dependencia. Lo cierto es que el negocio de la carne supuso un importante puntal en la economía de la villa, por lo que se conocen muchas historias relacionadas con este edificio municipal, que no sólo estaba dedicado propiamente a la matanza de animales para el consumo de los ciudadanos, sino que allí mismo disponía de tablas o puestos para la venta de las distintas carnes a los usuarios, bien fuesen de cerdo, vaca, cabra u oveja.

 

Ni que decir tiene que en aquella época no se habían inventado aún los frigoríficos industriales, por lo que podemos leer en la documentación cómo había ocasiones en que las carnes almacenadas eran roídas por ratas y otros roedores, dada la cercanía de la playa y el descuido del propio edificio por parte del Ayuntamiento, lo que propiciaba que dichas alimañas anidasen en los huecos y grietas de paredes y suelos del mismo.

 

Asimismo hubo ocasiones en que el Ayuntamiento hizo publicar edictos para que los puestos de carnes desperdigados por el pueblo se ubicaran en el citado Matadero, al objeto de impedir la venta de carne en malas condiciones procedentes de ganado enfermo o ya fallecido, además de controlar el pesaje, los precios y asimismo la higiene, mientras que, por otra parte, dadas las circunstancias ya descritas de invasión de ratas en el Matadero, aconsejaba la venta de las carnes en los puestos particulares.

 

Desde años tan distintos y distantes entre sí como son 1759, 1840 o 1845 aparecen en las actas capitulares menciones relativas a la conveniencia de acometer obras imprescindibles para que el edificio no se cayera, pero no se ha podido encontrar ningún tipo de remodelación o adaptación a los nuevos tiempos, ni nada que detecte una voluntad de avance o modernización en la estructura de dicha dependencia municipal, lo que demuestra una total falta de iniciativa o de recursos económicos, o de ambas cosas al mismo tiempo, que se ve reflejada en la paulatina subida de impuestos en el servicio que ofrecía el recinto, así cómo la obligatoriedad impuesta al público en general para que usaran el Matadero para el sacrifico de su ganado, previo pago de las correspondientes tasas.

 

Si don Ignacio Liaño me ha facilitado a través de sus publicaciones mucha información, el actual Cronista de la Villa, el historiador don José Antonio Martínez Ramos, es el culpable de la mayor parte de lo vertido en esta recopilación de historias populares, gracias a la enorme labor desarrollada de investigación y que con toda generosidad ha puesto en mis manos para enriquecer este volumen y que tanto  tengo que agradecerle.

 

Retomando los apuntes sobre el negocio de la carne, tengo que contar sobre este particular que la celebración de una fiesta tradicional de aquella época, la Feria del Cerdo, denominada asimismo como el perneo, durante la que los particulares sacrificaban sus cerdos en las clásicas matanzas sociales, cuyas carnes se degustaban con los familiares y amigos, fue suprimida en 1858 por las autoridades municipales basándose, tanto en razones higiénicas, como porque daba amplio a la defraudación de los derechos provinciales y municipales y del Tesoro, acordando el 7 de marzo de ese año declarar prohibida desde aquel mismo día, y para lo restante del año, la matanza de toda clase de ganados en casas particulares, señalando como sitio único para ello el Matadero Público, cualquiera que fuese el uso a que destinasen las carnes.

 

Para la gestión del Matadero existía un concesionario que se encargaba de la administración, cuyo empleo se sacaba a pública subasta. En ocasiones el Ayuntamiento nombraba a un alcalde para que velase por el recinto, su gestión y funcionamiento. También en 1814 se nombraron receptores de la Carnicería, con el premio del uno y medio por ciento de los fondos que entrasen en su poder, quedando al arbitrio de los dueños de las reses que se matasen y consumiesen en el pueblo el valerse o no de estos oficiales.

 

De igual manera, el Ayuntamiento tenía nombrado un regidor mensual que vigilaba la marcha de esta industria pública, y que en ocasiones, disponiendo de la autoridad que le confería el cargo, denunciaba ante el Municipio las anomalías, abusos, sugerencias y quejas de los usuarios y clientes. En 1842 el Ayuntamiento consideró innecesario el puesto de alcalde del Matadero al existir un regidor mensual, por lo que destituyó al existente. Sin embargo, unos meses después entendió la Corporación la necesidad de crear nuevamente dicho puesto, que fue otorgado a persona distinta a la anterior, por lo que se puede pensar que todo fue una jugada para expulsar a uno y dar dicho puesto al entrante.

 

Sobre este particular podemos contar que, en 1820, el tablajero o vendedor de carne en el Matadero Municipal fue condenado a ocho días de cárcel y apartado de su negocio por decisión del pleno, por haber faltado al respeto al regidor del mes, debiendo ocupar su puesto su esposa para que la tabla no quedase cerrada y no perjudicar los intereses de los vendedores de ganado ni del público.

 

Este Matadero Público fue una fuente de conflicto a lo largo de la historia, manteniendo el Ayuntamiento innumerables litigios y controversias, casi siempre provocadas por los dueños del ganado, que pretendían eludir el pago de los derechos correspondientes. Con todo, los mayores problemas los tuvo con la casa de Benavente y Arcos, dueños señoriales de la villa, a principios del siglo XIX. Lo cierto es que el Ayuntamiento había estado en el goce y posesión pacífica del ramo de menudos y despojos de su Carnicería desde tiempo inmemorial, pero a la llegada de un nuevo gobernador o corregidor en 1792, éste determinó que los tales derechos pertenecían a la casa ducal. El Ayuntamiento recurrió, iniciando un largo pleito que fue finalmente ganado por la Villa en 1805, habiendo de devolver los administradores de la casa ducal los ingresos percibidos indebidamente, así como las costas judiciales que se originaron en el litigio en cuestión.

 

Los despojos y menudos de reses y cerdos ocasionaban frecuentes polémicas respecto a las tasas y derechos a satisfacer por los dueños del ganado a los carniceros y otras cuestiones, por lo que el Ayuntamiento resolvió en la sesión del 16 de junio de 1822 para excitar a los posibles postores, se modificase el pliego de condiciones teniendo presente el adoptado por el Puerto de Santa María, haciéndose saber en los edictos de convocatoria que los despojos que había de dejar los dueños de cada res vacuna que se sacrificase habían de ser los siguientes: el vientre, patas, meollada, mitad del corazón, asadura y las astas, debiendo pagar además por razón de matanza lo siguiente: cada buey, vaca o toro, doce reales, un eral, ocho reales, un mamón, cuatro reales.

 

Del mismo modo, por los carneros debían dejarse el vientre, la cabeza, manos y meollada, pagándose un real por cada uno, en tanto en la de los puercos, quedaría el menudo a beneficio del dueño siempre que se pagasen al arrendatario 15 reales, entendiéndose que en dicha cantidad no se incluían la leña ni el agua que se consumiese para pelarlo, y, caso de no convenirle pagar la citada suma, quedaría para el arrendatario el citado menudo.

 

Tal y como hemos referido, en muchas ocasiones se aprovecha las letras de las comparsas, coros y chirigotas del carnaval para dar cuenta de circunstancias vividas en la historia popular de nuestra población, pues no puede ser más popular, ni tampoco narrarse de manera más directa, más clara y en menos espacio una situación concreta, como es el caso que se dio cuando las mujeres votaron por primera vez en unas elecciones, que naturalmente tiene relación con el Matadero Municipal, cuya letrilla decía más o menos lo que sigue:

 

El día de las elecciones a Cortes,

fueron a votar las mujeres en coche.

Muchas cosas ese día sucedieron;

llenaron de presos Cárcel y Matadero,

pero se ha visto que de nada le valieron,

ni lo de papeles que por las calles pusieron...

 

Bueno, parece ser que en dichas elecciones dispusieron de vehículos para que las mujeres se acercaran a las urnas, ya que la opción política que creía tener asegurado el voto femenino hizo un esfuerzo para que las féminas se sintieran incentivadas para ir a votar, ya que montarse en un vehículo en aquellos tiempos era todo un lujo. No obstante, y según se desprende de la incompleta (por mí parte) letra carnavalesca, de nada le sirvió, pues supuestamente ganó una opción política distinta. Por otra parte, y es lo que nos interesa, vemos como el Matadero fue utilizado en más de una ocasión para confinar a personas. Parece ser que este caso se repitió más de una vez con motivo de las detenciones masivas en tiempos de Franco.

 

Mi abuelo materno, Rubio Tomatito, padre también del practicante,  don José Lobato Chirado, Pepe el Rubio, tenía una tasca junto a la cárcel en lo que en tiempos posteriores fue la frutería de Pamplina. Mi madre, que era una adolescente en aquella época, me contaba años más tarde, cuando yo era aún un niño, ciertos recuerdos tristes de los muchos abusos que entonces se cometieron, puesto que la pared del bar era medianera con la cárcel. No es mi intención remover ese nefasto pasado, que quiera Dios no vuelva nunca más, voy sólo a narrar una anécdota con tintes humorísticos, relato, aunque mantengo no obstante su matiz agridulce.

 

Resulta que había en Rota un homosexual muy buena persona y muy gracioso, al que apodaban Canela. Se dio el caso de que, bien por su inclinación sexual, bien porque tenía sentimientos izquierdistas, o porque había gente a las que no les caía bien, lo cierto es que lo detuvieron. Por lo visto, como no había espacio en la Cárcel, lo metieron en el Matadero como a tantos otros. Tras declarar voluntariamente, los encargados de tan honrosa labor comprendieron que aquella persona era totalmente inocente, por lo que lo echaron a la calle, y cuando la gente le preguntaban a Canela cómo le había ido en el interrogatorio, él contestaba, acordándose de la paliza que le metieron: ya ves, entré canela en rama y he salío canelita molía.

 

A pesar de que en épocas pasadas no existían los adelantos actuales, dos cosas sí que llevaban a rajatabla el Consistorio: por una parte la sanidad, con las limitaciones de los medios disponibles,  y por otra la vigilancia en el pesaje.

 

Para tales menesteres, y en lo concerniente al control del peso, el Ayuntamiento contaba con un fiel, que así se llamaba el funcionario encargado del repeso y corte de las carnes en la Carnicería Pública a fin de evitar su mezcla, ya que en ocasiones los carniceros metían, si no gato por liebre, al menos carnero por oveja, así como del arreglo de romanas y tablas, siendo además responsabilidad del fiel de la Carnicería presenciar la matanza y romaneo de los animales de matanza para su entrega a los expendedores, responsabilizándose asimismo de la cobranza de las tasas y de llevar cuenta y razón del ganado que se mataba y de sus dueños, pesos y valores para poder comprobarlos con los registros de las fichas de renta a fin de evitar fraudes.

 

También en el asunto de la limpieza e higiene mantenía en lo posible el Ayuntamiento una estrecha observancia de su cumplimiento en el Matadero Municipal, aunque como es de comprender no era fácil en aquellos años. Para comenzar, no disponían de agua corriente, por lo que hubieron de hacer un pozo en el patio del Matadero, y los despojos, tripas, cuajada, etcétera, se lavaban en la playa. Tanto es así, que en las piedras conocidas de Pelapú se encontraba una laja que había sido bautizada por los carniceros y usuarios del Matadero con el nombre de piedra del menudo. (Esta es una aportación facilitada por mi amigo Pimentón, que aunque ya lo contara en capítulos anteriores, lo cito nuevamente por ser una curiosidad de cómo se solventaban los problemas en aquellos tiempos).

 

Para que podamos apreciar la clase de problema con que habían de lidiar los Ayuntamientos de principios del siglo XIX respecto a la sanidad, extractamos uno de los puntos tratados en un pleno de 1800 con ocasión de la epidemia de fiebre amarilla, tras cuya lectura no podremos menos que sonreírnos cuando los ediles actuales dicen frecuentemente lo de estamos haciendo un esfuerzo… En aquella época habría que haberlos visto. Según el citado acuerdo, en la sesión del 25 de noviembre se dictaron otras medidas de policía, tales como el traslado del cementerio, sahumado de las casas de los infectados, poner un carro para la más fácil conducción de los cadáveres, aseo de calles, no permitiéndose aguas estancadas ni inmundicias, que los puestos de verduras estuviesen con la mayor limpieza y sin permitir se acumulasen desperdicios en ellos, poner solería en la Carnicería Pública o Matadero y tener el corral y demás dependencias con el mayor aseo, sin permitir que los destrozos de las reses estuviesen al paso, así como enterrarlos inmediatamente, y, por último, matar a los perros callejeros que se alimentaban de lo que encontraban por las calles como perjudiciales a la salud pública, haciendo lo mismo con los que, teniendo amo, los tuviesen abandonados.

 

Tomado en diciembre conocimiento por el comisionado de epidemias del estado en que se hallaba la de esta villa, así como del número de fallecidos y edificios que estuviesen contagiados y otros particulares a fin de poner en práctica las Reales Determinaciones del 25 de septiembre anterior, quedó enterado por los médicos don José Escalera y Fray Juan Pérez, del orden de San Juan de Dios, que eran los que entonces había, de que dicha epidemia iba ya casi extinguida, dando reseña de las casas y edificios que debían sahumarse, a cuyo efecto se dispuso se aprontase cien libras de ácido vitriólico, doscientas libras de sal marina decrepitada, doce anafes y veinte ollas de a libra, así como mudar el cementerio a distancia de un cuarto de legua del casco urbano por la banda entre norte y noroeste.

 

Finalmente, vencida la epidemia, se solicitó por la Junta Provincial información sobre el número de víctimas causada por la misma, respondiéndosele por el Ayuntamiento que, puesto que en la citada fecha seguían las muertes a razón de tres o cuatro diarias, y que hasta el 28 pasado iban más de 1.100 personas fallecidas sin contar las bajas de la tropa, no era aun posible dar la razón puntual que se solicitaba”.

 

Según la documentación, se trataba de Juan Ruiz Navarro de Henestrosa, hijo de Ginés Bernal de Henestrosa, que en 1615 era propietario de unas casas en la calle que iba de la Puerta de Sanlúcar al Muelle, esquina a la calle que iba al sitio de la Culebrina Vieja, que hacía frente a las espaldas del castillo, cuyas casas heredó el expresado capitán Juan Ruiz Navarro de Hinestrosa, su hijo, y más tarde sus herederos por su fin y muerte en 1668. Este Juan Ruiz Navarro era asimismo propietario de unas tierras junto al cortijo de Casablanca, según consta por escritura del 25 de enero de 1654, y que el 20 de noviembre de 1644 adquirió cinco aranzadas de viña con otros pedazos de viña y tierra en el pago de Regodón. 

             

En realidad, según las Actas Capitulares, recibió el nombre de General Mola que, o bien fue error de pluma del redactor del documento, o fue rápidamente rectificado, ya que el nombre de General Mola se aplicó a la hoy calle Cuna.

             

En muchos casos estas disposiciones tenían por finalidad la mejor vigilancia para compradores y vendedores, y sobre todo la fiscalización de los impuestos municipales, materia dentro de la competencia del Ayuntamiento.

            

El tablajero era el encargado de la tabla, a la vez mostrador de la Carnicería y puesto público de carne.

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